lunes, 2 de noviembre de 2020

Roraima grita en la plaza Mayor

 

Menina Grito de Roraima, en una solitaria Plaza Mayor 


Madrid ha empezado a mudar hojas. Llueve, escampa y empieza a mostrarse con los tonos otoñales que tanto gustan a los que saben que en toda transformación hay alegría y en toda muerte un renacer.

No obstante, los días de contenciones y desaciertos de esta pandemia, visto desde el lado de quienes no tenemos nada que ver con las decisiones políticas, pasa factura en la salud emocional de las personas.

Angustia que puede trasladarse a los hogares, a los trabajos in situ y los que operan desde sus casas en esa suerte de tele trabajo que se ha impuesto, para poder continuar con la vida que muchos intentan se parezca lo más posible a la de antes, cosa que por el momento, tiene viento adverso.

La mascarilla ya es un buen contrincante a la hora de entrar en los hábitos del día a día. Un amigo deja unas cuantas metidas en un sobre, en la casilla de su buzón de correos porque no ha sido la primera vez, como ha pasado a buena mayoría, que después de bajar los cinco pisos hay que subirlos porque se ha quedado el bendito tapabocas, colgado del perchero. 

Vivir de esta manera ya marca una diferencia. El aire no se respira igual y vemos a los demás de otra manera. Las sonrisas ahora sólo se perciben en los ojos y a favor se podría decir que interesa toda esta situación, mal denominada nueva normalidad, para dejar de embaucarnos por la apariencia e ir un poco más al fondo de cada quien y del dispendioso momento que atravesamos.

La normalidad es rancia, no atrae novedad alguna. Juntar los dos vocablos es otra inexactitud sumada a las muchas que con pleno conocimiento hay ido trajinando por los medios de comunicación en todo esta vivencia.

Si buena mayoría de veces observamos en la gente ocultándose en la consabida inercia de dedicarse a leer en el móvil el cúmulo de sin razones que pululan por la red, podríamos traducir que el tapabocas contribuye a aumentar esta indiferencia con que asumimos nuestro alrededor y nuestra realidad, saturada como está de tanta incomprensión.

Por lo demás, encubrir boca y nariz es un verdadero fastidio, una carátula equívoca y errada, de los que ahora intentan combine con el color de calcetines, zapatos o bufanda; comienzo de un nuevo negocio que irremediablemente sólo perdurará  en el tiempo que se conserven las estrategias e indefiniciones que por ahora se mantienen para provecho, una vez más, de pocos; en detrimento de muchos.

La mascarilla quirúrgica, la más barata, es la que lleva buena parte de la ciudadanía y el rey, la reina y las infantas. Se observan vendedores ambulantes de esta prenda y las tiendas exhiben todo tipo de diseños. Vemos en la televisión como los periodistas y sus entrevistados hacen gala de ello. Hasta los museos se han reinventado colocando grandísimas obras en esa mínima tela  que recuerda todo el tiempo la nueva anormalidad, como debieron denominarla si tuviesen los gobiernos, alguna vez, asesores sinceros y verdadero interés colectivo.

Los chicos y chicas que no llegan a veinte años usan unas negras que tienen la más universal de las groserías gringas para mandar al virus, que les ha alterado el deseado presente, al lugar aquel del que no sabemos muy bien retornar.

Las mascarillas huelen. Molestan. Sudan. Nos hacen más sordos. A los que llevamos gafas, ciegos. Las hay burlonas, con lengua y labios carnosos. De toros bravíos,  de rojo y negro. Con los sellos patrióticos de las banderas.

Es que somos los mismos. Mucho escaparate para tan poca vitrina.


Los colores del otoño en plazas y parques

El mundo dominado por un conjunto de amos no quiere cambiar, su resistencia está siendo muy visible. Las sacudidas de Goliat serán enormes porque hasta ahora nadie ha demostrado que desea ceder desde sus habitáculos de poder.

