Ese afán por globalizar la
aldea que se cimbra cada vez que se pretende vincularla a los múltiples hechos
que la acontecen revela que esa palabra siempre ha estado más vinculada a la
exactitud de unos pocos que a la distorsión de mayorías. Toda aldea es un lugar
remoto sin jurisdicción propia y cuando le acuñan el término globalización le
están impregnando una categoría que le queda grande. Todavía.
Sin embargo, las noticias envuelven con la vinculante
condición de hacernos creer que justo debemos preocuparnos por lo que se
transmite, aún cuando, en primera instancia, se sabe, no hay nada falaz en ello. Por el contrario,
ese derecho a ese bien universal que es la información, es el principal motivo
porque exista hoy por hoy en el mundo una lucha que se libra con tintas muy
disimiles entre sí: la sangre humana y la que se utiliza para escribir e
imprimir. Lo cual indica que la comunicación
es vital, aún cuando quede mucho por hacer.
Al observar las escenas de
todo lo acontecido con la revista semanal Charlie Hebdo, en pleno corazón de
París, ese vuelco informativo de todas y cada una de las cadenas de televisión,
los medios impresos y las muy rápidas redes sociales (que conllevan
menospreciada irresponsabilidad) se hacen eco de ese deseo porque atrapen los
culpables de una acción cruel, desproporcionada e injustificable, por usar un
trío de epítetos ante lo sucedido.
La garantía de que eso
sucediera era cuestión de horas. Así ha sido porque también se trataba de un
país organizado y aunque todas las conjeturas posteriores a ese hecho rebelen
fallas en la protección a esa sala de redacción amenazada de muerte, Europa, no
así el resto de los Continentes, actúa eficazmente contra el fanatismo.
El poder de las ideas
demuestra su fortaleza y su vulnerabilidad. El ser humano, una vez más, su
indefensión ante el fundamentalismo religioso.
La aldea, que apenas
despierta ante su globalización forzada después del Día de Reyes, se involucra
ante los acontecimientos, emite opiniones y también genera reacciones esperadas, desesperadas y las nunca bien
recibidas como las del efecto dominó que puede atrapar a los radicales del lado
opuesto.
Pero más que llamar a la
venganza se han escuchado voces hacia la solidaridad y la palabra que más se ha
mencionado tanto en los medios como en las personas entrevistadas o portadoras
de breves pancartas ha sido la libertad. Por ella muere el director de este
magazine, Stephane Charbonnier, decidido
a defenderla con la convicción de que el talento de la libertad radica en la
luz pétrea que irradia, esplendorosa para la mayoría, insoportable para los
enfermos de Alma.
En Latinoamérica hemos
visto recientemente la persecución a caricaturistas y en nuestro país, el
recién finalizado año, fue testigo de la persecución que sufrieron porque el
Poder (el de ayer pero sobre todo el de hoy) no admite criticas inteligentes,
valientes y visualmente atractivas como las que estos artistas producen. Justo
allí es cuando vuelve a salir esa gloriosa fuente de la libertad que no admite
cuerdas gordas ni delgaditas. La libertad nace para expandirse y el único corsé que admite es el respeto.
Libertad sin respeto es
una ineficaz combinación, desconocida para una parte de la humanidad, sobre
todo aquella que intenta, siendo minoría, hacernos creer que el mundo debe
girar bajo la tropelía del Ego y sus tan raras y multifacéticas combinaciones
que la van convirtiendo en un monstruo de inmensas proporciones, sin embargo tan
fácil de derribar, que aún no somos capaces de verlo.
Los seres humanos somos
mejores que esa consecuencia ocurrida en Francia. Con todas los desvaríos
ocurridos en nuestra Venezuela, salvando las distancias, claro está.
Mejores que el ver en
repetidas ocasiones más noticias vergonzosas que enaltecedoras. Mejores que el
fanatismo, el extremismo y las borrascas de venganza que pululan en casi
mayoría de películas occidentales para después preguntarnos por qué se calienta
el corazón ante los hechos que calificamos de injustos.
Frente a esos seres
humanos preparados para matar y allí hay que incluir a los militares que
preparan para “defender” naciones e ideas políticas de bandos, no importa
cuáles sean, valdría preguntarse si los
seres humanos que conformamos la otra parte, la buena parte de todo esa aldea
llamada, ahora, global, sin serlo, estamos interpretando bien los
acontecimientos.
Me atrevería a decir que
no pensando en que con tantos años de civilización no hemos avanzado mucho en
cuanto a las cosas realmente importantes como convertirnos en mejores
individuos por y con la convicción de que ya lo somos.
Vivimos como pescando
pirarucús, esos pescados gigantes de la Amazonia, que requieren de un esfuerzo
para extraerlos, no tan magnánimo, y del que se aprovecha su generosa carne
blanca casi sin espinas y todas sus partes que permiten crear instrumentos como
abalorios, limas o rayadores de frutas. Es decir, aprovechándonos de lo
cercano, de lo fácil y dejando pasar las cosas que nos vemos imposibilitados de
arreglar. Que requieren esfuerzo y afirmativamente, una vez más, si tienen solución (Notitarde, 11/01/2015, Lectura Tangente, imagen: ).-
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