“Reinvenciones
de la memoria” es el título de la exposición que hoy domingo, a las once de la
mañana, se inaugurará en uno de los salones del Museo de la Cultura donde el
maestro Ramón Belisario reúne sus últimos trabajos, de gran, mediano y pequeño
formato, concebidos dentro de un abstraccionismo lirico, de gran fuerza y
emotividad cromática.
Hace
algún tiempo el maestro Belisario se apartó de los lugares comunes para
realizar este conjunto de obras que representaran el trabajo digno de un hombre
de su trayectoria, “capaz de dejar un legado decente”.
Por
supuesto que exageraba porque su maestría y conocimientos han sido reconocidos
pero hay que decir “lo logró” si queremos entender que ese era su objetivo:
dimensionar la obra que lo representa y enaltece.
No
es una propuesta sencilla. Frente a cada obra hay que detenerse, observarla muy
bien, encontrar los códigos que juegan en el lienzo internamente. Hay que
descubrir las voces cálidas, frías, estridentes; copiosas, a veces, con que
Belisario inunda el mundo apresado de su niñez, decantado, en ese reposo que
parece por momentos un relincho, porque sabemos que la vitalidad de este
creador nunca ha cedido ante el deseo de inundar al mundo de su visión
artística.
Belisario
desviste el ego pero se mantiene rebelde y poseído por sus mejores fantasmas.
No se considera lineal, ortodoxo, ni abstracto, figurativo ni nada que pueda
catalogarlo. No se plantea nuevos acontecimientos dentro de la plástica así
como tampoco ninguna nueva concepción dentro de la pintura. El ofrece su mundo,
onírico, develado y velado también para que se entienda que el universo.
La
obra Chichiriviche, por ejemplo, es
un paisaje interior, sugerente. Símbolos, signos, texturas; el recuerdo del ser
que abandonó la realidad conocida por todo para abordar materialmente la
impresión, desconocida, imprecisa, desdibujada a veces en líneas que van y
vienen, que vacían la virtualidad acechada por multiplicidad de elementos:
pelotas, barcas, peces y líneas que conjugan un manto aquilatado de aguas
inéditas, jamás observadas.
Virgen del Valle
también es una obra insinuante, llena de las playas y el mar de la isla de
Margarita, manto, corona y ojos juegan a una nueva revelación.
El
enorme díptico del Tumi Sagrado
conjuga la ceremonia ritual de este símbolo recargado de la expresividad del
color y de múltiples elementos que hacen que esta obra no pueda escapar a una
compenetración atrayente y sentida. Cusco para el maestro Belisario significó
no sólo el conocimiento de las técnicas de restauración que allí aprendió sino
la conexión expedita con esas grandes fuerzas ancestrales que si bien llenan
también alteran el espíritu.
Los
ojos de los espectadores de esta gran muestra no podrán escapar a la atracción
que ejerce esta obra en toda la sala preparada por Alicia Benamú, Guillermo
Polo, Gabino Matos y el propio Ramón, porque su formato ayuda a extender con fuerza
su energía.
La
Máscara de Jade, la figura del
piache, los sacerdotes despiertos y dormidos, figura en otro cuadro la
cosmogonía ancestral que reserva para la imaginación echarla correr con el
viento.
Dentro
de la misma interpretación del paisaje utiliza geometría constructivista y en
La Barca hace alusión a la canción de Emilio José, un recuerdo de la niñez, con
partes de la copla escrita en el lienzo, jugando al Dios que son los hombres
cuando niños, juguetones, capaces de hacer barcas con hojas de papel y
papagayos con sueños.
La
forma menos precisa para contar es la utilizada por Belisario. Ello se logra
cuando existe un gran dominio plástico y lo más interesante es que en su obras
se escapan tiempos de interpretación y así como necesita grandes formatos para
expresar la fuerza de una herramienta para ceremonias de vida y muerte, en un
conjunto de doce cuadros pequeños cuenta diferentes historias de una forma más
cercana y más intima. Allí salen caballos briosos y desfigurados, máscaras,
hechiceros, jardines, playas chorreadas, falos y trazos se reinventan
constantemente.
Un
ser humano se esconde en las texturas. Analogías, contrastes y armonías de los
colores, formas, líneas lo describen. Se proclama héroe, pero no hay forma de
saber de quién se trata, si de un líder o un hombre de barro, furioso,
chorreado.
El
Hombre de Sipán, príncipe suntuoso de
la tierra, El Guerrero y El Árbol de la Vida son cuadros que
invitan a ver el mundo en forma distinta; a sentir la tierra como un paso por
los cinco elementos y transformarse en ella con la energía del verbo y del
amor.
La
mujer mirada desde adentro, desde su belleza interna; la sandía, el Cristo que
de pequeños asustó y maravilló, a la vez, son apenas una descripción somera de
esta muestra portentosa, llena de luz y que hace sentir la lucidez de todo un
creador (Notitarde, 02/09/2012, Lectura Tangente).-
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