Por la calle Marcelo Usera de Madrid se les vio el pasado Miércoles de Ceniza. Era una comitiva de unas treinta personas. Adelante iban los músicos tocando en vivo sus saxos a ritmo de jazz, mientras intentaban acompasar sus cuerpos, bailando al caminar. Atrás iban las viudas, ataviadas de negro riguroso, faldones largos y blusas manga larga gruesas. En el medio una diminuta urna de cristal, permitía ver la triste y pequeña sardina. Atrás el grupo de acompañantes del desfile, pequeño y curioso.
Doblaron por la calle
Francisca Ybarra mientras los curiosos los observaban y ellas exclamaban, de
vez en cuando, cuando se acordaban del papel que tenían que representar,
delirante llanto y exclamaciones de dolor en un performance que salvo algunas variaciones,
se desarrolla desde hace años, para
escenificar el Entierro de la Sardina,
en muchos lugares del planeta.
La especie de teatro
andante se ejecuta en muchos pueblos, aunque se cree que esta tradición nació en
Madrid y la extensión hacia otros pueblos hizo que en Murcia sean especialmente
pintorescos. Simbolizan el inicio de la cuaresma, y en Latinoamérica también se
celebran con fogoso seguimiento, bien en pueblos de la costa, de bajas o altas
montañas o de llanuras centrales.
En Naiguatá, parroquia del
estado venezolano de Vargas, lleno del litoral caribeño, es una fiesta de medido
desorden, oportunidad perfecta para disfrazarse, escuchar tambores y música de cualquier
tipo que invite a bailar, con la escenificación de las viudas, la sardina de cartón
piedra, generalmente naif y grande. Todo un ceremonial que muchas veces atrae
más confusión que recogimiento espiritual.
La tradición enmarca el
fugaz momento de ver esta comparsa. Los transeúntes
observaron curiosos. Rieron. Alguno que otro no entendió qué ocurría. El espectáculo
siempre sirve para distraer y también para alimentar lo que ya se carga adentro.
Lo cierto fue que el jazz le
imprimió a este sepelio un aire que sin conocer la ciudad de New Orleans, por
un momento, hizo que estuviéramos inmersos en el corazón de la calle Bourbon, bajo
su candela de misterio, del color y los sombreros pomposos que atraen mucha más
elegancia que la muerte.
Si no hubiese sido por el implacable
luto habría encontrado junto a mi
imaginación, a los maravillosos músicos ataviados con sus elegantes y coloridos trajes, imprimiendo hot
jazz e improvisando sus muy ensayados arreglos.
Pero en Madrid todo es otra
cosa. Detrás de cualquier manifestación o desfile va la policía abriendo
camino, y en muchos momentos también, un poco más atrás, el personal y
vehículos de limpieza, para dejar todo en orden, después del paso de los desfiles y de las
gentes.
Menos mal que el Entierro
de la Sardina no coincidió con los días de la kalima que tuvimos, porque a mí
el polvo del desierto me produce tanta
inquietud como esos locales vudú donde tropezarse con una serpiente plástica y media muerta, pudiera ser el inicio y el final de otra desventura.
Foto del Entierro de la Sardina en Pinto, Madrid (https://www.lavozdepinto.com/tag/entierro-de-la-sardina/)