Raymond Carver |
Raymond Carver (Oregon, 1939-Port Angeles, 1988) en La Vida de mi padre (Cinco ensayos y una meditación) (Norma, 1995, Colombia) rinde un homenaje sencillo, descorazonado y tierno sobre su progenitor. Para hacerlo escribió como siempre lo hizo, de forma directa, poco descriptiva y sin metáforas que lo caracterizó al punto de ganarse aquello de autor de la “realidad sucia”, en un intento prosaico de definir su obra.
Fue honesto en su narrativa y en su capacidad de observación del mundo que lo rodeó.
Mucho se ha escrito sobre él y existe abundante información sobre su legado intelectual y sus posturas ante el mundo, incluidas muchas notas autobiográficas escritas desde la ficción y las experiencias de sus dos esposas, con licencia para escribir sobre sus experiencias de vida junto a él.
Justo su obra De qué hablamos cuando hablamos del amor es el relato metaficcional que se esconde dentro de la película Birdman (La inesperada virtud de la ignorancia), del director Alejandro González Iñárritu, quien realiza una cinta distinta, con ambiciosas combinaciones de temas, que deja un buen sabor, ahora que el cine se ha dedicado tanto a ser efectista y poco trascendental.
En primer lugar llama la atención que haya sido filmada en secuencias continuas que conllevan a una experimentación novedosa del séptimo arte, por supuesto, con buenas actuaciones y un guión que intenta apoderarse de lo más importante para Carver: el significado.
La historia de la cinta se basa en el momento que el actor Riggan Thomson estrena una puesta en escena de Broadway sobre una muy personal adaptación de De qué hablamos cuando hablamos del amor, con la que intenta superar su baja autoestima, su mediocre y pulverizada existencia y su lucha personal contra Birdman, el personaje salido del comic al que personificó y casi catapultó, hasta odiarlo y negarse a interpretarlo nuevamente.
Drama de humor negro con toques de originalidad narrativa revela fundamentalmente cuatro cosas: la lucha del hombre en la negación continua del presente, la dimensión que cobra su Alter ego, la no existencia de un ser humano (sobre todo si es actor) frente a las redes sociales y el grupo de subtramas que podrían redondearse en fuegos corpóreos frente a la paternidad, la vida en pareja, el papel de la crítica y la poesía que existe en toda evasión.
La fuerza de la trama recae en el personaje principal con características completamente llamativas: el fracaso tiene encanto humano y el de Riggan, sátira excepcional. Lucha por salir de abajo dándose el gusto de caer, nuevamente, en picada. Varias de las secuencias son memorables.
El personaje trata de alcanzar el presente desde la ficción que es su vida, sin que pueda recuperarlo, atrapado en el pasado del que no puede vanagloriarse y desde el futuro que ya sabe lo espera. Su Alter ego, Birdman, le recordará todos los días, sus fracasos, su demencial desfase existencial, su brutal realidad, que apenas consigue enmascarar con pelucas, en la endeble coquetería del espectáculo.
Su hija, Sam, a la que tiene de su lado, mas no a su lado, intenta cumplir la función de pacifista a muy duras penas porque justamente en sus venas corre la rabia acumulada de saberse hija de un perdedor alucinado, capaz de derretir cualquier ilusión; negado como hombre público a brillar en las redes sociales que le garantizarían su rápida y efectiva sobrevivencia en el mundo de la insignificancia, tan bien administrada y protegida, hoy en día.
Fracasado en su paternidad, en su vida en pareja, intenta reconstruir justo el lenguaje del amor, pero como muy bien lo advierte Carver, poco se sabe de él, desde el mismo momento en que dejas de amar a la persona que idolatraste y a la que estabas dispuesta (o) a dar el todo, cuando las cosas funcionaban bien. Tomado como una emoción, el amor corresponde de esa manera.
El papel de la crítica frente a los creadores se desnuda de una forma descarnada. La destrucción porque sí, por los sentimientos más bajos, por el poder de la palabra y del medio, aquí es mostrado en el irreflexivo bar, al que se deben los Martini. Con su guiño temperamental y grandilocuente, al final.
El último fuego corpóreo de Birdman es la poesía de la que se llena el personaje principal al momento de escapar de toda realidad y encontrar en ella los gramos de fantasía, ilusión y belleza, para alcanzar sus “poderes”, que lo llevan, porque nacieron en el ego, a concebir cosas magistrales, fuera de serie, como todo un superhéroe, capaz de auto infligirse justicia frente a la desazón de la realidad. Y ganar, como nunca, un pedazo de cielo.
En el poema Fotografía de mi padre a sus veintidós años (30-31 pp), Carver escribió: “Padre, te quiero, pero cómo darte las gracias, yo que tampoco aguanto el trago y ni conozco los sitios donde se pueda pescar”, para rendirle homenaje limpio al hombre altivo que ya, a esa edad, tenía manos vencidas (Notitarde, 01/02/2014, Lectura Tangente / Imagen:
) .-
http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Evasion-como-poesia/2015/01/31/487854/
No hay comentarios:
Publicar un comentario