Obra Black love de Al Segar, a modo de denuncia, porque en muchos países africanos es un crimen la homosexualidad, exhibida en la Galería Bnudeart, Sitges (Barcelona). |
Al llamar debía preguntar por Carla pero la voz del otro lado del teléfono era masculina. Me aclaró que era ella, una mujer transexual. Después de las presentaciones y seguir hablando de lo que nos ocupaba, me dijo que pedía un préstamo para comprarse un autocaravana, porque se estaba cada día volviendo más vieja y la aceptación (de los demás) no había sido ni era camino de rosas. Con la casa rodante, por lo menos, tendría algo de libertad.
Entendí también que mucho
de la soledad que por lo menos, en el mejor de los casos, le asegurara algo de
paz y dignidad, ajena de tantas miradas.
En Madrid justo esta
semana se ha estado celebrando la Semana del Orgullo con las presentaciones, multitudes
y algarabía que estas fechas conllevan.
Todos los años se anexan polémicas y en este los carteles de promoción con los que el
Ayuntamiento invitaba a la celebración, no mencionaban las siglas LGTBI+, ni los
colores de la bandera arcoíris.
Los carteles propulsaban
un fondo multicolor de fuego artificial con una copa, un tacón, un lápiz labial
y un condón.
Le faltó a la incipiente creatividad
y al pésimo gusto, agregar emoticones
como cara de loco, cara con lengua de dinero o las ya más reconocibles caras
pidiendo silencio, boca cerrada con cremallera o con ceja levantada. Para no
disimular censura.
Las interpretaciones y
críticas fueron como siempre: unas, oportunas-vigorosas-ardientes, en defensa
del colectivo, otras menos adecuadas y más políticas, sin nada que sumar a lo
que ya todos sabemos: el verdadero fondo es que a la homosexualidad cuesta aceptarla,
y cuando medianamente se consigue en personas más abiertas de mente y corazón,
todavía tiene que transitar el pasadizo de las formas, las conjeturas, los
rebusques y rebuznos de una educación creada (bajo patrón religioso), para
juzgar, infundir miedo e intolerancia a lo diferente.
Mucho orgullo tiene Madrid
de los derechos que sin ninguna duda ha conquistado, aunque raudamente se
desvanece cuando observamos miradas de recriminación en pleno metro o en las
calles, cuando dos chicas o dos chicos se besan y abrazan, manifestando
abiertamente su amor.
Mi amor no hace daño, tu
odio sí, decía uno de los tantos mensajes reenviados para la celebración del Día
del Orgullo por el WhatsApp.
Y aún más cargadas esas
miradas cuando hemos tenido a un transexual sentado al lado nuestro: avergüenzan
los que se dicen llamar normales. Son miradas, gestos y pensamientos que no
deberían posarse en cuerpo alguno.
Si el tema de la
homosexualidad en una sociedad que se dice moderna ya es complejo, el de las
personas transexuales también es complicado, sumando la marginalidad en que lo
han querido mantener.
Pese a los esfuerzos y las
ayudas que existen, Carla ha decidido comprarse un motorhome, para no
tropezarse con tantos vecinos, con tanta gente buena que pueden respetarla o
fingir que la respetan, pero que a la final no la valorarán por lo que es: un
ser humano, que merece ni más ni menos lo que todos nos merecemos por ser
quienes somos, por el simple hecho de nacer y estar vivos.
Mucho es el trabajo por
hacer. Educar por y para seres humanos. Empezando por saber desde las cosas más
sencillas hasta las más complejas. Desde el amor hasta la sexualidad.
Recuerdo una vez que le
contaba a una conocida sobre el caso de un hombre casado y con hijos, que se
atrevió a decir que siempre se había sentido mujer y había sufrido mucho, dando
el paso hacia adelante, cambiando de sexo para vivir una plena identidad.
Después del cambio de sexo, se convirtió en una aventajada profesional, defensora de derechos, compartiendo su vida intima con otra mujer, porque así se lo dictó su corazón.
Mi amiga, creía yo, open mind, dijo asombrada: “… no… tanto nadar para morir en la orilla…”, algo así como para qué hacer todo ese esfuerzo
si a la final lo que le gustaban era las mujeres… …
La miré y supe, una vez más,
del fracaso de la comunicación.
Lo dijo con otras palabras,
mucho más vulgares, porque eso es algo que también se ha aprendido, como no hay
respeto, lo fácil es continuar con las descalificaciones groseras, que se han hecho permisivas culturalmente, para definir a las gais y
los transexuales.
No entendió nada.
Pudo más su prejuicio que
a la final la transexual era lesbiana que reconocer su mérito y fuerza en la
lucha por conquistar un cambio legítimo de sexo, por los condicionamientos
vividos, durante años, llenos de limitaciones y sufrimiento.
Carla en pleno Madrid se aísla.
Ojalá sea feliz. El universo está con ella.
Como siempre tu escritura es lúcida y sensible, querida amiga.
ResponderEliminarHay muchas Carlas en el mundo,,al.menos ella puede permitirse ese proyecto de vida en caravana,,muchas Carlas solo pueden permitirse una simple habitación en un Madrid gentrificado lleno de especulación,como toda capital del mundo,en eso no hay escapatoria,Todo le irá bien a Carla,aunque su rumbo valla en soledad por estos Madriles,,,,me encanta tu relato,me recuerda un conocido allá por donde me parieron,,
ResponderEliminarTemas complicados en la tinta de analistas profundos y agudos como tu, hacen que tus lectores comprendamos con mayor facilidad. Felicitaciones
ResponderEliminarMaravilloso como relatas algo que esta en el día a día en nuestra sosiedad y que todavía es como un tabú para algunos, felicidades
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