domingo, 7 de junio de 2020

Madrid sin lidia, banderillas ni pasión



La plaza Sol vital con gente,  poco transitada


En la segunda semana de la fase 1, Madrid no se reencuentra a sí misma. A pesar que cafeterías y restaurantes pequeños han podido abrir sus terrazas porque al parecer cumplen con las normas permitidas, la capital no termina de expresarse cantarina y desparpajada como es.

El aforo de las distintas terrazas tampoco es entendible. En algunas se observan distancias entre las mesas, en otras no. Unas son pequeñas cafeterías reinventadas. Las grandes permanecen cerradas. Los mesoneros de restaurantes con sillas y mesas en la calle, intentan sonreír, aunque no se vea su alegría.

La comunicación por parte de las autoridades no ha sido realmente la fuerza de esta fase vivencial de más de setenta días de confinamiento. Aquí ha pasado de todo en materia informativa: medias verdades, abiertas mentiras; números falsos, negados, acomodados. El juego del pasito primero hacia adelante y después hacia atrás.

Con el componente de que no tienen ritmo ni gracia para bailar.

Observar la torpeza del gobierno desenmascara a la sociedad española: indefensa, desprotegida y viviendo la ignorancia de su  pasado histórico.

La comedida alegría de las terrazas contrasta con el panorama visible tanto en el metro como en el tren: pocas personas, en buena mayoría  extranjeros que cumplen horarios en los escasos trabajos que han sobrevivido. En su mayoría de servicios de limpieza y comida, principalmente.

El desconfinamiento en Madrid se vive con extraña moderación. Una tristeza generalizada se siente en los vagones. La automatización forzada de uso de mascarilla es subvalorada y si no lo creen, pregúntenle a los que observamos cómo una chica se la sacó para estornudar en plena línea 3 del metro, una mañana cualquiera.

Hay actuaciones que son un auténtico desvarío, como los de cientos de dirigentes a nivel mundial, ni más ni menos.

En las escaleras eléctricas que conducen a las entradas y salidas,  nadie respeta la distancia porque muchos pasan por la  izquierda para apurar su paso. De esta forma queda anulada la distancia de uno o dos metros recomendada para evitar aproximaciones contagiosas.

Son muchas las personas que piden ayuda económica y vimos uno de los pocos artistas que se ha atrevido a salir, un chico venezolano vestido con jeans y franela azul, cantando con mascarilla, guitarra en mano y mucho entusiasmo, la canción El regalo de tu amor, de Alex y Mike.

La tristeza de los primeros días dio paso a esa extraña realidad de limitaciones que irá cediendo poco a poco.

Vimos a dos sordomudos comunicándose ataviados con mascarillas. Una conversación por demás fluida.

La gente se sienta en el mismo asiento del que se ha levantado sin que lo hayan desinfectado antes.

El metro es realmente un termómetro para medir muchas destemplanzas sociales.

Vagón del metro 


La gente de manera general luce agotada. Están los que no creen; para ellos nada ha sucedido. Seres hastiados de estar siendo irrespetados desde ellos mismos. Personas que deambulan a cal y canto.

La efervescencia de la Madrid llena de gente ha dado paso a una ciudad sin lidia. La fiesta solo se ve entre los más osados que han hecho botellón, sin la pasión por el encuentro con el aire, las calles; la sospecha de todo lo posible,  atmósfera con la que está hecha ésta ciudad.  

La fuerza de Madrid está justamente en esos chorros de gente que la convierten en luz andante. Amplitud en las principales vías y  estrechas calles donde escarbar mucho de historia y secretos.

Se fue haciendo a la medida de los servicios que se fueron presentando y por eso es un alboroto a los sentidos; ver, oler, palpar y sentir todo lo que se pueda; comida típica y casi que de todos los países del mundo; dulces de buena mayoría de regiones españolas,  de Europa y de Latinoamérica; bebidas de todo tipo  y un sinfín de experiencias que complacen mayoría de gustos. Desde los más sencillos hasta los de curtidos experimentadores.

Madrid es un tabla’o lleno de todo tipo de cantos y escenarios para actuar en las expresiones más variadas. Los que se disfrazan de personajes gigantescos y famosos para cobrar por la foto, hasta los que se mimetizan en paredes para asaltar, a punta de churros y chocolate.

Ahora el placer se esquiva como el torero a las embestidas.

Ni siquiera las banderillas de aceituna, boquerón y pimiento son servidas.

La tauromaquia sigue luchando por clavárselas al toro desde los periódicos, revistas y redes sociales donde se expresan para defender el poderío de la fiesta brava que muere sin público como tantas otras manifestaciones culturales.

Poco a poco la gente regresará y con ella la pasión que tanta falta hace. La pasión que nada tiene que ver con esa extraña forma de defender deseos e intereses. Más bien la que implica compromiso y verdadero amor hacia todo, desde nosotros mismos.

Mañana entra Madrid a la tan deseada fase 2 donde se espera pueda ir alcanzando ese retorno a lo cotidiano a pesar de  las mascarillas puestas. Debajo de ellas sonreímos y podemos expresar desde el más puro consuelo hasta la promesa de un beso alcanzable y necesitado.

La Gran Vía de Madrid sin  chorros de luz andantes








1 comentario:

Multiplicar Voces dijo...

Así está el mundo entero. Apagado. ¿Qué oscuros intereses hay detrás? A todas luces nos quieren callar, manipular, sacar de la faz de la tierra.