sábado, 19 de mayo de 2007

Sergio Quitral: Un poeta necesita decirse la verdad


La poeta y dramaturga, Elizabeth Schön, Premio Nacional de Literatura 1994, murió el miércoles pasado en horas de la noche en Caracas, dejando alrededor de 25 libros, el último de ellos bautizado en el 2006, titulado "Visiones extraordinarias", su obra más mística en la poesía reflexiva, pensante, responsable y sensible que escribió esta dulce mujer, tal como la reflejan sus últimas fotografías.


Justo en horas de la tarde de ese día para esta sección se entrevistó a Sergio Quitral, poeta venezolano de origen chileno, que en un poema suyo sobre la muerte interioriza: Las cayenas nos oyeron llorar/cuando/mi padre había muerto/ y se sintieron tristes/ con su belleza incapaz de distraer/la tragedia/abriéndose/ como la bella palabra es inútil/ante la muerte/flores que sólo en nosotros/se reflejan/en ellas se mece también/el corazón humano/y cerrando el paraguas/queriendo caer y aun temblando/las enterramos junto al cuerpo/y fuimos bajando/quedando por fin/en silencio/dentro del silencio.


Su apellido, Quitral, significa en la lengua indígena araucana, fuego, porque en Chile los componentes étnicos son más marcados que en otras regiones latinoamericanas. Pero según le contó el poeta mapuche Elicura Chihuailaf, en un viaje reciente a su tierra de origen, es el fuego que reúne para escuchar historias, emblema de la unión, de la conversa.


¿Se conoce la obra de poetas venezolanos en Chile y viceversa?
No hay ningún conocimiento, apenas muy vago de los que son poetas como Cadenas o Palomares. Los grandes poetas nuestros no tienen mayor repercusión fuera. Por lo menos en los poetas chilenos no encontré ninguno que conociera a los de aquí. Creo que la difusión de la poesía venezolana no llega a toda Americana Latina y supongo que sucede lo mismo con ellos porque no saben mucho lo que pasa en Argentina y muchos países.


Hay en Chile un fenómeno que no hay en Venezuela con respecto a lo poético. Hay mucha preocupación en relación con el ensayo en torno a lo poético. Como vivimos una época de diáspora, después del año 1973, ocurrió una especie de vacío literario, la memoria que se quiso conservar después se volvió necesaria en tiempos de la democracia. Para preservar el nombre de aquellos que habían desaparecido hay una gran preocupación actualmente, cosa que no sucede en Venezuela.


¿Qué sucede entonces con la poesía nuestra?
Es una poesía olvidada, muy marginal, que tiene unas características que también se dan en otros países de América Latina, la poesía oficial que está amparada por la universidad y la extraoficial que es aquella que no está amparada bajo la sombra de alguna institución.


Llegó a los 16 años a Venezuela... antes no había escrito... ¿cómo comenzó ese fenómeno que da como resultado que se sienta usted venezolano, extranjero en Chile?
El proceso de la escritura me viene a mí justamente del estado de aislamiento. Toda poesía nace de alguna circunstancia un tanto adversa. En mi caso fue un viaje sin retorno. Nosotros fuimos consecuencia indirecta de Pinochet y la dictadura porque después de 1973, del golpe militar toda la estructura política, las persecuciones y el silencio, empezamos a vivir un toque de queda permanente que duró 16 años, nos acostumbramos a una forma de vida monolítica, controlados por los canales de televisión oficiales. Mi madre, que era una empleada pública, decidió que esa forma de vida no era resistible y nos tuvimos que ir. Perdimos esa conexión con el pasado casi inmediatamente, porque significaba un desgarramiento de nuestro pasado inmediato. Pero lo interesante es que ese es un enfoque, si se quiere doloroso, pero no tiene que verse así. Para nosotros, y para mí, fue una evolución. Significó las puertas abiertas a un mundo totalmente interesante.


¿Qué fue lo primero que leyó al llegar a Venezuela?
A Vicente Gerbasi, a un poeta de Canoabo que estaba relativamente cerca de nosotros, que vivíamos en la urbanización El Molino de Tocuyito, con el que compartíamos un paisaje. Fue encontrarse de lleno con una poesía que a mí me fascinaba porque hablaba de un paisaje activo de la selva. Mi encuentro con lo sorprendente que era Venezuela en cuanto a la naturaleza dominadora, por decirlo de alguna manera, estaba en sintonía con aquel poeta que podía referir el paisaje a través de su poesía.


¿De allí viene el tono intimista de su poesía?
Es parte de mi evolución. Hay varios procesos, pero digamos que hubo un desentrañamiento: las lecturas contribuyen a formar el estilo. Uno finalmente se convierte en una mezcla de poetas universales. Tendríamos que entender que el fenómeno poético era un fenómeno de descubrimiento ligado al ser. Está conectado con uno y a la vez con lo universal. El poeta, de alguna manera, requiere echar mano de sus propias experiencias pero poco a poco empieza a encontrar una voz, producto de la experiencia y las influencias. Pero, fundamentalmente, para tener una voz se requiere estar conectado con una voz interior.


