La plaza Sol vital con gente, poco transitada |
En la segunda semana de la
fase 1, Madrid no se reencuentra a sí misma. A pesar que cafeterías y
restaurantes pequeños han podido abrir sus terrazas porque al parecer cumplen
con las normas permitidas, la capital no termina de expresarse cantarina y desparpajada
como es.
El aforo de las distintas
terrazas tampoco es entendible. En algunas se observan distancias entre las
mesas, en otras no. Unas son pequeñas cafeterías reinventadas. Las grandes
permanecen cerradas. Los mesoneros de restaurantes con sillas y mesas en la
calle, intentan sonreír, aunque no se vea su alegría.
La comunicación por parte
de las autoridades no ha sido realmente la fuerza de esta fase vivencial de más
de setenta días de confinamiento. Aquí ha pasado de todo en materia
informativa: medias verdades, abiertas mentiras; números falsos, negados,
acomodados. El juego del pasito primero hacia adelante y después hacia atrás.
Con el componente de que
no tienen ritmo ni gracia para bailar.
Observar la torpeza del
gobierno desenmascara a la sociedad española: indefensa, desprotegida y
viviendo la ignorancia de su pasado
histórico.
La comedida alegría de las
terrazas contrasta con el panorama visible tanto en el metro como en el tren:
pocas personas, en buena mayoría
extranjeros que cumplen horarios en los escasos trabajos que han
sobrevivido. En su mayoría de servicios de limpieza y comida, principalmente.
El desconfinamiento en
Madrid se vive con extraña moderación. Una tristeza generalizada se siente en
los vagones. La automatización forzada de uso de mascarilla es subvalorada y si
no lo creen, pregúntenle a los que observamos cómo una chica se la sacó
para estornudar en plena línea 3 del metro, una mañana cualquiera.
Hay actuaciones que son un
auténtico desvarío, como los de cientos de dirigentes a nivel mundial, ni más
ni menos.
En las escaleras
eléctricas que conducen a las entradas y salidas, nadie respeta la distancia porque muchos pasan
por la izquierda para apurar su paso. De
esta forma queda anulada la distancia de uno o dos metros recomendada para
evitar aproximaciones contagiosas.
Son muchas las personas
que piden ayuda económica y vimos uno de los pocos artistas que se ha atrevido
a salir, un chico venezolano vestido con jeans y franela azul, cantando con mascarilla,
guitarra en mano y mucho entusiasmo, la canción El regalo de tu amor, de Alex y
Mike.
La tristeza de los
primeros días dio paso a esa extraña realidad de limitaciones que irá cediendo
poco a poco.
Vimos a dos sordomudos
comunicándose ataviados con mascarillas. Una conversación por demás fluida.
La gente se sienta en el
mismo asiento del que se ha levantado sin que lo hayan desinfectado antes.
El metro es realmente un
termómetro para medir muchas destemplanzas sociales.
Vagón del metro |
La gente de manera general
luce agotada. Están los que no creen; para ellos nada ha sucedido. Seres hastiados
de estar siendo irrespetados desde ellos mismos. Personas que deambulan a cal y
canto.
La efervescencia de la
Madrid llena de gente ha dado paso a una ciudad sin lidia. La fiesta solo se ve
entre los más osados que han hecho botellón, sin la pasión
por el encuentro con el aire, las calles; la sospecha de todo lo posible, atmósfera con la que está hecha ésta ciudad.
La fuerza de Madrid está
justamente en esos chorros de gente que la convierten en luz andante. Amplitud
en las principales vías y estrechas
calles donde escarbar mucho de historia y secretos.
Se fue haciendo a la
medida de los servicios que se fueron presentando y por eso es un alboroto a
los sentidos; ver, oler, palpar y sentir todo lo que se pueda; comida típica y
casi que de todos los países del mundo; dulces de buena mayoría de regiones
españolas, de Europa y de Latinoamérica;
bebidas de todo tipo y un sinfín de
experiencias que complacen mayoría de gustos. Desde los más sencillos hasta los
de curtidos experimentadores.
Madrid es un tabla’o lleno
de todo tipo de cantos y escenarios para actuar en las expresiones más
variadas. Los que se disfrazan de personajes gigantescos y famosos para cobrar
por la foto, hasta los que se mimetizan en paredes para asaltar, a punta de churros
y chocolate.
Ahora el placer se esquiva
como el torero a las embestidas.
Ni siquiera las
banderillas de aceituna, boquerón y pimiento son servidas.
La tauromaquia sigue
luchando por clavárselas al toro desde los periódicos, revistas y redes
sociales donde se expresan para defender el poderío de la fiesta brava que muere
sin público como tantas otras manifestaciones culturales.
Poco a poco la gente
regresará y con ella la pasión que tanta falta hace. La pasión que nada tiene
que ver con esa extraña forma de defender deseos e intereses. Más bien la que
implica compromiso y verdadero amor hacia todo, desde nosotros mismos.
Mañana entra Madrid a la
tan deseada fase 2 donde se espera pueda ir alcanzando ese retorno a lo
cotidiano a pesar de las mascarillas
puestas. Debajo de ellas sonreímos y podemos expresar desde el más puro
consuelo hasta la promesa de un beso alcanzable y necesitado.
La Gran Vía de Madrid sin chorros de luz andantes |
Así está el mundo entero. Apagado. ¿Qué oscuros intereses hay detrás? A todas luces nos quieren callar, manipular, sacar de la faz de la tierra.
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