La verdad una vez más secuestrada. De lo que está ocurriendo sabemos que cada día muere gente a causa de un virus del que no conocemos su verdadero origen. Se había anunciado una segunda ola y ni siquiera para este advenimiento los gobiernos europeos se prepararon.

La secuencia rota e inusitada de aquel video de Pink Floyd de la canción Another brick in the wall, incluida en el album The Wall de 1979, en la los niños van caminando neutra y ciegamente a una gran máquina que los convierte en carne picada (en Venezuela, molida) viene como esa premonición innecesaria que siempre tuvimos ante la fragilidad de estar siendo llevados por la inconciencia, a la nada.

Para los venezolanos que nos ha tocado emigrar, cualquiera hayan sido las condiciones, aunque por supuesto hay casos que merecen nuestro más profundo abrazo solidario, hemos visto que si bien veníamos de una nación incoherente, una cuasi tragedia sin explicación, los gobiernos de casi el mundo entero andan igual de descarrilados.

La tragedia entonces no es regional sino mundial. Lo asertivo, lo sabemos todos, ni se compra ni se vende, como diría el famoso pasodoble de Genaro Monreal, cantada por estas latitudes por Manolo Escobar y en Venezuela por la Orquesta Billo’s Caracas Boys, con  la voz del gitano maracucho, Memo Morales.

En esa vinculación musical entre España y Venezuela, que vemos desde nuestra nueva perspectiva de vida, observamos que vamos siempre más unidos por las manos de los artistas.

El garbo de Manolo Escobar unido al de Memo Morales revela que la vida va acoplada a la creatividad humana, nunca a su miseria. Cuando es lo segundo, todo en nosotros se empieza a secar y aparecen circunstancias innecesarias que debemos ir venciendo y hacen la vida más compleja.

En Madrid, seguimos escuchando el acento venezolano. Con mucha fuerza en muchos lugares percibimos buena parte de trabajadores haciendo su labor. Subsistiendo en duras condiciones que, a pesar de todo se agradecen, porque permiten una sobrevivencia más digna que la de allá.

Vemos con asombro como los españoles han sufrido férreas leyes ajustadas a un sistema que busca sostenerse con el gran sacrificio de grandes masas de personas que tienen que aguantar lo que podría denominarse una nueva explotación. Todo ello se traslada a los trabajadores extranjeros.

Las manos de muchas mujeres y hombres agotadas y enrojecidas después de realizar intensas horas de trabajo, rechazados por la mayoría, y que solo se cumplen por el más estricto sentido de sacrificio y necesidad.

Reparamos sobre la mascarilla cansancio, hastío y rabia. Gente que por momentos también ha sido rechazada por sus rasgos físicos, por su piel.

Escuchamos también por el metro el idioma quechua que une a los pueblos andinos: peruanos, ecuatorianos y bolivianos lo hablan cuando entre ellos intercambian experiencias o circunstancias personales. Igualmente guaraní, una lengua muy cantarina que  hablan en Paraguay y habitantes de países vecinos.

Todo ello pareciera significar que somos muchos los latinoamericanos aportando al desarrollo de este continente porque además sabemos que en otros países esta situación se repite, aunque se concentran más en España por tener familiares y el idioma castellano en común.

Nos entendemos, pero hablamos diferente. Nos expresamos también de manera distinta. La forma varía y al que llega le toca adaptarse al país, por lo que la travesía puede impregnarse de mucha incertidumbre, sorpresa y dolor, pese al espíritu emprendedor que habita dentro de cada uno de los seres humanos, heredado en todas las razas.

En España lo que nosotros denominábamos “viveza criolla” campea a sus anchas y en muchas ocasiones el mal trato, la sequedad, la indiferencia y el abuso se encuentran en cualquiera de los lugares donde se trabaje: cafeterías, casas de familia, bares, calls centers, supermercados, almacenes o tiendas.

Con desconcierto vemos que actos fraternales no son comunes. No solo hace falta ser educados y estrictamente correctos. A los niños latinoamericanos siempre se les enseña las tres palabras-llaves que abren muchas puertas: disculpe, por favor y gracias. Poner en práctica  estos principios de amabilidad embellece todo espacio.

