Recursos narrativos
existen muchos. Hemos visto novelas en primeras personas del singular y también
del plural. Desde la Biblia, que para Gabriel García Márquez debe leerse como
una pieza literaria, donde por demás hay un capitulo desde la perspectiva de un
pueblo que cuenta su historia, como también lo hizo Elena Garro en Recuerdos del Porvenir con Ixtepec; son
muchas las búsquedas, los sortilegios que van adentrándose en el universo
creador humano.
No es de extrañar entonces
que en la novela, llevada a la pantalla grande, La ladrona de libros, escrita y convertida en best sellers en el
2005, sea la muerte, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la que eche mano
de la historia, con cierta resonancia sensiblera, de la que creemos carece, no
por sí misma, sino por los artificios con que los seres humanos la han
inventado, buena mayoría de veces, cuando se le consigue más de forma cruel que
de forma equilibrada, como se decora la película de Markus Zusak.
La imaginación salva, así
como la lectura y la escritura. Y todo ello es a través del amor que crea un
circulo tan poderoso que es capaz de destronar al miedo, a su vez, creador de
los horrores más temibles que protagoniza la humanidad, ahora, sin ir más
lejos, con la abominable experiencia de las niñas de Nigeria, secuestradas y
violadas, por unas ideas tan radicales que hacen ser muy pesimistas con el
futuro del globo terráqueo.
Los personajes de esta
trama ficticia, creíbles unos más que otros, corresponden a ese constante
recuerdo que el séptimo arte, la industria del cine, tiene para con los seres
humanos del siglo XX y éste siglo. Los relatos que tienen que ver con el horror
nazi no dejan de decirnos también que la ronda del mal continúa. ¿Perpetua?
¿Servirá esta memoria en
el celuloide para cerrar capítulos vivenciales? ¿Su exposición constante traerá
paz y perdón?
En The Book Thief se busca crear una armonía entre la calle, la nieve,
la enfermedad, la guerra y la necesidad de permanecer oculto cuando se es
perseguido; y dos personajes inocentes, dos niños que se experimentan en la búsqueda
de las verdades y las mentiras, frente al declive del heroísmo y lo que
verdaderamente hay que conservar.
En cierta manera hay un
lenguaje de ciudad, muy distinta a las nuestras, por supuesto, ambientada en un
espacio totalmente controlado como lo es un escenario. Pero es en todo caso en
la calle de ese pueblo palpable para el cine donde los personajes se encuentran
y se distancias; donde se reconocen los unos y los otros; donde la
sobrevivencia canta sus fulgores y sus decadencias.
Otra historia, un poco mas
nuestra, revelada en la cinta Pelo Malo, de Mariana Rondón, cuenta la historia
de Junior y su imperiosa necesidad de domar su cabello para sentirse un poco
mejor con su imagen que ya presiente de artista y como la repulsa de su madre
al intuir que su hijo podía ser homosexual, lo ubica en el rechazo más que en la
aceptación.
Lo visualmente llamativo
de esta película venezolana, reconocida en numerosos festivales como buena,
porque lo es, es la ciudad que allí se narra, además de la anécdota escrita por
la propia directora.
Yace en la subtrama esa
Caracas de a pie, como dirían ahora algunos, donde todo cuesta, donde el caos
compite con los deseos de sobrevivencia. La cámara de esta realizadora hace
unos paneos y juegos perfectos con el personaje que magistralmente interpreta
Samantha Castillo, madre de Junior, durante su paso por la convulsionada urbe a
la que apenas mira porque la intuye montaraz, como si misma.
En la Caracas del 23 de
enero no hay tiempo sino para estar preso y ver los edificios, enfrente uno de
otro, como si fueran lapidas funerarias, unas sobre otras, como existen en
numerosos cementerios europeos, sólo que aquí hasta fallan las flores.
Los sueños de la niña que
quiere convertirse en Miss, los deseos de Junior que hilvanan su propia
creación en los apenas manifestados muñecos que elabora con fósforos y coloca
en los peldaños de los bloques; los temores de la madre y los convencimientos
de la abuela dejan realmente el sabor de una historia narrativa completa;
redonda.
En Bad Hair la ciudad es tan real, tan innegable que aparece la Virgen
con una metralleta, mientras que en el largometraje de Brian Percival, el espacio físico es el
intercambio y reconocimiento de lo externo, como piensan algunos que debería
ser lo histórico, desde lo ficticio.
La Caracas dura, nada
amigable. La del miedo. La del pasar rapidito. La que mira con ojos sospecha a
todo aquel que se acerque es protagonista de Rondón.
Los ladrones, no
precisamente de libros, en todo caso, no tienen nada amable como si parece
sentirse en esa otra historia, la alemana, mucho más trágica, en el fondo, que la de aquí (Lectura Tangente, 11/05/2014, Notitarde).-
Foto: nuovocinemalocatelli.com / www.movieplayer.it
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