Por
hacer
Llegó
a mí sin entenderlo. Acababa de morir Larry, por la fuerza de un destino
practicado en antiguas tierras. Al verla, no me gustó. A nadie le deleita algo
impuesto o improvisado. Olía mal y fue maltratada. Miraba como gorgojo. Tenía
hambre y a punto estaba de pasmarse. Blanca, ojos azules con dos fondos de
estrella, mirada desafiante.
Durante
el recorrido hacia la casa, a bordo del carro, lució tranquila. Apenas unos gruñidos
inconfesables hicieron que la llamáramos, Chilli, a la gatita más sortaria que
he conocido. Tuvo que aprender que la vida son caricias en vez de patadas. La
tiraban, por la ventana, cerro abajo,
donde nació.
Los
primeros días, adaptación. Inquieta, con la energía nueva no dejó de tocar
cuanta cosa sentía atractiva. El patio de la casa se convirtió en su selva, el
disgusto fue enorme cuando cazó una mariposa, después atrapó un pájaro y más adelante
una mosca.
Cinco,
seis, siete moscas muertas conté, un día, mientras observaba como Chilli miraba
intangible, mientras mordía las trenzas de unos zapatos.
Tuvo
su encontronazo, como todos. En la laguna estaba Clotilde, la garza blanca, de
patas y pico negros. Tenía más tiempo que ella viviendo allí, pero la
ignorancia, como todos saben, es atrevida.
Cuando
Chilli la descubrió se volvió como loca. Además de su centro, su cuatro llanero,
sus castañuelas y su fin, entendió que era el principio del deseo. No pudo
dejar de jugar en el patio.
Clotilde
volaba, una y cien veces, buscando un refugio seguro, ante la insistencia de
Chilli. El revoloteo duraba horas, agotadoras, en la que la garza no podía
siquiera continuar el rito del apareo, con Maury, un macho medio rancio que revoloteaba
la zona.
Por
supuesto que le hablé muchas veces. Tranquilízate, encuentra tu camino, pídele
lo que deseas al universo. Pero Chilli parece mucho más clara que yo. Mira a la
garza con devoción amorosa.
Apenas
pierde tiempo para comer aunque lo hace desesperada porque pasó hambre después
de nacer, sin embargo por poco tiempo. Ahora, los huesos están duros, sus
músculos fibrosos.
Ella
sabe que se porta mal y que su personalidad me gusta y me irrita, a la vez. Por
eso me busca. Deja la garza y corre hacia a mí, ronroneando a cien por hora,
para que me crea que eso es amor. Yo me lo creo, soy estudiosa de la turbo-ficción;
me amparo en la maravillosa realidad de la invención.
Todos
los gatos se levantan apenas sienten un ruido, un rumor, un movimiento, un
aleteo; un pitazo de águila, por más lejos que se encuentre. No sé cómo lo hice
pero esa madrugada; pero me levanté sin que Chilli se diera cuenta. La verdad
es que lucía desmayada, mientras dormía.
Empecé
a caminar alrededor de la laguna. Vi a Clotilde, sentí las notas queridas de
“Blackbird”, de The Beatles, del elepé blanco, que tantas veces escuché con mi
hermano, cuando entendía las muchas cosas que después se me fueron olvidando,
con una fuerza aplastante y vertiginosa.
Tomé
la decisión. Chilli no había hecho caso alguno. Le hablé de la paz, ella quería
morder. Le mencioné el amor y ella saltó boca arriba, enseñando barriga y
cuatro patitas, grises y algodonadas. Le dije que tenía que tener tranquilidad con
el vecino y corrió como fiera hacia Clotilde.
Que
respetara, eran, por lo menos, blancas las dos.
Todo
fue en vano.
Hay
que atender la diversidad, Chilli, no todos pueden ser como tú.
No
hizo caso.
Corrió
y corrió hasta que un día alcanzó a arrancarle una pluma a Clotilde, tan
asustada y furiosa, que parecía una brújula en aprietos.
No
me quedó otra opción. Coloqué un muro. Una cerca de hierros cortos y apretados
con los que Chilli no pudiera perturbar a Clotilde. A través de ella se miraron
como estirpes jamás presentadas y desconocidas.
La
confianza no pudo ser renovada. Clotilde observaba, con gran pánico, cómo el juguete
favorito de Chilli era su ahora maloliente pluma blanca, a la que mordía,
acariciaba, lanzaba pa’rriba y coqueteaba con increíble ardor gatuno, a sus
ojos.
Me
senté cerca de las dos. Les hablé de la bondad de la hermandad, del amor, del
respeto. Chilli recibió dosis intensa de valores.
Pero
ella insistió con su conducta irregular. Desafió mis dones. Le expliqué que los
seres humanos estábamos llamados a llevarnos bien, a perdonar, a entender la
ignorancia de nuestros enemigos, la pubertad en nuestros hijos y el desafío de
los tiempos.
Chilli,
gata blanca, no entendía. Clotilde, igual cazaba. Todo, alrededor, vivía.
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