sábado, 18 de diciembre de 2021

De donde venimos

 

Dibujo de Al Segar

En esa nueva y aparente necesidad recubierta de papel de aluminio, que parece estar diciéndonos que debemos regresar a la normalidad como si esta condición, antes no la hubiésemos advertido como triste  y caducada, la gente se tomó un respiro mientras la pandemia seguía transcurriendo y cual muchachitos de un recreo escolar, está costando que regresen a las aulas de la moderación y la cordura.

Las calles de Madrid abarrotadas de gente desde el mes de noviembre, mucho más este diciembre, y tras el puente de la Constitución, se dispararon los casos de la cepa Ómicron, con un crecimiento exponencial de registros, sin que las comunidades con sus políticos a cuestas, logren ponerse de acuerdo, ni haya un orden racional para todo cuanto está ocurriendo en esta nueva crisis sanitaria.

Debido a la pandemia, la atención primaria básica se ha transformado en llamadas telefónicas por parte del médico de familia que debe remitir los casos a especialistas si así lo considera y en este nuevo juego de acción, han aumentado las demoras, listas de espera para intervenciones quirúrgicas aplazadas a un año, dos años o más, y un creciente volumen de personas que buscan ser atendidas en emergencias de hospitales, repletas ahora también por el mismo mal que ha originado todo este desconcierto.

Como el factor vital ha sido la recuperación económica  de la hostelería y el turismo más que la salud de la gente, apresurados como estamos de volver a hacer los mismos tontos habituales, así estamos, dejando por donde nos llevan los acontecimientos porque tenemos derecho a saciar todos y cada uno de los caprichos que deseamos.

Las grandes ciudades tienen eso: doblez. Por un lado se observan a los que disfrutan, o parecen hacerlo, mientras otros tienen que trabajar para que ello sea posible.

Cuánto mas repleto un restaurante más se siente la presión de quienes hacen posible su éxito: rostros alertas, tensos por más que sonrían, movimientos de estrés  y los desapercibidos,  se intuyen para un momento de placer.

Todo el trabajo en una gran ciudad huele a una tolerable sincronicidad con el miedo. Intentar no vivir crisis que imposibiliten la sobrevivencia en ella.

España, reina de tapas, y comidas generosas, con menús degustación, capaces de combinar treinta platillos diferentes, con su correspondiente maridaje, vive de un consumismo enarbolado por las necesidades que aumentan los medios de comunicación social.

En las televisoras principalmente, hemos visto de buena parte del tiempo hasta este 2021 cómo los programas dedicados a  la cocina, a la comida son instrumentos para aumentar la insaciabilidad.

Al mediodía cocinan, en la noche muestran a toda la audiencia, la España que hace dulces, que hace platillos especiales, en restaurantes finos, caseros, Michelin, de hoteles o de carretera. En la semana el reality culinario MasterChef, se regodea en un descarado intento por hacernos creer que allí vale todo en nombre del show y han creado versiones con seleccionados después de intensas castings (quince elegidos de 9 mil participantes, por ejemplo), con ediciones que no solo implican al cocinero amateur sino a los famosos, niños, amas de casa y abuelos. Todo un negocio alrededor de la comida que invita más bien a dejar de comer.

Hace tiempo atrás conocí a un dueño de restaurante pequeño y privilegiado en el mejor lugar de Caracas, quien sin conocerme mucho me contó cómo aumentaba el precio de los platillos conforme las temporadas y cómo al momento de probar los platos antes de servirse era capaz de gritarle al chef, mucho mayor que él, francés y famoso, cuando algo no había salido bien en los fogones.

Me negué a ir al restaurante pese a su generosa invitación.

Si alguien grita y martiriza a otro en una cocina mejor ni acercarse a ella.

A estas alturas sabemos, que hemos masticado mucha rabia, insatisfacciones y gritos ajenos, amén de lo que pueda haber mucho más allá de la apariencia seductora de saciar el hambre a su hora; y en la elegancia o acartonamiento de los espacios.

MasterChef es una franquicia televisiva que en Madrid tiene hasta restaurante físico, que vende todo tipo de cosas, desde la emisión del programa con sus tres protagonistas con negocios individuales,  hasta sartenes y juegos de ollas, cucharas y trapos. Todos la advierten como una exitosa marca de consumo.

La forma de conducirlo ha variado y en nombre del espectáculo han presentado el programa con el mismo formato, estirando el show: MasterChef Junior, Celebrity, Family, Abuelos y ediciones de aficionados, enseñando la presión y la dictadura como métodos para obtener un plato de comida aparentemente decoroso.

Por primera vez, tras permanecer en el  top ten de la audiencia, el programa sufre un revés, que aunque muchos ya lo hubiesen presentido, se toleraba, por esa barata formula cómoda de aguantar cualquier cosa de los medios.

La actriz Verónica Forqué, que había estado en el plató de MasterChef Celebrity 6, retirándose por motivos personales, apagó su vida, para tristeza de todos los que reconocimos en su rostro al mejor cine español.

El cuestionamiento es por el estrés que sufren los participantes, la producción que ejecuta, cara al espectáculo, una forma de llevar a todos y cada uno al límite, cosa que sin duda se observa en todos los programas, en los rostros de los participantes, muchos consumados en actuaciones.

Pero también están esas otras interrogantes que nos hacemos desde hace tiempo…. Estos programas que hacen más ricos a unos pocos, que aumentan el hambre, la necesidad de saciarnos sin necesidad, de consumir productos más caros y casi innecesarios para nuestra verdadera alimentación… ¿contribuyen a algo bueno y decente?

Mientras el primer mundo come de más, con estos banales ejemplos a diario y de forma continua por este medio de comunicación masivo y alienante como es la televisión, el resto del mundo sufre hambruna y problemas de nutrición, con millones de niños que mueren anualmente y sobrevivientes de este desequilibrio mundial, afectados el resto de su vida, con retraso en su crecimiento y sistemas inmunológico y cognitivo.

El hambre moviliza a la gente,  desplaza a millones de su terruño, creando problemas de todo tipo, en ciudades, fronteras y países que no están preparados de recibir; forzados a hacer lo que ni siquiera hacen con su propia gente: aumentarles su calidad de vida.

Aquí mismo en España una enorme parte de América trabaja para poder sostener familias que en su país de origen no pudieron: argentinos, bolivianos,  colombianos, chilenos,  ecuatorianos, hondureños mexicanos, paraguayos, peruanos, nicaragüenses, salvadoreños  y venezolanos, por nombrar una buena parte de mano de obra extranjera y, en muchos casos con doble nacionalidad, que permite el engranaje de una nación.

Sobrevivimos. Agradecemos. Nos apartamos del hambre, la miseria social y psicológica de los gobernantes de nuestros países de origen.

Justo por saber de dónde venimos no caeremos en las trampas de donde estamos.