Para que a Liliana no se le desataran esos celos compulsivos algo debía estar pasando. No era normal, si dentro de ella cabían los ataques que sufría cada vez que veía a su marido recibiendo llamadas de mujeres o de clientes. Pero resulta que esta mujer que andaba muy amorosa hablando cerca de él, era más mayor de lo que aparentaba, una vaciladora empedernida; amiga y vecina de su mamá de toda la vida.
Ella en estos momentos tenía otro tipo de ansiedad. Ya tenía las piezas del nacimiento. Había comprado un nuevo “niño Jesús”, revisado las luces y chequeado todo el conjunto de figuras y casas. Este año lo iba a hacer pequeño, en un rincón que se apreciaba desde la puerta principal. Estaba cansada de hacerlo del tamaño de la sala. Los hijos y nietos la ayudaban a armarlo pero nadie venía a desarmarlo.
Pero allí no radicaba su preocupación. Eso era más bien un entretenimiento. Ya tenía apartada la botellita de vino blanco que iba a tomarse mientras hacia el pesebre y hasta había preparado los primeros bollos para poder celebrar en familia las luces inaugurales de ese momento.
Mientras observaba a su esposo de reojo riéndose con la vecina volvió a la despensa. El pote estaba más vacío que de costumbre. ¿Y quien se vació este perol sin yo darme cuenta? Era el alimento que guardaba para sus nietos cuando se quedaban con ella en las tardes, por lo que no entendía la sustracción.
Luisito era el más pequeño para encaramarse a agarrarlo. Descartado. La cosa tenía que estar entre Bohemia y Alejandrita. Las dos eran bien tragonas y cuando se juntaban eran temibles pero últimamente no las dejaban juntas, así que tenía que descubrir qué era lo que pasaba.
La cosa era que ella estaba pendiente. No las dejaba solas. Siempre estaba observándolas mientras tenía o veía televisión. “Esos muchachos de ahora no se les puede despegar un ojo de encima… no se qué pasó… debe ser la tecnología y tantos aparaticos en las manos, los que han echado a perder tanta familia”.
De pronto le vino a la memoria una pregunta que la irritaba: “¿Abuela, no te vas a bañar?”. Ella lo hacía todas las tardes. Tenía una hora pautada. Lo dedujo rápidamente. Esa era Alejandrita que esperaba que se fuera a dar esa refrescante ducha de las tres. No había dudas. “Con razón la muchachita está tan pendiente de mi baño… y yo creyendo que le olía a sudor… lo que busca es robarse el Cerelac”.
En su cabeza imaginó todo lo que iba a hacer con la próxima visita de la nieta. Satisfecha consigo misma por resolver tan rápidamente el enigma, colocó las cajas que iban a dar los diferentes niveles al pesebre, echó la tela y se puso a brindar ella sola, mientras veía a su marido escuchando un cuento que al parecer era más serio, de todos cuanto había echado esa tarde la vecina.
Después de colocar arrieros, animales y poner todo en la dimensión lógica del espacio acalorada por el vino y por el ajetreo, se sentó.
“Debemos estar en crisis. Y una muy grande cuando me doy cuenta que mis nietos me roban el Cerelac. Jamás había contado las cucharadas de esos potes y mucho menos estar pendiente si alguien agarraba…”, pensaba mientras la vecina intentaba sacarla de sus deducciones.
- Lili, chica, que te estoy hablando… ¿te acuerdas de la vieja Edith? Le estaba contando Armando del episodio aquél…
- Ya sabía que estabas chismeando. ¡Cómo te conozco! Ven para acá y dime como ves la escala en esta nueva dimensión del nacimiento.
- Yo lo veo perfecto. Creo que Armando también. A ti el vinito te hace agarrar mejor perspectiva de las cosas…
- Estas navidades parecen más cortas y ni siquiera han comenzado. Oye Armando, mi amor, tráeme el alimento que está en la gaveta de la cocina, que ya tiene poquito y lo necesito para el pesebre…
Armando se lo llevó. No le preguntó nada a su mujer porque ella siempre tomaba decisiones inusuales.
“Justo el pote le dará al Ángel esa dimensión elevada y especial porque esta vez no voy a colgarlo como si fuera un extraterrestre. También es mi petición personal pa’ ver si Alejandrita me deja esa maña de robar lo que puede pedir…”
- Lil ¿y por qué ese frasco justo allí?, le preguntó la vecina.
Ella no le contestó. Sirvió vino en las copas y los puso a brindar. ¡Bebida espirituosa que la inspiraba y todavía le hacía armar el pesebre de Navidad!
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