Llegó la nieve a Madrid. Al
comienzo imperceptible y ligera; luego,
capaz de aumentar capas de hasta ochenta centímetros por toda la ciudad.
Más de veinticuatro horas continuas bastaron para traer alegría, desorden y
emergencia. Las tres cosas casi a la vez.
La danza cósmica del agua
congelada, transportada por el viento, maravilla y entrega embellecimiento.
Ramas de árboles, calles, techos y suelos se vuelven blancos. La noche
deslumbra porque el reflejo de las luces devuelve una claridad que normalmente
no posee. No existe noche, solo un continuo atardecer.
Mientras las autoridades
aconsejaban el día viernes quedarse en casa, las familias salieron el sábado a
celebrar la nieve. Cacharros e indumentarias invernales salieron a relucir: esquís, trineos, bastones de nieve, snowboards;
bufandas, gorros, chaquetas de múltiples colores y guantes como los de Iker
Casilla, hicieron gala de un desfile glorioso de diversidad.
Solo faltaron los snike
bliss, los tubings y las raquetas de nieve, pues por las redes circularon
jóvenes esquiando jalados por perros y coches por Madrid. Desde la ventana vimos como un niño era
llevado por una improvisada bañera plástica color verde, atada con una cuerda, que
arrastraba un despreocupado padre, para darle distracción a su hijo.
Las motos de nieve también
hicieron falta en esta feria de muñecos helados de distintos tamaños, formas y
estética, en que se convirtió el segundo día de visita de la borrasca Filomena
por el cielo y suelo español.
Desde el mediodía hasta
las diez de la noche los parques blancos que no distinguían entre caminarías,
suelos o zonas verdes dieron rienda suelta a la imaginación de todos los que se
echaron para hacerse fotos, armar pelotas de nieve y disfrutar de un paisaje
que no estaba aquí, desde hacía más de cincuenta años, en otra nevada que ocurrió
un mes de marzo y que de seguro no tuvo las características de ésta.
Hasta las nueve y diez de
la noche, las pequeñas o grandes pendientes sirvieron para lanzarse en trineos
que sin duda estaban guardados en el cuarto de los trastos. También muchos usaron imaginación y armatostes
para empujar y deslizarse a sus anchas por el novísimo paisaje.
Las mascarillas mojadas a
veces fueron olvidadas y desechadas en plena calle y más de un dueño de mascota
olvidó hacer lo que están obligados.
La nieve, felicidad
encandilada, al parecer, da para todo.
Los inofensivos cristales
o copos de nieve dieron paso al cierre del aeropuerto y las principales
autopistas, vías y carreteras, servicios de trenes y autobuses. Un colapso
anunciado al que una vez más llegamos sin preparación alguna.
También el servicio de
metro tuvo cortes puntuales, aunque es el que ha estado funcionando, abarrotado
de gente, sobre todo el lunes, inicio de la semana laboral.
El descongelamiento
inevitable que ya comenzó este mismo domingo, no parece gozar de tanta aceptación
aunque los lugares que permanecen con la nieve más dura aún tienen un montón de
seguidores. Los techos comenzaron a gotear y deslizarse los montículos de las
cornisas.
Los árboles que
sobrevivieron, a soltar casi en cascada, la nieve. Un panorama hermoso. Lo
triste ha sido observar los muchos que se cayeron por el peso de la nieve, en
buena mayoría pinos que mantienen su verdor en invierno.
Los servicios se irán
retomando poco a poco y toca empezar una semana compleja para ir al trabajo y
para volver a enderezar todo este entuerto.
Mientras tanto, el domingo
perezoso intentó encontrar normalidad en muy pocas calles a las que lograron
apartar la nieve y encontrar la realidad del real color que está dejando. Ya no
está blanca. Está sucia y para domar el hielo hay que echar buena cantidad de
sal grisácea. Una labor intensa por parte de los equipo de cientos de
trabajadores, que no dan abasto a tanta tarea por delante.
Cuadrillas de vecinos y
dueños de locales contribuyen a dispersar los montones de nieve que a pesar del
deshielo se muestran firmes y espesos.
Alegra saber la
solidaridad de muchos en horas tan inesperadas. Para transportar enfermos,
socorrer a desvalidos y ayudar inclusive a animales indefensos.
El simple acto de
alimentar a las palomas y pajaritos de los parques se vio trastocado, pero todo
volverá, poco a poco, a encontrar el rumbo.
Sabemos que la muerte
acompaña este tipo de acontecimientos y aunque el balance de Filomena hasta
ahora no es muy elevado, el Covid continua, aunque por unas setenta y dos horas
se convirtió noticia de segundo plano. Pero sigue ensombreciendo. Punteando
estadísticas y recordando la breve memoria que somos. Aunada a esa conciencia
infantil que estamos tan negados a abandonar.
Veo desde la ventana a un
grupo de jóvenes (a las seis de la tarde) haciendo un muñeco de nieve grande,
buscando ramitas para la nariz, ojos y sombrero.
Filman, sacan fotos de los
arboles caídos y del recuerdo de ellos mismos en la nieve.
Ahora que somos reporteros
de historias propias y ajenas, capaces de publicarlas en el mundo entero; el ser
compite con la necesidad de exhibirse. Es decir, la vida se vive en una doble
dimensión: o la experimentas o la captas para enseñarla por las redes y te
quedas a medio vivir.
Existir para mostrarla o
publicar antes de vivirla es un completo desatino.
Mientras tanto, resalta el
humor criollo de los muchos venezolanos que andamos por aquí. En el parabrisas
del vidrio trasero de un coche (aquí le dicen lunas) escribieron aprovechando
la gruesa capa de nieve: “Maracaibo te extraño”, invocando esa tierra caliente
que es el estado Zulia; concentración de buena parte del petróleo de nuestro
país.
Gracia y calor de nuestro
concierto emocional de subsistencia.
El atardecer de hoy
domingo fue magenta. La nieve transformada en hielo anuncia también bajas
temperaturas tampoco vividas en esta ciudad ni buena parte de España.
La vida es sorpresa.
Siempre bienvenida.
Pero es oportuno también
señalar que los venezolanos nos toca observar y experimentar cosas de las que
huimos: el desabastecimiento al inicio del Covid ahora también está presente en
Madrid por el paso del temporal. Cientos de camiones no han podido entrar a la
capital para aprovisionarla de comida. En los principales supermercados se había
acabado todo lo comestible fresco: frutas, verduras, ensaladas, todo tipo de
carnes y pan.
Dificultades con el
transporte para llegar al trabajo, filas de gente para comprar y para enviar
cartas se han vuelto comunes desde marzo del 2020.
Sabemos que esto no es
comparable con lo que en Venezuela sucede. Pero es un flashback que impide
olvidar fácilmente y apreciar la variopinta aventura que es la vida.