domingo, 27 de diciembre de 2015

Serenidad


El ruido comunicacional al parecer pasa factura a más de uno. El ego del ser humano ha encontrado su dimensión exacta en las redes sociales: allí todo el mundo se cree capaz de contribuir a las decisiones más importantes y creen por demás que la opinión allí expresada destaca por encima de muchas -puesto que son visibles-; si son amadas o repudiadas al final todo parece igual dentro de ese gran mazacote intempestivo en las que resalta mucho más la miseria humana, que la alegría de sabernos un poco más creciditos como humanidad.

Diciembre. El mes de alegría y olvidos mas que nada por cierta bonanza económica que se da en los países por aquello de que ingresa un poco más en los bolsillos de buena parte de la gente trabajadora, en Venezuela, muy particularmente, y especialmente a partir de 1999, se ha convertido en un mes difícil, complicado; y aunque  muchos salen de sus espacios habituales, viajan y siguen reuniéndose en familia, hay una merma de muchas cosas, de las que no hay por qué recordar, porque las vivimos y con eso basta.

¿Qué pedimos los venezolanos? Apartando todo aquello que nos mantiene borrachos en ese dime y diretes mediáticos, y en ese manejo turbio que se caracterizan, hoy por hoy, buena parte de los medios; en nuestra nación, lo que realmente necesitamos es serenidad y ello implica todo un trabajo consciente a lo interno de cada uno de los venezolanos. Además de necesitarla, la merecemos, para aspirar un año pronosticado en complejidades adversas hasta para los más optimistas.

¿Fácil de expresar difícil de cumplir? Casi todo lo que tiene que ver con lo anterior ocurre porque en el interior del ser la ambigüedad campea a sus anchas, como parte del mismo ego que ahora destroza las redes sociales. Las vulgaridades, groserías, malas intenciones y hasta el morbo que despiertan son opacados ante el llamado de conciencia de alguno que llama la atención en nombre del respeto, uno de los valores más difíciles de entender, aunado  a otros principios estables dentro de la vorágine del ruido. Es patético observar lo que no saben los que lo utilizan con tanta banalidad y mala fe: muere apenas nace y hasta se puede palpar la flojera que da entre los mismos que la incitan a continuar. Pero el eco alimenta al ego.

Así como muchos dicen que la democracia en Venezuela es demasiado joven para justificar lo que no puede la razón hacer, es evidente que estos medios excitantes de rapidez y de expresión tienen también que serenarse de la inmediatez y del calor de los que van hacia la vida como contrincantes.

Tranquilizarse implica gestos magnánimos que sabemos buena mayoría de pseudopolíticos no están dispuestos ni siquiera a asumir, porque en el aborrecible escenario de los medios que tienen secuestrados, la máscara del teatro se exhibe sin pudor: te amenazo pero es que yo represento el amor; te doy amor, para después sacarte del juego sin misericordia.

Como estamos en ese clima benevolente de diciembre, aunque hoy sufra de anemia, es bueno pedir porque este país se sosiegue. Es un ejercicio individual, hasta divertido en esta época de gaitas y música tradicional.

Hoy más que nunca la idea de paz, perdón y reconciliación, en un país de preceptos católicos debería alimentar su alma colectiva. Ni siquiera el asomo del ego diciendo que fracasaremos ante ello debería tomarse en cuenta.

El ego es vanidoso y egoísta pero de lo que si podemos estar claros es que es sumamente aburrido porque sus formas, aunque diferentes trazan (y lo han hecho por los siglos que reconocemos en la tierra) una línea continua.

Ese reposo que se necesita, también lo requieren las redes (alarmas) sociales, o por lo menos apartarse de ellas, porque requieren quedarse donde están, sin tanta obstinación y obsesión de los que la utilizan, que parecen ser casi siempre los mismos; para variar.

Ello permitirá aclarar el horizonte, armonizar las fuerzas y observar con mayor destreza el hoy, tan repleto del innegable futuro que se nos avecina. Es el trabajo también de descubrir nuestras reales y sinceras necesidades, de pasar desapercibidas muchas cosas y negociar con las que realmente no podemos evitar.

En lo más sencillo puede estar la nutrición de esta palidez decembrina.  Las incomodidades de la confrontación se pueden dirimir con un buen y sincero abrazo. El dolor de una perdida, por más dolorosa e inesperada que sea, requiere de la valentía de reconocer la imperturbabilidad del ser (Notitarde, 27/12/20016, LECTURA TANGENTE).-

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