sábado, 4 de abril de 2020

Portal (cartas de apoyo a pacientes Covid)




La colina redondeada y  muy amplia servía para relajarnos del estrés citadino. Nos acostábamos en la hierba corta y fina, y sólo ver nubes y cielo azul era un deleite. Sentir la tierra en la columna vertebral, la suavidad y el frio de la grama, un poco húmeda, también.

Era un lugar al que íbamos asiduamente para recargarnos energéticamente. No lo sabíamos pero el lugar era especial para ello.

Más allá de quedarnos en un hotel muy barato y comer en una pequeña y también muy económica posada, una rica sopa de gallina negra ojos azules, sentíamos que allí había algo diferente.

Una tarde, viendo el crepúsculo, con los colores majestuosos de agosto, un hombre bastante mayor se nos acercó para conversar.

Disfrutamos de su compañía porque tenía una dulzura particular en su robusto cuerpo de campo.

Nos dijo que justo en esa colina, tiempo atrás, hubo una ceremonia incomparable con ninguna otra experiencia. Unos seres celestiales abrieron una puerta en el cielo y todos los que estaban sentados allí mismo, meditando para que ello ocurriera, sintieron el baño de una lluvia dorada justo cuando la tarea había sido completada.

Dijo que él no estuvo meditando porque no sabía cómo hacerlo en aquella época además de ser un descreído. Estuvo ayudando con cualquiera de las necesidades que tenía el grupo de unas cien, todas vestidas de blanco.

Veinticuatro horas meditando necesitaron para que se abriera un portal. Las puertas cósmicas no debían estar cerradas.

Al despedirnos de él porque ya la noche había entrado a la colina, con mucha curiosidad, le pregunté si después de aquella asombrosa experiencia había dejado de ser un incrédulo.

-     Sigo siéndolo, me dijo cuajado de risa. Pero fíjese que siempre vengo aquí, de mañana o de tarde. No he visto al Ángel que ese día personas sensibles percibieron, pero le puedo decir que lo que siento aquí, así como ustedes, es prodigioso. Mágico. Y misterioso…

La última palabra la pronunció abriendo los brazos y moviendo las dos manos hacia arriba, con una enorme sonrisa, que me confirmó que siempre había ido allí con la fe de llegar a ver.

Soy Marisol. Te envío fuerza, ánimo y mi más grande deseo porque por la puerta grande de donde te encuentres salgas con salud y ganas de vivir aún mejor que antes. Mi gato duerme, maravillosamente.

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