domingo, 15 de febrero de 2015

Como chorrito


Sentada en una de las tantas plazas de nuestra nación, con el Libertador y una iglesia muy cerca, resonando las campanadas de las nueve de la mañana, esperando la salida de los familiares que bautizaban a su pequeño de un año, observé a una pareja que pasaba muy cerca, tomada de las manos y escuché que ella le decía a él: “Cómo somos unos zombis mejor nos vamos, no tenemos nada más que hacer aquí”. Siguieron caminando, cruzando la plazoleta con bastante determinación, hasta que dejé de verlos porque me distraje en mis pensamientos.

La noche anterior a este comentario vi la película Interestelar y por un breve tiempo estuve alucinando sobre el comentario. Me sentí dentro de la trama del largometraje pero la incomprensión me hizo retornar rápidamente a la realidad del banco, del ruido de los automóviles, la inmovilidad de la estatua y el calor que ya hacía a esa hora.

Miré a la pareja zombi con curiosidad. Nunca había visto unos descarnados tan reales, tan cerca de mí y tan bien vestidos. El llevaba un sombrero tipo caballero de antaño, guayabera blanca y pantalón kaki,  y ella un vestido blanco y lentes oscuros  dentro de un porte elegante.

Estaba tratando de llegar del desconcierto a la claridad de esa afirmación que se contraía en negaciones, cuando se sentó a mi lado una niña y su madre, integrantes de una familia numerosa que me rodeó, con sus risas y sus expresiones, igual de cansados de la espera, fuera del templo, donde no podíamos entrar debido al grueso número de infantes bautizados, acompañados sólo de sus padres y los padrinos.

Mientras reíamos ante los comentarios del más gracioso del grupo, empecé a entender lo que había sucedido: una de las mujeres, con niño pequeño en brazos, leyó un mensaje de texto de su celular. Refunfuñó un poco y dijo en voz alta “Mira lo que me escribió Yurinda: espero estés contenta por el desprecio de no invitarme”.

Alrededor de ella se agolparon todos. Comentaron todas esas cosas que en nada ayudan cuando se reciben ese tipo de recados, pero en ese instante no cabe la imparcialidad. Esos momentos son para vivirlos completamente parcializados, con los ojos vendados, con la rabia abierta, con las groserías en la boca, con esa energía que parece que sale como chorrito por los poros. Esa es la sensación que queda: la gente quiere descargarse, jamás aguantarse.

Somos humanos, no santurrones.

Fue entonces cuando pensé en los zombis que cruzaron antes. Era evidente que ellos también sufrieron desprecio, al punto, de sentirse muertos en vida, porque no fueron invitados a estar alrededor del muchachito o muchachita a ser bautizado ese esplendoroso día de la Creación, ajena, al parecer, a todo cuanto al humano le ocurre.

Fiestas tan importantes que tienen dentro de sí la conciliación de las cosas mundanas con las espirituales, terminan siendo esa tragedia tan básica de continuar y perpetuar esta guerra en lo cotidiano. Después hasta somos capaces de preguntamos por qué existe tanta violencia.

De la iglesia fuimos a uno de esos restaurantes de pasta, sencillo, con la pretensión de comer un buen plato italiano, de esos a los que aún les espolvorean queso parmesano y uno pide que le echen bastante para contrarrestar el costo y disfrutar de un manjar que ya no forma parte de nuestra frecuencia.

Sentados allí con la cordialidad del compartir observamos que el mesonero además de atender varias mesas tenía que preparar los jugos, servir los tragos y ocuparse de la caja.

Con la paciencia y la comprensión que obligaba la situación porque al preguntarle si le pagaban tres salarios lo negó con la cabeza poniendo la cara más seria que esa mañana vi, disfrutamos de la reunión, del recién bautizado que descansaba pues ya se había quedado dormido en el carro.

La imaginación me dio a mí por saberme en otra dimensión pero en ese y no en otro lugar  que pronto pasará a estar dominado por zombis, porque de hecho ya lo estaba, sin el movimiento de otros años, cuando con igual gusto íbamos a disfrutar el derroche del parmesano que también olía distinto, no como el de ahora, más pálido y sin brillo. 

Vamos desentonando los espacios, nuestras gargantas, apenas rodeadas por pieles, van llamando lo que después no podemos recoger: los  ruidos de las carencias, incomprensiones, lamentos, maldiciones; la carga negativa de nuestro fracaso comunicacional.


Los verdaderos zombis tienen más suerte. No hablan (Notitarde, 15/02/2015, Lectura Tangente. Dibujo: https://fundarteyciencia.wordpress.com/2012/09/).-  

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