Si tuviera en estos
momentos razones para estar cansada quizás no hiciera otra cosa que derrumbar
todas mis energías viendo casi todos los canales de televisión que brindan tan
poca cosa y fingen ofrecer tanto, para luego dedicarme a las pocas tareas que
casi ningún día quiero hacer, reunidas en la rutina, en la cotidianidad y en
las innegables consecuencias de la vida efímera.
Pero cómo puede el
cansancio abrumar cuando hay tanto por hacer. Justo después de lo anterior
expresado uno recuerda que aunque falten diez, veinte, treinta, cuarenta y
hasta setenta años más, la vida es sencillamente corta, porque a cada nuevo día
se va sumando la sabiduría que contribuye a lo que no se debe repetir y como
dulce regalo, lo que no se viviría de igual manera, con la sorpresa de
entenderlo, muy para adentro, casi en clave Morse, porque por más que se lo
quieras transmitir a los otros, estos poco entenderán lo que quieres decir y esperarán las muy suyas lógicas y necesarias secuelas.
Para activarse frente a la
vida o continuar con la marea vital que permite cumplir con todos los ciclos no
hay que estar siquiera informado de lo que dicen los medios que ocurre con la
realidad porque todos sabemos que ninguno podría resumir siquiera un día en la
vida de cualquier ser humano por más rico, pobre, famoso, desconocido,
filántropo o necesitado, sea.
Los matices, las resplandecientes
luces, oscuridades, y los tonos que van desmollejando la gama de colores,
pasando por los incólumes grises, jamás podrán mostrarse en un aparato que
intenta reunir noticias en ese negocio más que son los medios, ahora un poco
desordenados y sin saber cómo obtener controles y primacías, frente a la
voracidad de transmitir que tienen las nuevas redes, y la misma necesidad
sembrada por ellos mismos de hacerse y crear falsos protagonistas por doquier.
El ánimo e impulso,
desprovisto de lo material, tiene ese camino claro de obtener todo lo que
deseamos. No hace falta más nada si queremos pensar en forma radical o para
suavizar la premisa, hace falta muy poco, después de otorgarle al dinamismo la
dirección correcta.
La pureza que se obtiene
al nacer, desprovistos de las unidades culturales que van cargando y ensuciando
innecesariamente nuestras energías, que alrededor de los treinta y buena parte
de los cuarenta años, hacen las peores jugadas a los seres humanos, empieza
nuevamente a desmelenarse a los cincuenta, para ir tomando la lucidez que con
salud física e interior puede declararse.
Pero la civilización,
atorada, necesitada de la rapidez de una subsistencia absurda, entiende que los
jóvenes tienen la energía pero no el poder, por lo que la segunda empieza a
contaminar a la primera, y por ello percibimos a los que ahora tienen en sus
manos romper con la decrepitud de tantos años, un envoltorio de hojas de
hallaca rancias que los cubre, ya casi sin más nada que hacer, que dejarse
llevar por la decadencia de los sistemas pervertidos a los que ellos estaban
llamados a transformar, no solo en teoría sino en contundente practica.
¿Cómo inyectar optimismo?
¿Animo de vida? ¿Ganas por hacer?
Nada más desaprovechador
que ir por la vida con el hambre de vivirla al día al día siguiente, esperando
que ocurra lo que no somos capaces de producir.
Igual que el que anda
deprimido teniendo tantas, casi infinitas posibilidades, de hacer.
Días altos y por supuesto,
días bajos, existen. Lo mágico es que aprendemos de ambos y dicen los
escépticos que hasta de los segundos mucho más. Pero es evidente que los
parámetros también existen para ser cambiados y la clave para toda transformación
justo está allí.
Queremos soluciones sin
entender las dinámicas de los tiempos, permitiéndonos entrar en rumores
inaccesibles, de los que no entenderemos jamás sus orígenes, para después
asombrarnos que fuimos arrastrados por mentiras o intereses de los que ni siquiera
podíamos sospechar. Queremos pasar por
listos y la buena mayoría de las veces somos incautos. Y así con todas
las cosas que observemos. Pero es fácil dejar de profundizar en ello cuando a
cada rato repetimos que no hay tiempo y saltamos de una cosa a otra, sin sacar
cuentas del grotesco porcentaje hacia la banalidad que permiten los instrumentos
en nuestras manos que desafían perfecciones tecnológicas frente a nuestros
incoherentes comportamientos.
Todo amanecer, un
comienzo. Todo anochecer, un remanso. Toda la continuidad del sol, una oración.
Toda la luna un sortilegio para calmar esas ansias que cubren de ceguera,
sordera y sensaciones: la breve pero alta manifestación de pertenecer, desde
ya, a un mundo mejor y muy, pero muy, posible (Notitarde, 04/01/2015, foto; ).-
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