El otro día leí por allí
que alrededor del Carnaval suceden cosas (no muy buenas) a los venezolanos, a
nosotros, todos los nacidos en esta tierra. Y en ese redondear, también a los
que viven aquí, aunque vengan de muchas otras partes, cercanas o lejanas. Lo
cierto es, que en ésta cosechada vida,
ya sabemos que ocurren muchas cosas en cualquier mes del año porque así vienen
y van los acontecimientos. El mes de diciembre, por ejemplo, desde lo sucedido
en Vargas, en 1999, ya no es el mismo, pero todos luchamos por mantenerlo como mejor
lo recordamos.
La idea anterior alimenta
esta nota sobre el carnaval. Desde hacía tiempo no asistía a un desfile,
relativamente bien organizado, donde las personas, con sus carrozas y
comparsas, y con este calor caribeño tan
intenso, daban lo mejor de sí.
Tres días apenas, entre
las dos y media y cuatro de la tarde, todo dependía de la llegada de la
alcaldesa del pueblo, que partía primero y si tenía sacos de caramelos, muy
criollos ellos, con una bandera venezolana de un costado; dieron a entender que
este pueblo, pese a todas las vicisitudes, tiene ánimo para preparar fiestas.
Los que estábamos después
de una curva, ataviados con gorras, sombreros y cavas repletas de Ley Seca, lo
primero que observamos fue un séquito disfrazado de policías y guardaespaldas.
Después supimos que no lo estaban. Era parte de su trabajo para resguardar el
primer camión donde se encontraba la intendente de ese pueblo venezolano.
Detrás de ella, otro automotor cargado de cornetas con la música tropical, Calipso, que le daba ánimo a la primera
comparsa compuesta por féminas ataviadas de sombreros, llenos de color, muy
atractivos, como de flores plásticas, que realmente no se sabía bien que simbolizaban,
pero se veían vistosas. Niñas, jóvenes y mujeres adultas bailaban con toda la
gracia con que somos capaces los venezolanos.
Después aparecieron muchos
motivos: jóvenes al estilo Marilyn en una suerte de escenografía del Can Can,
en rojo y negro; montañas que caminaban
para rendirle homenaje a diosas de la naturaleza, frutas muy nuestras como el merey
fue razón de una muy hermosa exhibición. La patilla, el melón, el aguacate. Un
árbol que tenía nalgas. Tres muchachas que hacían de garotas y un grupo de
tamboreros, al estilo de los muchachos que así lo hicieron en las favelas de
Brasil para grabar un video con Michael Jackson, daban vida, antecedidos el
segundo camión repleto de enormes cornetas que esta vez inundaban de samba.
Hombres disfrazados de
mujeres que hacían enormes esfuerzos por lucir sirenas con colas brillantes a
la luz de los mejores destellos mostrados a la luz del sol.
La caravana fue larga y
había de todo. No faltaron los disfraces de indios venezolanos y de otros
lugares, como los resplandecientes aztecas que siguen atrayendo mas por lo que
no se puede explicar por lo que se entiende.
Pasó un hombre que
arrastraba una muñeca desnuda sin cabeza. Muchos se rieron. Otros desviaron la
mirada. Daba pena ajena, pero lo que sí es seguro es que un carnaval da para
todo.
Sombreros, máscaras, telas
de diferentes colores, y los papeles de diferentes texturas (secretos de las
escuelas donde las maestras hacen con ellos grandes milagros) dieron para
bailar y disfrutar de unas fiestas que parecían perdidas. El reciclaje, dijeron
algunos, fue el arma de este Carnaval 2015. Pero eso completamente válido.
Guacamayas, venados y la
tortuga cardón (negra, con motetas blancas y sus cinco crestas) fueron llenando
espacios para el festejo, la música, los bailes y la notoria gracia con que
buena mayoría hizo de este festejo, una revelación más de lo que somos los
venezolanos.
Alrededor de todo ello el
mayor protagonista, el sol, dándole fuerza a toda la fila larga que era seguida
por los camiones cargados de sonido. Pocos caramelos repartieron después pero
realmente fue un asunto de actitud. Todos salieron y dieron lo mejor de sí.
Una mujer salió disfrazada
de yuca brava. Fue muy aplaudida.
Nadie hizo de casabe.
Y por más curioso que
parezca dentro de nuestra realidad nacional, éste año tampoco hubo disfraces de
Doña Harina Pan ni de su cortejo de mazorcas; tampoco salieron a relucir siquiera
las bolsas de detergente o esa harina de trigo que tiene nombre del ladrón de
los pobres. Sin embargo, también cabe decirlo, no hubo héroes de otras
latitudes ni patriotas. La cosa fue un poco apurada pero aquí esa sensación se
tiene desde hace mucho, por lo que no es novedad alguna. Todo lo anterior,
¿para olvidar?, ¿para seguir viviendo?
El último día del festejo
fue el peor. Poco importó el motivo del primer día, cuando se intentó mostrar,
al menos, lo bueno de lo mejor. Hubo desfile de penas, hubo que repartir
temprano a los muchachos jóvenes que no siguen ciertas tendencias, mezcladas
con la aparente normalidad de cosas que no lo son.
No necesitamos viajar a Rio
para entender lo que es un Carnaval. Basta sabernos en esta vereda tropical.
Sin siquiera reparto gratuito de
condones. Cada vez con menos espacios donde reclamar decencia (Notitarde, 22/02/2015, Lectura Tangente).-
http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Rio-para-entender/2015/02/21/491289/