¿A través de la distancia ha idealizado Chile?
No hay nada nostálgico en lo que yo hago. No hay nada que mire necesariamente hacia el pasado. En mi enfoque lo que observo es la luz de la totalidad. Por ejemplo, cuando escribo sobre unos obreros que estaban trabajando en una casa, primero me sorprende la imagen, pero si uno considera que la tierra que ellos ciernen es donde van a parar sus huesos algún día, están trabajando con la mezcla de su propia esencia. Ellos algún día también van a ser mezclados, dice el poema.


¿Qué es lo que observa el poeta?
Trasciende la imagen. En otro de mis poemas, Gimnasio, por ejemplo, veo gente que está corriendo y trotando. Pero me doy cuenta a la vez que ellos no van a ninguna parte. Nos rodea la noche de alguna manera y, aunque todos corren y trotan, no les depara ninguna huida por lo que finalmente el poema de manera un poco lapidaria dice al final "pero la muerte viaja sentada en nosotros". El poeta tiene que tener un encuentro constante de lo unitario con la totalidad. Que también lo conecta con uno. Hay una relación extraordinaria entre los eventos más ordinarios de la vida que están conectados con cosas sublimes. Si esa relación que el poeta puede captar se conecta con uno, el poema resulta de un gran aprendizaje también.


Hay una cosa poderosa también en el poema y es la capacidad de transformación. Uno puede y a veces lo siente y esa es la conexión con el ser a la que me refiero. La capacidad del poeta es poder convertir una imagen para transformarla en otra cosa. La cosa sucia del hombre puede ser transformada en una cosa purificadora.


¿Todo poeta es escéptico?
Ahí es cuando uno tiene que tener cuidado. Por ejemplo, una vez estaba en La Guaira y se me venían los pensamiento de la tragedia. Me preguntaba: ¿Por qué pienso en el deslave si nada de lo que está aquí me dice que hay una tragedia? Lo que miraba eran enormes piedras que estaban a la orilla del mar y entonces veía la tranquilidad de las estaturas y la gente transitar por las calles... entonces, ¿por qué mi imaginación me forzaba a una escena trágica? Claro, porque hay una historia. Ahí está lo interesante: ¿Cómo ser honesto ante la situación que se presente? Lo que yo más quiero es ser lo más honesto posible con la imagen y con lo que siento. Desaprender lo que creemos que es de alguna manera.


El poema de La Guaira que se creó allí, se plantea eso: Las calles, de alguna manera, están conscientes y tratan de unir a la gente que esta allí. El mercado grita a través de la gente, aunque vaya en silencio ocupada en sus cosas. Todos sienten un estado de pérdida, pero siguen haciendo. El texto, al final, dice que nada quiere recordar. Las piedras están allí para no recordar y el mar tampoco tiene memoria. Eso de alguna manera me daba una paz interior. Estaba con mi red imaginaria atrayendo una cosa verdadera. La esencia de un poeta es encontrar los sentimientos más auténticos posibles frente a las cosas.


¿Cómo encontrarlos con medios de comunicación que alteran el ser?
No solamente los medios, sino nuestra educación. Estamos en una aparente circunstancia que nos obliga a ser de una determinada manera. Nuestros sentimientos y emociones están continuamente manipulados por situaciones que nos rodean. El trabajo que tiene que hacer el poeta es el de la conciencia. Revisar lo que está sucediendo dentro de uno y tratar de tener los sentimientos más honestos posibles. Uno va descubriendo su propia falsedad en la medida que va exponiendo las cosas y la escritura le permite revisar las cosas también. Un poeta necesita decirse la verdad, necesita estar en lucha constante con la palabra, su integridad y su poder superior.


Lo más importante es el ser. Lo que cada individuo es y pueda remitir sobre sí mismo. De cómo lo afecta a él la realidad. De lo que él piensa de sí mismo. Hacia dónde cree él que se encamina y hasta cuándo va a seguir repitiendo su propio paradigma de la rutina dentro de sí mismo.


¿El ser se puede educar?
No, porque no necesita nada. El lo tiene todo.


Por falta de espacio no podemos reproducir muchas cosas más que dijo este hombre, verdadero poeta, con quien hablar significa sentarse con el mejor amigo. Con sensibilidad decimos que su alma, como la de Elizabeth Schön, camina por el basto espacio de unos cuantos escogidos para ser lo que con alegría son.


Sergio Quitral nació en 1964, en Chile, residenciado en Venezuela desde 1980. Profesor egresado de la Universidad de Carabobo en Ciencias Sociales. Ensayista en temas de arte y poesía, colaborador de "Tuna de Oro" y revista "Poesía" en la UC. Profesor de Arte del Centro Piloto Luis Eduardo Chávez, del Ateneo de Valencia. Libros publicados: "La promesa que nos hace la Noche", 1er. Premio Bienal "Roque Muñoz", editado por Secretaria de Cultura Gobierno de Carabobo, en la colección María Clemencia Camarán (2002). "La balsa de Medusa" Colección Primer Libro Poesía de la Universidad de Carabobo (2002). "Aquel Viento sin Nombre", edición personal Hermana Poesía (2004). "Sobre tigres, hombres y sueños" Premio Conac, Poesía Concurso Nacional de las Artes, edición "Cada día un libro" (2006) (Notitarde, 19/05/2007, Confabulario).-

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