Las calles de Madrid
llenas de gente en todas y en cada una de las direcciones que aparecen en el
gran redondel turístico, son la constante. Por más que intentes escabullirte
por callejuelas algo más solas, encontrarás a un par como tú descubriendo
igualmente nuevos rincones o preguntando direcciones del entramado común,
porque se han extraviado del destino escogido. Para muchos estas aglomeraciones
son agradables, para otros, detestable. Desde hace mucho, paisaje cotidiano. Ya
no existen temporadas para los turistas. Todo el año están allí. Día tras día.
Arrastrando maletas, haciéndose
selfies, pidiendo que se les haga una foto, preguntando direcciones,
maravillados con lo que ven. Agotados e insistiendo en el deseo de continuar
con la fiesta que parece venderse tan bien en España.
La novedad por estos meses
son un conjunto de obras que han ubicado por rincones algunos más -otros menos-
conocidos, con esculturas de las Meninas que los artistas fueron revistiendo
con creatividad. Las hemos visto adornadas de flores, de diversos y múltiples
colores, y estampas. Todos las han enfundado con sus estilos.
Desde que Diego Velázquez
las inmortalizó en su cuadro La familia de Enrique IV, conocido como Las
Meninas, porque aparecen ellas rodeando a la Infanta Margarita Teresa de
Austria, muchos son las artistas que al
estudiar al pintor descubrieron fuentes
de creatividad e hilos de inspiración. Todos se han retroalimentado y han sido capaces
de sacar provecho a esta obra maestra, que se puede ver en el Museo de El
Prado, terminada por el pintor en 1656, en la que reunió una serie de aciertos
estilísticos, capaces de deslumbrar a quienes se acercan a ella, sean
especialistas o no.
Meninas
como aire
A nadie deja todavía esta
obra indiferente. Desde Goya, pasando por Manet, Picasso y generaciones enteras
de artistas sintieron aquello que con muy buen criterio calificó José Ortega y
Gasset como la “instantaneidad de la escena”. La obra tiene elementos atemporales
como si solo pudiesen ser captados en los breves segundos que el obturador abre
la luz a la cámara oscura, en contraposición, con los momentos meditados,
reflexionados, capaces de reunir la sabiduría alcanzada por Velázquez: el
momento histórico de un monarca, la potencialidad de la decadencia y el
aburrimiento frente a cierta emisión de autenticidad.
¿Cuál es el encanto de ella
si el instante inmortaliza gesto de rechazo por parte de la Infanta?
Justamente allí. Velázquez
aporta naturalidad dentro de la rigidez del cuadro que parece un escenario
abierto donde además se representa pintando junto a ese grupo de niñas que, al
visitarlo a su estudio, debían tener la curiosidad y el encanto propios de
ellas, aunque ataviadas con el incómodo corsé de las normas sociales.
La rebeldía del gesto de
la Infanta, seria y circunspecta, la atención de las otras dos niñas,
preparadas para velar y atenderla, refresca de por sí, lo que en lenguaje
teatral sería una puesta en escena, con la amplitud de los techos y las paredes
revestidas de cuadros. Sin improvisación alguna, por demás. Allí nada falta,
nada sobra. Todo milimétricamente estudiado.
Homenaje
a Velázquez
Por eso cuando vimos que José
Coronel había nuevamente revivido a la
Infanta Margarita, figura principal de Las Meninas, con el color lirico de su obra, al pasar de
nuevo a la figuración, tras estar
reposado por años en el abstracto, en homenaje a Diego Velázquez; sentimos
regocijo por el resultado.
Quizás sea breve su paso
por la figuración y pronto vuelva a adentrarse en el mundo de su expresionismo
lirico contemporáneo pero es un descubrimiento que no hemos querido pasar por
alto.
Da gusto ver como un hombre
por años indagando en el ancestral universo de los colores y su luz, retorne a
la figura humana o animal para, sin proponérselo, crear una nueva cosmovisión
alrededor de los personajes que realiza.
Las realizó en el 2016 en
Nueva York y actualmente las expone en la Galería Art Espacio, en el Miami
District Design o en el barrio Distrito del Diseño de Miami, punto de encuentro
de artistas del mundo entero.
La riqueza de estas nuevas
meninas de buen formato se puede apreciar en el baño de color que llevan. La
inyección de luminiscencia las reanima y las vuelve mucho más sentidas,
respetando la concepción del maestro Velázquez, quien en la sana proporción de
la composición, ya histórica, mantuvo el poder del rol desempeñado por cada uno
de los protagonistas del lienzo: la infanta, las meninas de la corte, los reyes
difuminados, los observadores, el discreto hombre que sale, él mismo con sus
mejores galas y el perro relajado, a un lado.
La potencia de los cuadros
de Coronel reside en los trazos rápidos y fuertes, en las que el puño no pierde
la ejecución. Acompaña su mano al pincel con
la seguridad de llegar al final, por gruesa y necesaria que sea la
acción.
El rostro de la infanta
Margarita mira hacia ese lado en el que todos escurrimos las ganas, ya cansadas
de tanta lógica perturbadora. Desagradada de ser servida, la infanta muestra la
incomodidad de ser, por paradójico que resulte, centro de la vida misma, con el
traje limitante. El ruido de los trazos y los colores de Coronel parecen no
perturbarla. La quiere hacer hablar en su mundo de aguante silente. Pero ella
siempre sabrá guardar las composturas, por lo que la manifestación, la llamada,
el alerta está en las capas que en rudeza muestran cómo allí mismo se perdió su
infancia.
Con el traje muestra mayor
docilidad, más gracia; se siente ampuloso el encanto que debía revestir, no
obstante, en la atmosfera cargada de los palacios.
Contrastes
de placer
Después, a petición de
unos coleccionistas, ha venido
realizando una serie de obras figurativas, donde le dieron libertad creativa.
Fue haciendo un grupo de
geishas. También se adentró en el enigma de la Gioconda o La Mona Lisa de Leonardo
Da Vinci y La joven de la perla o Mona Lisa holandesa de Johannes Vermeer.
Al deslizar su mano por
las figuras observamos a un Coronel en pleno vuelo creativo que hace del color
contrastes de placer combinándolos a su antojo, revelando un lenguaje seducido
por fucsias y amarillos, lilas y palpitantes verdes.
Igualmente dibujó
caballos, uno de los animales que más transpiran tierra y libertad, descargando vitalidad y fuerza. Negros y blancos; amarillos
y marrones van desplegando nervios contra el tiempo, contra el vacío que vencen,
en su lucha indómita.
Yendo hacia la derecha, briosos;
hacia la izquierda transfigurados en la luz del blanco, que agacha el destino.
Obras limpias, con revestido buen gusto. Resueltas con la rapidez de un
conocedor de las diversas técnicas, profundo y revitalizador.
Imaginamos que todo este
ejercicio figurativo le recuerda sus comienzos en los salones de estudio de
arte pero los cuarenta años de trabajo plasman el albor traducido en diferencia
y conocimiento.
Experiencia que sabrán muy
bien aprovechar los alumnos de la Universidad José Antonio Páez (Valencia,
estado Carabobo) donde se encuentra dando clases de arte en la Cátedra fundada
años atrás por Pilar Taboada.
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