Figura-cartel de El Rey del Pescado Frito, foto de Janet Sucre. |
A Manuel Rodrígues
Apenas una fotografía y
una figura-cartel naif para atraer clientes de un restaurante popular, frente
al otrora pueblo caribeño de Carmen de Uria, despertaron vorágines recuerdos.
Evoco, cuando de niña y
adolescente, salía de casa con el acopio
de localizar con mis ojos al mar, que se encontraba unos doscientos metros más abajo.
Desde nuestra vivienda no se veía, si
bien se sentía su aroma y penetraba en el alma, la constante serenidad de vivir
su cercanía.
La parada no estaba
señalizada pero todos nos colocábamos frente a una especie de gruta fabricada
de la Virgen del Carmen. Adentro estaba su figura demasiado pequeña para el
espacio y muchas flores plásticas llenas del polvo. Nadie parecía cuidarla y
tampoco darle nada más que aquello que a simple vista se observaba. No provocaba
pedir ni rezarle, sin planteármelo tampoco, porque no sabía cómo hacerlo.
Justo entre este punto de
espera de autobuses estaban dos restaurantes: El Pobre Juan y El Rey del
Pescado Frito. De este último me enviaron la
imagen.
Al principio reconocí que
la figura del pescado con corona sonriente no era la que veía en los años de
estudiante. Era una copia mal elaborada. La original era lisa, reluciente y
encaramada en una valla para destacarla. Esta improvisada luce arrugada y
maltrecha.
Entonces fue cuando me di
cuenta de estas complicaciones degustosas que tienen los recuerdos: lo burdo
atrajo cierta nostalgia que rechacé, pero horas después, apenas esta mañana al
ver la foto de nuevo, no le encontré tantos defectos y hasta saboreé la figura
atrayente de El Rey del Pescado.
Tomé en cuenta también la
precariedad que ha ido acrecentándose en Venezuela. Alzar esta escultura
sencilla no debe haber sido tarea fácil, aunque escamotee la tridimensionalidad.
Difíciles de conseguir desde hace ya mucho tiempo los materiales más básicos en
la nación que relucía oro negro.
Lograr hacer el simple
corsé empapelado y pintado de este ejemplar marino, elaborado con el recuerdo
del original, debió de ser más que un asunto de imaginación, un reto sostenido
y alcanzado (desde, sobre y entre) la escasez.
Grandote, con trazos curvilíneos
negros para imitar las escamas, más que
un pargo rosado es un pescado anaranjado con dientes puntiagudos, revelando una socarrona sonrisa.
Siempre fue un restaurante
popular de mesas y sillas muy francas a la hora de servir el plato estrella: un
buen pesca‘o frito recién salido del mar, con tajadas de plátano y una
ensalada rallada de zanahoria y repollo con mayonesa, refrescada con gotitas de
limón.
El pueblo de Uria, de
alrededor de cinco mil habitantes ya no existe. Desapareció en el deslave de
Vargas de 1999. Más que sobrevivir, al restaurante lo reinventaron porque es de
humanos insistir en lo bueno y en lo incalificable también.
Golpeados e invencibles seguimos
siendo el Rey como muy bien compuso José Alfredo Jiménez.
Cuánto me gustaría que el Señor Rodrigues hubiese tenido la oportunidad de leer tu evocación. Me imagino cómo se desvanecería de su rostro aquellos surcos arados por la melancolía, cómo se borrarían los gestos deceptivos porque tu remembranza reconoce su propósito y le daría el sitial de la duración de un tiempo vivido, puro y no ese tiempo cronológico que muestra la erosión de la finitud y lo inútil que se tornan los proyectos con la presencia de aquellos que no lo tienen, que no lo forjan, pues tan solo lo han recibido de ese flotante Maná, y no de lo desbordante de la vida hecha pasión, obsesión, tenacidad. Hermosos tus recuerdos del restaurant, su cartel, Carmen de Uria, nada escapa a pesar de imponerse una cronología forajida, irreversible, cuyas máscaras se esconden en una historia henchida de codicias y vuelven a relucir las demandas de una naturaleza recobrando su espacio. Pero no se trata de una linearidad, sino de una duración, la persistencia de aquellos olores, sabores, colores repletos de azul, el sonido incesante de lo que recomienza, en fin, se desborda la conciencia por este flujo de perceptos y sensaciones parecidas a la eternidad y por qué no, el corazón del presente. Creo que eres el tiempo, un tiempo que emula lo perenne y nos haces acompañar la inatrapable fijeza del instante, siempre jamás.
ResponderEliminarQuiero informarte que la foto la tomó mi esposa Janet Sucre quien comparte la misma dioturnidad, el aprecio de las percepciones vividas que un tiempo impostor aún no nos la ha arrebatado. Un abrazo y celebremos tan bello recuerdo que has escrito.
Cuánto me gustaría que el Señor Rodrigues hubiese tenido la oportunidad de leer tu evocación. Me imagino cómo se desvanecería de su rostro aquellos surcos arados por la melancolía, cómo se borrarían los gestos deceptivos porque tu remembranza reconoce su propósito y le daría el sitial de la duración de un tiempo vivido, puro y no ese tiempo cronológico que muestra la erosión de la finitud y lo inútil que se tornan los proyectos con la presencia de aquellos que no lo tienen, que no lo forjan, pues tan solo lo han recibido de ese flotante Maná, y no de lo desbordante de la vida hecha pasión, obsesión, tenacidad. Hermosos tus recuerdos del restaurant, su cartel, Carmen de Uria, nada escapa a pesar de imponerse una cronología forajida, irreversible, cuyas máscaras se esconden en una historia henchida de codicias y vuelven a relucir las demandas de una naturaleza recobrando su espacio. Pero no se trata de una linearidad, sino de una duración, la persistencia de aquellos olores, sabores, colores repletos de azul, el sonido incesante de lo que recomienza, en fin, se desborda la conciencia por este flujo de perceptos y sensaciones parecidas a la eternidad y por qué no, el corazón del presente. Creo que eres el tiempo, un tiempo que emula lo perenne y nos haces acompañar la inatrapable fijeza del instante, siempre jamás.
ResponderEliminarQuiero informarte que la foto la tomó mi esposa Janet Sucre quien comparte la misma dioturnidad, el aprecio de las percepciones vividas que un tiempo impostor aún no nos la ha arrebatado. Un abrazo y celebremos tan bello recuerdo que has escrito.
A Manuel el del Rey del Pescado ? !Pero chico a él lo conoce todo el mundo desde Caravaca hasta la Costa !
ResponderEliminarAsí me contestó el Sr.Ramirez cuando en una Semana Santa fue a vacacionar a Todasana a casa de un hermano suyo dueño del abastos de allí.
Manuel Rodríguez d.e.p.
Muchos te recordamos siempre con cariño