Muchos filósofos son de la creencia que la realidad no humana es tan insoportable que el ser humano solo puede tolerarla por la redes del lenguaje. Uno de ellos es José Manuel Briceño Guerrero quien en su ensayo El tesaracto y la tetractis (Oscar Todtmann editores, 2002), con el anagrama de Jonuel Brigue, entre otras muchas cosas de las que escribe, señala la referida premisa con particular precisión.
Hoy en día se demuestra lo anterior en la cotidianidad. Los apagones eléctricos (nacidos por espontaneidad o por emergencia) pueden descubrir a las personas, dependientes de la tecnología y de las llamadas redes sociales y hasta de los teléfonos celulares, que pueden sentirse muy mal en la oscura soledad (doble tanda), y aunque en el pasado las velas unían y hasta podían mejorar la creatividad de las narraciones de muchos escritores, la necesidad, irreal, de estar conectados a esa realidad virtual, hace padecer a más de algún corazón, desasistido en alma y espíritu.
Lo cierto es que el ser humano inventa miles de asuntos. Impresionante es ver el mundo de las estampitas, por ejemplo.
El libro Un Curso de milagros habla de dos grandes verdades, el amor y el miedo; y sobre la realidad dice que desde el mismo momento que es juzgada no puede verse, porque hay que abandonar todos los juicios de valor para poder percibir lo que es real.
Amor y miedo. Si todo lo anterior es cierto, unos verán que el amor es el que dirige el mundo y otros dirán que el miedo en forma de venganza, guerra, envidia, zancadillas y todo el conjunto de cosas feas que a diario ocurren por doquier, son los dominantes.
Porque la amplitud del amor, quizás, es tan grande e infinita, que no todos tengamos la capacidad de verlo, en la estrechez cotidiana, que se hace pequeña aunque sea enorme en conquistas y sueños.
Pero el cosmos de las estampitas es formidable. Aquí en Venezuela o en México las tramas de la esperanza son abrasadoras. Los santos se multiplican en fe y en milagros, y aunque los precios sean módicos, las ventas descubren la cantidad, el enorme deseo de contrarrestar la realidad a fuerza de santos y oraciones portentosas.
Porque en todo caso es el amor lo que guía a los hombres y mujeres que piden, sean buenos, sean malos; se merezcan o no lo que están viviendo. Piden con devoción, muchos creyendo, otros medio creyendo, algunos soportados por la fe de otros. Y toda esa energía humana creó una realidad que los escépticos toman para decir que el hombre “con su imaginación” fue capaz de inventar al mismo Dios.
Lo que si es cierto y observando el mundo como va es que las muchas realidades que han ido formándose o que cada quien inventa para si o su cómodo o incómodo “alrededor”, terminan por imposibilitarse de ver y reconocer las luces que simultáneamente nacen por doquier.
Dada la condición de creadores y dioses, de los cielos y de los infiernos, a los que vamos por la vida muchas veces sin conciencia de la frecuencia con que se visitan, del subir y del bajar, para usar la nomenclatura tradicional, los límites parecen dominar la escena. Los avances son muchos pero no conocemos suficiente al universo que se nos ha mostrado distante y espectacular, aunque vengamos de su mismo polvo de estrellas.
En una película como “El rito”, donde el personaje del padre Lucas lleva con bastante normalidad su consumada tarea de exorcizar, trabajo nada sencillo que aparte de unas cuantas oraciones de gran poder tiene que contener una valiente e intrínseca condición espiritual, es “atacado” en un momento de debilidad, cuando la fe cae por las circunstancias vividas, y se hace débil para un enemigo dotado de oscuridad.
El trazo existencial de este padre católico, Lucas, la lucha de dios contra el otro que no voy a nombrar, el bien y el mal, vaticinan el final, porque para suerte nuestra esas personas que escribieron la biblia con bastante contundencia, expresaron que “el bien siempre triunfará ante el mal”. Esta realidad, gracias al Altísimo, superará la fuerza de todo lo que venga. Esa es la convicción que vence. Esa es la máxima inspiradora.
Pero hay gente que construye realidades a la inversa, pero ahí lo dejamos, porque forma parte de un intraducible dominio de pérdida. Y allí muchos recaen e insisten. Esa, su realidad, tiene, como todo, consecuencias, a veces, hasta un tanto irreales, porque el mundo de los fenómenos, también fue creado.
Por otra parte está el personaje con quienes muchos podrán identificarse, el seminarista Novak, atrapado en una aparente y consistente falta de fe: ésta es un don, aunque digan que es otro invento los que no la sienten. La buena noticia es que puede cultivarse.
Lo cierto es que el innombrable reconoce el infierno de cada quien. No está ni arriba ni debajo de acuerdo a esta historia inspirada en hechos reales. Está en la mente: el dolor guardado y no superado; en la rabia e ira contenida; en la prepotencia y pueden agregarse la lista de los pecados capitales. Que se resumen en siete pero son más.
Cada quien en su rito va haciendo su propia realidad. Como no debe juzgarse ni amputarse con limitadas percepciones queda decir que las estampitas son maravillosas si construyen la protección necesaria y que los pensamientos de Jonuel Brigue siguen siendo vivarachos y bulliciosos, como cuando se juega en la infancia al sentido de los mecanismos de la existencia (Notitarde, 03/04/2011, Lectura Tangente).-
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