Las generaciones de postguerra tuvieron que lidiar con mucho sufrimiento, pero cuesta para un latinoamericano entender que la segunda nación del mundo con más número de iglesias católicas no practique las enseñanzas de amor incondicional del maestro Jesús.

Menos artistas viajan en metro. Tampoco se ven en las calles. Suben más los que piden dinero mientras que en los grandes almacenes y loterías las ventas siguen su ritmo.

El gremio de los hosteleros protagonizó una marcha para reivindicar derechos y lo cierto es que la industria turística ha sido la más golpeada en todo el mundo, solo que en España esta maquinaria está bastante bien engranada.

Los confinamientos antipáticos se imponen con lentitud mientras aumentan de forma inevitable el número de ingresados en hospitales españoles a causa de esta pandemia.

Manifestaciones, violencia y saqueos se han sentido en ciudades españolas y los encargados del orden señalan que nada tiene de espontáneo, dada la cantidad de artilugios pertrechados para desencadenar los disturbios.

La política  sigue tejiendo hilos escalofriantes, nada humanos; antiartísticos.


Los niños juegan con la menina de Valentina Giuffrida


Meninas

Hace un par de semanas fueron colocadas por toda la ciudad las meninas que desde el año 2018 se presentan por unos meses y se han hecho notorias por la cantidad de selfies que se toman las personas cuando las encuentran a su paso por Madrid.

MeninasArtGallery en su tercera edición se pasea por la ciudad en una suerte de exhibición que sabe que no tendrá tantos espectadores. Esta exposición que cerrará el 15 de diciembre, especie de museo al aire libre, creación del venezolano Antonio Azzato, autodenominado ciudadano del mundo. Después de estudiar a fondo la obra de Velásquez las reinventó de metro ochenta, en formato de escultura acrílica, benefactoras de causas humanitarias. El año 2018 en una subasta recaudaron más de 100 mil euros.

En este año atípico ellas buscan reivindicar el paisaje cotidiano, confinados como estamos, huyendo de las multitudes y concentraciones.

En la plaza Mayor se encuentran dos de ellas, separadas con la distancia prudencial de estos tiempos. Luces tituló la firma de moda masculina Oteyza (conformada por Carlos García de Oteyza y Caterina Pañeda) su menina de elegantes tonos blanco, amarillo y negro.

Grito de Roraima de Valentina Giuffrida de rojo matizado con algo de amarillo y negro, con la visión de una lechuza simbolizando la sabiduría, es la menina de poderosa concepción que llama la atención sin miedo, sobre las muchas injusticias que viven las niñas aborígenes del planeta.

En esta edición participan también otros venezolanos como Negia Esmeralda Vivas Yapur, Keka Martínez y Manuel Rodríguez.

En la plaza Mayor que hasta ahora ha sido el único lugar que hemos podido asistir para no romper con las normas de seguridad impuestas por el bien de todos, más que el grito de Roraima sentimos la necesidad de tener en nuestra alma y corazón, su consciencia.

La conciencia de Roraima, Auyantepuy vigoroso, maestro ancentral, meditador profundo de la selva amazónica; cueva de tierra, vida, raíz del origen, verde y agua; se necesita más que nunca en el mundo, para elevar nuestro destino.

Empeñados como estamos en ser peores, todavía no somos capaces de vislumbrar la grandeza a la que pertenecemos.


Luces, de la firma Oteyza


 

Enlaces:

https://meninasmadridgallery.com/proyecto/

https://gossipvzla.com/manuel-rodriguez-hola-soy-lilian-tiene-su-propia-menina-en-madrid-imagen/

https://www.durangallery.com/antonio-azzato.html

https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=3396868597057387&id=704607376283536&substory_index=1

https://www.ongrescate.org/una-menina-llego-a-madrid-para-buscar-refugio

https://www.facebook.com/Valentina-Giuffrida-2277593389152260/