domingo, 21 de julio de 2024

My friend

 

El cultivo de pitaya en España es todo un éxito


Fui a la frutería que tengo más cerca pensando que iba a encontrar la pitaya a buen precio. Resultó que el hombre nacido en Bangladés la tenía más cara de lo normal y le dije que unos puestos más abajo estaba tres euros más barata. En su  dificultoso español me dijo que lo fuera a comprar allí. Le dije que no necesita su consejo: justo me marchaba para allí, otro colmado que me quedaba unas cuatro manzanas más abajo.

Saliendo de la tienda, a la que por segunda vez prometí no regresar, escuché una cantidad de improperios, imagino que groserías, frustraciones y quien sabe qué otra cosa más, en un idioma que lo interpreté tosco, desde luego, porque el hombre lo estaba, vociferando; malgastando en una energía que lamentablemente se la estaban tragando las frutas, para convertirse, más temprano que tarde, en las más podridas de su negocio.

Meses antes entré a este mismo sitio y al fondo divisé a  un hombre con una mirada tan perturbadora que me dije que más nunca regresaría y por ello no volví a entrar, hasta que vi las pitayas, también conocidas por los asiáticos como frutas del dragón, calificadas de exóticas, por lo que hay que tantear precios. Los más accesibles suelen hallarse en las verdulerías de los pakistaníes o bangladesís, porque en los puestos de fruta latinos también la picaresca con los precios altos es una constante. En los supermercados chinos también son más costosas.

Ese día, de regreso al apartamento, pasé por la tienda del insultador, con una pitaya hermosa metida en mi bolsa de tela, que pesó setecientos gramos, con la alegría de haberla comprado más barata. Lo observé de reojo. El ni siquiera me vio, estaba ocupado con una cliente, pesando frutas.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando un par de días después, tomando el café matutino antes de empezar la jornada laboral, entró el despotricador apurado, con un billete de cincuenta euros en la mano, pidiendo a una de las dependientas que se lo cambiara para tener canje en su negocio.

La chica que al parecer le conocía le dijo: “My friend… ¿te sirve que te de billetes de veinte y de diez o necesitas de cinco?

El contestó que le diera billetes de cinco y de diez, de una manera nerviosa (había dejado la frutería sola y debía volver cuanto antes),  con un cierto tono de la amabilidad, que por supuesto, desconocía que tuviera.

La muchacha de origen latino, con esa fresca disposición, se entiende con él con medias palabras en inglés y él con medias palabras en español.  Me dijo tras marcharse, que él era de Bangladés y que era un ofensa para ellos llamarles pakistanís.

Cuando le conté mi experiencia con my friend no se lo podía creer.

Le dije que no se preocupara, que conocía el lado positivo de él y yo tuve la experiencia de conocer su dark side…

Nos reímos y me despedí para empezar mi trabajo.

Tunecinos o venezolanos, colombianos o filipinos,  llegamos con la mejor disposición y el mejor hacer, pero hay días apetecibles y otros que despiertan los esperpentos de Valle Inclán que llevamos dentro.

Si Bangladés tuvo alguna vez en mi memoria recuerdo de paz, música, droga y rock and roll, ahora tiene el regusto del calor de este verano, frutas marchitas por voces y energías  que las hacen ennegrecen, sin que pueda hacérselo comprender a my friend.

Justo en estos días el Congreso de España discute una nueva Ley de Extranjería, con los partidos peleados, vociferando como verduleros, que generan un ruido que no permite saber si realmente será más beneficioso para el país y a la vez para los miles de extranjeros que hacen vida, en esta nación.

 

Foto: https://bigjims.co.nz/pitaya-dragon-fruit-white-4l/


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