domingo, 15 de julio de 2012


Por hacer

Llegó a mí sin entenderlo. Acababa de morir Larry, por la fuerza de un destino practicado en antiguas tierras. Al verla, no me gustó. A nadie le deleita algo impuesto o improvisado. Olía mal y fue maltratada. Miraba como gorgojo. Tenía hambre y a punto estaba de pasmarse. Blanca, ojos azules con dos fondos de estrella, mirada desafiante.

Durante el recorrido hacia la casa, a bordo del carro, lució tranquila. Apenas unos gruñidos inconfesables hicieron que la llamáramos, Chilli, a la gatita más sortaria que he conocido. Tuvo que aprender que la vida son caricias en vez de patadas. La tiraban, por la ventana, cerro abajo,  donde nació.

Los primeros días, adaptación. Inquieta, con la energía nueva no dejó de tocar cuanta cosa sentía atractiva. El patio de la casa se convirtió en su selva, el disgusto fue enorme cuando cazó una mariposa, después atrapó un pájaro y más adelante una mosca.

Cinco, seis, siete moscas muertas conté, un día, mientras observaba como Chilli miraba intangible, mientras mordía las trenzas de unos zapatos.

Tuvo su encontronazo, como todos. En la laguna estaba Clotilde, la garza blanca, de patas y pico negros. Tenía más tiempo que ella viviendo allí, pero la ignorancia, como todos saben, es atrevida.

Cuando Chilli la descubrió se volvió como loca. Además de su centro, su cuatro llanero, sus castañuelas y su fin, entendió que era el principio del deseo. No pudo dejar de jugar en el patio.

Clotilde volaba, una y cien veces, buscando un refugio seguro, ante la insistencia de Chilli. El revoloteo duraba horas, agotadoras, en la que la garza no podía siquiera continuar el rito del apareo, con Maury, un macho medio rancio que revoloteaba la zona.

Por supuesto que le hablé muchas veces. Tranquilízate, encuentra tu camino, pídele lo que deseas al universo. Pero Chilli parece mucho más clara que yo. Mira a la garza con devoción amorosa.

Apenas pierde tiempo para comer aunque lo hace desesperada porque pasó hambre después de nacer, sin embargo por poco tiempo. Ahora, los huesos están duros, sus músculos fibrosos.

Ella sabe que se porta mal y que su personalidad me gusta y me irrita, a la vez. Por eso me busca. Deja la garza y corre hacia a mí, ronroneando a cien por hora, para que me crea que eso es amor. Yo me lo creo, soy estudiosa de la turbo-ficción; me amparo en la maravillosa realidad de la invención.

Todos los gatos se levantan apenas sienten un ruido, un rumor, un movimiento, un aleteo; un pitazo de águila, por más lejos que se encuentre. No sé cómo lo hice pero esa madrugada; pero me levanté sin que Chilli se diera cuenta. La verdad es que lucía desmayada, mientras dormía.

Empecé a caminar alrededor de la laguna. Vi a Clotilde, sentí las notas queridas de “Blackbird”, de The Beatles, del elepé blanco, que tantas veces escuché con mi hermano, cuando entendía las muchas cosas que después se me fueron olvidando, con una fuerza aplastante y vertiginosa.

Tomé la decisión. Chilli no había hecho caso alguno. Le hablé de la paz, ella quería morder. Le mencioné el amor y ella saltó boca arriba, enseñando barriga y cuatro patitas, grises y algodonadas. Le dije que tenía que tener tranquilidad con el vecino y corrió como fiera hacia Clotilde.

Que respetara, eran, por lo menos, blancas las dos.

Todo fue en vano.

Hay que atender la diversidad, Chilli, no todos pueden ser como tú.

No hizo caso.

Corrió y corrió hasta que un día alcanzó a arrancarle una pluma a Clotilde, tan asustada y furiosa, que parecía una brújula en aprietos.

No me quedó otra opción. Coloqué un muro. Una cerca de hierros cortos y apretados con los que Chilli no pudiera perturbar a Clotilde. A través de ella se miraron como estirpes jamás presentadas y desconocidas.

La confianza no pudo ser renovada. Clotilde observaba, con gran pánico, cómo el juguete favorito de Chilli era su ahora maloliente pluma blanca, a la que mordía, acariciaba, lanzaba pa’rriba y coqueteaba con increíble ardor gatuno, a sus ojos.

Me senté cerca de las dos. Les hablé de la bondad de la hermandad, del amor, del respeto. Chilli recibió dosis intensa de valores.

Pero ella insistió con su conducta irregular. Desafió mis dones. Le expliqué que los seres humanos estábamos llamados a llevarnos bien, a perdonar, a entender la ignorancia de nuestros enemigos, la pubertad en nuestros hijos y el desafío de los tiempos.

Chilli, gata blanca, no entendía. Clotilde, igual cazaba. Todo, alrededor, vivía. 

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