jueves, 10 de diciembre de 2009

Sin consentimiento

Los consideraban medio loco pero a él poco le importa. Como todos los años fue comprando pequeños detalles para su nacimiento desde el mes de junio. Viajaba para Adicora, Barquisimeto, Mérida, la Colonia Tovar, El Junquito y todos los rincones que sabía habían ventas artesanales. Visitaba amigos suyos que transforman la arcilla y poco a poco iba concretando las ideas que ya le habían nacido cuando estaba haciéndolo, el año anterior. Como una rueda es su labor que se comunica con todos los diciembres que a lo largo de los años va cultivando.

Me invitó para verlo y la verdad es que cada doce meses se va superando. En el medio de la celebración y el acontecimiento de encender las luces que tuvo ceremonial, con sus palabras, su brindis y el disfrute de preparar una rica cena, daba gusto pasearse por la imaginación y verlo colocando las piezas en ese pesebre que ocupa más de la mitad de la sala de su casa.

Como si fuera una perfecta dimensión en un espacio y tiempo a escala puede observarse la rigurosidad de este pueblo que en nada se asemeja a Belén porque ningún ensueño puede parecerse al nacimiento de este venezolano de pura sepa, nacido en Yaracuy, llamado Omar Antonio González.

Lo vi, en mi mente, mientras veía las luces titilando, medio desnudo, planificando la puesta en escena. Poniendo, en primer lugar, música de Mahler, el incomprendido.

Al empezar, no se detenía hasta terminar. Este 2009 tardó siete días en montarlo. Al verlo en el primero estado de creatividad, esposa, madre e hijos, lo dejan tranquilo y no lo molestaban siquiera para preguntarle qué desea comer porque él iba tomando lo que su mujer, María Dolores, le ofrecía cada tres o cuatro horas. Los tragos, muy espaciados, los iba preparando él. Este año le dio por tomar Lemoncello y nadie se le ocurrió preguntar por qué.

Se observa que hubo mucho esmero en los ángeles. Realmente había un cielo especial para todos ellos y relucían los querubines en blanco y azul. Un cierto dorado para los arcángeles que brillaban imponentes y frescos, sobre todo Gabriel, el más atractivo de los nueve.

La figura central de José, María y el niño Jesús lucía intacta y hermosa, colocada en el medio de toda la obra. Alrededor de ellos, toda la imaginación desatada de Omar Antonio que puso este año a la reina María Lionza y su legión espiritual del lado derecho. Viniendo de Yaracuy nadie se lo podía cuestionar pero hubo personas que hicieron esos comentarios tan poco originales que nacen cuando están los nubarrones de los prejuicios.

Por eso, Omar Antonio, María Dolores y yo nos apartamos para reírnos y disfrutar con mucha más sonoridad la llegada del rico pernil que ofrecía Doña Esmeralda, su mamá.

Pero era curioso ver todos los detalles del pueblo. Hermoso. Con puentes, lagunas, ríos; nieves y las cinco águilas de Mérida por uno de los rincones. El pasto verde del Táchira, nuestro gran Roraima; nuestros indios y sus canoas. La ciudad de Caracas, con sus edificios y sus ranchitos; el mar y la arena que fue recolectando en cada uno de sus viajes hacia Chichiriviche.

Era un nacimiento bien particular y en la medida que pasaban los días mientras lo iba haciendo iba cambiando la música. Villancicos, gaitas, Jon and Vangelis, Santana, La Billos, Los Melódicos y Juan Luis Guerra alternándose con clásicos como Chopin, Bach, Mozart y hasta Wagner, todavía más difícil de entender.

Pero el ritual se respetaba como casi todo lo que él decidía allí, porque “loco” o cuerdo, estaba en sus cabales disfrutando de la vida. Por eso todos se sorprendían cuando de repente, todavía concentrado mientras iba colocando un pastor o un borriquito, se le escuchaba decir cosas como “Mamá no vaya mañana pa’ el cementerio, mire que los muertos están jalando este año mas que ninguno”.

Cual sería la sorpresa de doña Esmeralda cuando se enteró que se había formado una “plomamentazón” en el campo santo y habían resultado varios deudos heridos.

Pero sus predicciones son normales. Es un hombre que ve más allá de las cosas porque, como un arquitecto, ha evitado más de un desastre.

Tuvo este año, me confesó, una intuición extraña. Por eso conglomeró a las tres figuras principales en el medio, iluminado todo el cuadro del nuevo pueblo de Belén, más bonito que nunca, porque la ternura no tiene ninguna historia en particular.

“Las coloqué allí, en el centro, para que nos cuiden. Y por primera vez en muchos años, mientras puse las figuras recé y pronuncié antiguos mantras que me enseñaron maestros antiguos. Cuando puse a la reina María Lionza, no sé si me creerás, se me erizó la piel y el motor del agua del río se encendió sin yo tocarlo. Creí que estaba medio prendido porque ese Lemoncello tiene mucho azúcar y “rasca” bastante rápido si te descuidas… pero no, el agua comenzó a rodar sin mi consentimiento”.

“Como siempre sucede”, pensé, aunque no se lo dije en voz alta.

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