Serie Nos Observan, Rolando Quero. |
He subido muchas montañas.
Desde que mi papá, cuando éramos pequeños, nos llevaba de excursión por esa
especie de valle que rodeaba el pueblo donde habitábamos, he sentido un placer
enorme conociéndolas.
Las montañas de mi
infancia eran dos, muy bien diferenciadas. La que podíamos subir era de color
tierra con poca vegetación, con un estrecho camino que transitábamos los
visitantes, los campesinos con sus burros y mercancía a cuestas; y los pocos
habitantes de una comunidad rural que había como a cuatro o cinco horas de camino,
a la que nunca llegamos a conocer. Nos cansábamos antes y nos devolvíamos.
La otra montaña era
inalcanzable, muy alta y muy gruesa de vegetación, de colores que se alternaban
con el paso de los meses y la lluvia. Normalmente era verde azulada, colores
que asocio con tesoros y misterios. Otras veces amarilla por los árboles que
florecían en abril. Rosada en mayo. Roja en junio y julio.
Cuando subía esta montaña
del valle de Uria tenía el paisaje detrás mío del mar Caribe y esa presencia
constante era el acompañamiento perfecto en ese esfuerzo que era sudar, correr,
temer el vacío del borde del camino e intentar no burlarme de mi padre, que se
colocaba en la cabeza un pañuelo blanco atado por las puntas, con cuatro nudos.
Mi padre era en el fondo
de si un gran comediante y las pocas veces que podía, o se lo permitía, sacaba
mucho del histrionismo que guardaba dentro.
La última montaña que subí
fue en la sierra de Gredos, muy cerca de Madrid, con el frío internándose en
las botas, rodeada por ese océano de pinos que hacen emerger la paz del aire.
Allí comprendí también que
las vacas con cencerro saben mucho más de música de lo que creemos. Durante más
de dos horas estuvieron acompañándonos mientras intentábamos meditar. Al final
lo que conseguimos fue reírnos con tan fuertes carcajadas a lo que ellas
respondieron intensificando el sonido,
colectivamente.
Cuando se está dentro y
alrededor de los cerros se perciben muchas cosas bonitas. La libertad del
tiempo y del espacio. Los sentidos que despiertan con mucha más intensidad. La
alegría del esfuerzo superado porque ellas suponen triunfo, cada vez que se va
avanzando, paso a paso. También he sentido que son mágicas. Mucho tienen que
contarnos sobre sus noches y cómo atrapan la luz de la luna entre sus fauces.
Soy Marisol. Un rayo de
sol ha entrado en la habitación donde vivo. Espero te acompañe su luz también a
ti en tu recuperación. ¿Mi gato? Duerme. Plácidamente.
Carta anterior:
https://azulfortaleza.blogspot.com/2020/04/miyasaki-cartas-de-apoyo-pacientes-covid.html
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