Elizabeth Conde llegó a la cita con ganas de hablar y, en forma muy detallada, fue contando los pasajes de su vida "que fue difícil" en cuanto a los muchos traslados que hizo desde los llanos colombianos hasta llegar a Morón, lugar que ya había amado, mucho antes de conocerlo, por su cercanía con el mar, poderosa fuente de vida.
Comenzó a pintar a los 41 años, es decir, tarde, aunque ya en su mente siempre tuvo los dibujos, los paisajes observados en una época de soledad interior, cuando no encontraba nada que hacer, todavía muy joven, metida en lugar donde no había siquiera televisor, observando nada más que la vasta naturaleza, ofreciendo sorpresas que no pasaban desapercibidas a sus ojos, los verdes, los ríos y los seres que van trazando su destino con la infalible intuición.
Ella pinta desde adentro como todos los cultores populares también llamados artistas ingenuos o naif. Ella vitaliza la calle Los Lanceros de Puerto Cabello porque la conoce como nadie. Estuvo allí por años, dibujando y vendiendo sus obras, "cuando ese lugar conservaba la magia que ahora perdió". Una vez la rodearon un grupo de marineros que acababan de desembarcar de un barco norteamericano. Se entusiasmaron tanto con sus pinturas que las vendió todas y por varios meses envió a Estados Unidos cuadros encargados por estos muchachos que querían conservar la luz de Puerto Cabello.
"Es que queremos llevarnos algo del calor de aquí porque allá hace mucho frío" le decían turistas noruegos, quienes también bastantes obras le compraron cuando ella estaba allí, en la calle, y no era tan famosa como ahora, cuando ha ganado casi todos los premios que dan en esta zona costera. "Los demás pintores me tienen hasta rabia y me piden que no participe en concursos porque creen que siempre voy a ganar", dijo con una mueca, más que de satisfacción, de tristeza aceptada.
¿Cómo fue ese comienzo?
Al principio me daba miedo agarrar los pinceles y me ponía a temblar cuando me miraba la gente mientras yo pintaba. Con el transcurrir de los días fui agarrando más confianza.
Siempre me había gustado la pintura pero mi vida ha sido muy difícil. Cuando era niña me encantaba hacer dibujos, de lo que me venía a la cabeza, porque he sido una persona como solitaria, me iba por los rincones de la naturaleza a observarla porque me gustaba mucho; cuanto más naturaleza más me gustaba estar sola porque así me ponía a dibujar.
Me encantaba hacer escenas como de teatro. Pintando hablaba como con los personajes que había construido en mi mente, de las cosas que había vivido y de lo quería hacer y no podía. Pintar me pacificaba, me daba tranquilidad. Me "transportaba" a otros sitios.
¿Pero era porque usted era inquieta?
Muy inquieta. Cuando joven, ya que yo no nací aquí, nací en Colombia, en el centro del país, en una ciudad muy bonita, en Girardot, pero mis padres buscando mejor vida, no los juzgué por eso, se mudaron para San Juan de Arama y allí me "enterraron". Yo tenía diez años, acababa de terminar mi primaria. Me encantaba estudiar y mi sueño era llegar a ser arquitecta. Recuerdo que lloraba día y noche. No hallaba cómo salir, pero mi sueño era irme de allí. El pueblo fue creciendo y me fui acostumbrando a él. Como no tenía nada qué hacer lo que hacía era pasear, con mis cuadernos, por los ríos y esos lugares tan bonitos, con mucha naturaleza.
Cuando ya crecí y me fui poniendo señorita, obediente a mis padres, fui haciéndome en la juventud y en otros pensamientos, y mi deseo era irme de allí, bien lejos. Me revelé a mis padres. Empecé a crecer al igual que el pueblito al que le llegó, digamos, la civilización, y empezaron a hacer carreteras. Me hice amiga de una muchacha que trabajaba en unas oficinas y ella me enseñó a escribir a máquina, a llevar cuentas en un libro y llevar el catastro de las tierras, las fincas y el ganado, que por allí había bastante. Así me empecé a defender y a llevar dinero a mi mamá y a mi familia. Pero mi deseo era irme. Comenzaron a llegar los muchachos, me enamoré de un estudiante de economía. A mi mamá no le gustaba que yo tuviera novio, me tomaban la hora de salida de mi trabajo. Un día llegué tarde porque nos quedamos un viernes a hablar con las amigas del trabajo y mi papá me estaba esperando detrás de la puerta con un "rejo" y me dio una paliza. Tenía 17 años. Fue la ultima paliza que me dieron. Yo dije dentro de mí: "hasta aquí".
Conocí a un muchacho y como mi deseo era irme, porque me tenían de paliza en paliza, él y yo nos fuimos de allí. Rodando. Fuimos a Bogotá, después nos devolvimos al llano y de allí a Arauca; después a Guasdualito y de allí me pasé para Barinas. Me vine caminando. No tenía papeles ni nada. Fue en Guasdualito donde empecé a tener mis hijos y por medio de ellos me tenían que dar papeles.
Tengo cinco hijos y trece nietos. He sido como una piedra rodante.
¿Cuándo se viene a Morón?
Pensando en mi mamá decidí casarme con el hombre con quien convivía desde hacía un tiempo. Ese fue el error más grande que cometí, porque me resultó un fraude. Después que me separé de mi esposo, que duramos viviendo juntos como once años, con el caminar del tiempo me conseguí con un hombre, Darin Cera, también pintor. Como no encontraba trabajo vinimos hacia Morón y como era costurera pusimos en plena avenida un lugar donde se ofrecía el servicio. Pusimos el aviso de noche porque nos daba pena. Me llegó tanto trabajo que yo no sabía qué hacer. Me acostaba a la una de la madrugada y me paraba a las cinco. El dibujaba muy bonito y pusimos sus cuadros en las paredes. Se animó y se comenzaron a vender los cuadros. El decidió irse a la calle Los Lanceros para aprender a pintar más. Ibamos allí los fines de semana, esa era nuestra distracción. En los años 90' él empezó a portarse mal conmigo. Lo empecé a ver diferente. Eso fue difícil y duro para mí, porque no quería aceptar esa ruptura. Ya tenía a mis hijas estudiando en el liceo.
Hubo un día que me subí por una colina de un terreno donde habíamos hecho una casita y en medio de los árboles empecé a hablar con Dios. Le pedí que me ayudara. Le pedí un trabajo donde yo ganara más para poder mantener bien a mis hijos. Lloré bastante y me desahogué. Siempre he tenido problemas pero guardo esperanza.
Todos los días de mi vida le doy gracias a Dios porque la pintura me sacó del hueco donde yo estaba. Fue un milagro de Dios. Estaba en un laberinto y ha sido el arte el que me dio otra visión de todo, me sacó todo lo que tenía dentro. Desde que empecé a pintar soy una mujer feliz (Confabulario/Notitarde, 20/06/2009).-
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