Caminando
por la acera vi a Mie Ling pasar por mi lado sin verme siquiera. Le llamé y la
saqué de su ensimismamiento. Se disculpó, iba abstraída de un restaurante a
otro, es encargada de los dos.
Le
pregunté cómo estaba, por su padre e hijo, me respondió con la amabilidad que
la caracteriza.
Seguí
mi camino hacia el supermercado, al que iba buscando cilantro.
Justo
esta semana pasada y hoy domingo el barrio de Usera estuvo colmado de numerosos
visitantes (más que nunca), porque hubo la celebración del Año Nuevo Chino. Las
cantidades de personas que se acercan el sábado al parque Pradolongo y el
domingo al desfile o pasacalles impresionan, las familias abarrotan el metro,
se arman filas kilométricas de coches por los accesos y hay una ilusión que
realmente se vive con alma de niño.
Desde
que vivo en Madrid he asistido todos los años a esta fiesta pero este año por
razones ya más profundas para revelar aquí, me pregunté qué hacía en un lugar
como este, tropezándome con la multitud e insatisfecha más que convencida,
porque fue ver un poco más de lo mismo.
El año más raro que por estas calles experimenté fue el 2020, cuando por las razones que después descubrimos vi que los ciudadanos asiáticos no se esmeraron en la festividad y que para nada estaba reflejada la rata en sus celebraciones, portadora de epidemias, como muy bien vivimos, sin más nada que podamos agregar a ese vivencial recuerdo pandemia,
El
año pasado vimos el destello del dragón con muchos bombos y platillos, y este
2025 la serpiente parece que va a vislumbrar grandes sorpresas. El desfile fue
corto y sin muchos aspavientos. La cultura china es enigmática.
Las
pantomimas las protagonizaron los leones y los dragones, no vimos a nadie disfrazado
de serpiente, aunque los que hablan de ella enseguida dicen que atrae la
suerte. Ningún símbolo de este reptil entre los artistas que lucieron el
colorido de las ropas, rojas, amarillas, verdes; la magia de los abanicos y los
movimientos de las distintas disciplinas chinas y asociaciones que se unen a
este encuentro
Rodeada
de tantas personas, hombres y mujeres cargados con niños en coches, vimos a personas desfilando, esforzándose por dar lo mejor en el pasacalle, pero esta
vez no hubo el derroche del 2024. Siempre reparten una especie de careta de
cartón del animal del año, este año no la repartieron, por amigable que
intentaron dibujar la serpiente en los afiches promocionales. Tampoco hubo cuando
se celebró el año de la rata.
En
el barrio todos los comercios estaban abiertos, incluso las cafeterías que no
abren los domingos estuvieron atendiendo a los convidados y muy llenos desde
temprano, con clientes deseosos de apreciar la experiencia en el Chinatown
madrileño, que ya me queda deslucido, porque parecía la continuación del año
del Dragon. Necesitadas también del cariño de los trapos para sacar brillo y las
brochas y la pintura, observamos a algunas carrozas.
Todos
los restaurantes chinos tenían largas filas de comensales esperando para entrar
a comer. Muchos visitantes al barrio se quedaron sin poder saborear los exóticos platillos, cansados de
esperas. Numerosos locales atendían solo por reserva y en estos siguientes quince días,
estarán llenos, sin posibilidades de abrir nuevas ofertas a menos que anulen algunos
clientes las citas.
Sentada
en la cafetería que descubrí solo abre el único domingo de celebración del nuevo Año Chino vi
a uno de los artistas de calle tomando un café, ataviado con el típico traje
chino. Un hombre mayor, muy serio, antes de tomar el café pidió otra bolsa de
azúcar porque se le había caído adentro la primera, que sacó empapada. De un
par de tragos, aunque estaba muy caliente, se lo tomó. Pagó y se fue, viendo sin mirar, con
una dureza inescrutable.
Tengo
un vecino de origen asiático que en estos años que llevo viviendo en el mismo
edificio tan solo me lo he cruzado una vez. Sale de madrugada, imagino. Regresa
muy tarde también porque nunca más he coincidido con él.
Imaginé
cómo estarían de agotados los pies de mi amiga china Mie Ling. Y su cabeza organizada y
resuelta, convertida en mecanizado robot. Con los dos restaurantes que dirige, a metros uno del otro, con la
demanda irracional de los comensales, en un sin parar en un día de fiesta
¿Para
quién?
Los
esclavos de pie atendiendo a los
esclavos sentados, sin que nada nos concientice, siempre hambrientos, en esta
irracional y desmesurada falsa modernidad que hemos cimentado.