El cultivo de pitaya en España es todo un éxito |
Fui a la frutería que
tengo más cerca pensando que iba a encontrar la pitaya a buen precio. Resultó
que el hombre nacido en Bangladés la tenía más cara de lo normal y le dije que
unos puestos más abajo estaba tres euros más barata. En su dificultoso español me dijo que lo fuera a
comprar allí. Le dije que no necesita su consejo: justo me marchaba para allí,
otro colmado que me quedaba unas cuatro manzanas más abajo.
Saliendo de la tienda, a
la que por segunda vez prometí no regresar, escuché una cantidad de
improperios, imagino que groserías, frustraciones y quien sabe qué otra cosa
más, en un idioma que lo interpreté tosco, desde luego, porque el hombre lo
estaba, vociferando; malgastando en una energía que lamentablemente se la
estaban tragando las frutas, para convertirse, más temprano que tarde, en las más
podridas de su negocio.
Meses antes entré a este
mismo sitio y al fondo divisé a un
hombre con una mirada tan perturbadora que me dije que más nunca regresaría y
por ello no volví a entrar, hasta que vi las pitayas, también conocidas por los
asiáticos como frutas del dragón, calificadas de exóticas, por lo que hay que
tantear precios. Los más accesibles suelen hallarse en las verdulerías de los
pakistaníes o bangladesís, porque en los puestos de fruta latinos también la
picaresca con los precios altos es una constante. En los supermercados chinos
también son más costosas.
Ese día, de regreso al
apartamento, pasé por la tienda del insultador, con una pitaya hermosa metida
en mi bolsa de tela, que pesó setecientos gramos, con la alegría de haberla
comprado más barata. Lo observé de reojo. El ni siquiera me vio, estaba ocupado
con una cliente, pesando frutas.
Mi sorpresa fue mayúscula
cuando un par de días después, tomando el café matutino antes de empezar la
jornada laboral, entró el despotricador apurado, con un billete de cincuenta
euros en la mano, pidiendo a una de las dependientas que se lo cambiara para
tener canje en su negocio.
La chica que al parecer le
conocía le dijo: “My friend… ¿te sirve que te de billetes de veinte y de diez o
necesitas de cinco?
El contestó que le diera
billetes de cinco y de diez, de una manera nerviosa (había dejado la frutería
sola y debía volver cuanto antes), con
un cierto tono de la amabilidad, que por supuesto, desconocía que tuviera.
La muchacha de origen
latino, con esa fresca disposición, se entiende con él con medias palabras en
inglés y él con medias palabras en español. Me dijo tras marcharse, que él era de
Bangladés y que era un ofensa para ellos llamarles pakistanís.
Cuando le conté mi
experiencia con my friend no se lo podía creer.
Le dije que no se
preocupara, que conocía el lado positivo de él y yo tuve la experiencia de
conocer su dark side…
Nos reímos y me despedí
para empezar mi trabajo.
Tunecinos o venezolanos,
colombianos o filipinos, llegamos con la
mejor disposición y el mejor hacer, pero hay días apetecibles y otros que
despiertan los esperpentos de Valle Inclán que llevamos dentro.
Si Bangladés tuvo alguna
vez en mi memoria recuerdo de paz, música, droga y rock and roll, ahora tiene
el regusto del calor de este verano, frutas marchitas por voces y energías que las hacen ennegrecen, sin que pueda hacérselo
comprender a my friend.
Justo en estos días el
Congreso de España discute una nueva Ley de Extranjería, con los partidos
peleados, vociferando como verduleros, que generan un ruido que no permite
saber si realmente será más beneficioso para el país y a la vez para los miles
de extranjeros que hacen vida, en esta nación.
Foto: https://bigjims.co.nz/pitaya-dragon-fruit-white-4l/
No hay comentarios:
Publicar un comentario