Retomando mi deseo de dar vueltas por el barrio donde vivo, descubro que camino y voy por las mismas calles, por mas que me empeñe en cambiar rutas.
Sin embargo, lo voy consiguiendo.
Ya he cruzado umbrales un poco mas toscos y también algunos mas sedientos, lo cual me hace entender ese regreso semiconsciente a lo conocido. Y no es que ande temerosa por las calles de Madrid, ni mucho menos, pero la confianza no es ligereza. La transparencia de su color es vital, en cualquier parte del mundo, lo hemos reconocido desde que cruzáramos Caracas en maravillosas madrugadas. Otros tiempos. Otros entusiasmos.
Así fue como descubrí, un poco más allá del centro de salud ubicado en una calle ancha y con semáforo, una bicicleta pintada de blanco y en su asiento unas flores plásticas de colores, atada a un poste, con una cadena.
Aunque yo no sabía el lugar exacto, recordé la noticia del pasado diciembre de 2024. Uno de los chicos, conocidos aquí como riders, que a las 2 de madrugada iba o venía de repartir comida, fallecía justo en esas cuatro esquinas, arrollado por un automóvil que también a su paso arrancò el buzón de correos, arrastró contenedores de basura, un banco para sentarse y un árbol tuvo que ser podado y desenterrado.
Un suceso violento e inverosímil como los muchos accidentes que no encuentran palabras con los que explicarse, en una zona residencial, con suficientes testigos para observar la forma como huyeron ilesos, conductor y copiloto del automóvil, aunque al día siguiente el primero se entregara y después se le diera libertad provisional, bajo la investigación de un delito de homicidio imprudente.
El rider no llevaba identificación ni se ha informado hasta ahora nombre ni nacionalidad. Podía tener una situación irregular al estar trabajando para Glovo, porque a muchos les subarriendan el derecho a usar la plataforma, convirtiéndose en falsos autónomos, en este cruel juego de sobrevivencia a la que están obligados muchos en esta España, tan ocupada de tantos asuntos, desocupada en tantos otros.
La regularización de los repartidores a domicilio que utilizan bicicletas, motos y hasta patinetes es algo que no esta resultando sencillo.
De origen latinoamericano seguro que era este rider. Lo mas probable que venezolano. La gran inmensa de nuestros jóvenes han tenido que aceptar condiciones inaceptables con tal de sobrevivir en este país y buena parte de ellos vive por las propinas que reciben mas que por el salario que deberían recibir, explotación mas bien que los ha llevado a reinventarse y buscar soluciones que rozan irregularidades.
Lo cierto es que ese recordatorio que ha quedado allí, esa bicicleta pintada con prisa de blanco, revela que su muerte anclada en un lugar para él desconocido, busca luz en la oscuridad de su noche.
Todos entendemos un poco la muerte y sabemos que el destino trazado implica la muerte que hayamos firmado. Pero conmueve este absurdo accidente y sus consecuencias para un alma joven, mientras observamos todas las noches en la discoteca de la esquina cómo cientos desperdician la vida bebiendo y vomitando en las aceras circunvecinas.
Es que además a estos riders venezolanos los vemos a diario por aquí. Con su desparpajo “para echarle bolas”, a la faena diaria; su sudor ligero mientras pedalean, las chicas ataviadas con franelas manga largas, para no tostarse tanto por el sol “porque venezolana que se respete no pierde nunca el glamour”; sus sonrisas, su resuelve para todo. La energía de unos ancestros que han sido más que sobrevivientes.
Por ese lugar de Moscardó no pasará la indiferencia, ni siquiera en invierno.
Con tribulación, sin conocerte, te recordaremos.