jueves, 9 de abril de 2020

Eslava (cartas de apoyo a pacientes Covid)





                                                                           A Mercedes Fuentes 


Recuerdo a María Eugenia Eslava con profundo amor. En la universidad, cuando producto de un sinfín de vivencias que prometía superar más adelante, me animé a visitar a la psicóloga, la conocí en una primera entrevista en la que evaluaba si requeríamos este servicio.

Allí estaba ella. Una mujer elegante, físicamente hermosa,  dinámica y de amplia sonrisa. Acordamos una cita cada quince días porque el volumen de alumnos no le permitía ni a ella ni a otros psicólogos atender más días.

Fuimos conversando durante todas las sesiones de las razones de estar allí y los desatascos emocionales que me permitía poder contarle, unido a la habilidad de ella para ofrecerme otra visión de los hechos mucho más amplia.

Generó en mí una gran simpatía al punto de que deseaba estar muy puntual a sus citas. Fue un gran descubrimiento saber que era una de las psicólogas más demandadas y vi que su rostro se iluminaba con cualquiera de los que allí íbamos a solicitar su orientación.

Era también una mujer natural. Contaba, como parte de vinculo comunicativo entre sanador y paciente,  cosas de su vida y me confió que antes de ser psicóloga regentó un convento donde fue madre superiora por alrededor de treinta años. Nunca lo hubiese podido creer, porque por sobre todas las cosas ella se veía una mujer muy moderna y liberal. Aunque conservaba gran vocación de servicio.

Sé perfectamente que la mente engaña en cuanto al pasado y al futuro, pero en sus gestos, en su amabilidad y en su forma de transmitir los conocimientos que me hicieron superar traumas, gané mucha en confianza y autoestima.

Recuerdo dos tardes en particular: una en la que le confesaba lo más difícil y la otra en que me hizo un juego de círculos. 

Cuando supo que me iba (por fin) a liberar de todo ese dolor que mantenía dentro sin ninguna razón, sus ojos se llenaron de lágrimas y de luz, mientras yo hilvanaba lo acontecido con sus vibraciones, nada parecidas a las mías; en ese entonces, cargadas de sufrimiento.

La última sesión fue la del juego. Contenta estaba ella por cómo lo había resuelto. Me protegí ante todo y todos; de allí su total aprobación.

La claridad con que me iba después de entrar convertida en un mar de confusiones le daba la confianza para despedirse con un gran abrazo, sentido y amoroso.

María Eugenia dejó una impronta maravillosa en mi alma. Gusto da recordarlo.

Soy Marisol. Salió el sol después de la siete de la tarde. Bueno es celebrarlo. Mi gato duerme. Tu recuperación es un gran alivio para todos.


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