domingo, 25 de abril de 2021

Cuarteto



Desde lejos vi al cuarteto singular. Una chica y tres muchachos que venían hablando en voz alta, por momentos, todos a la vez; riendo  desparpajados por una zona trabajadora de Madrid.

Supe, mucho antes de escucharles, al pasar por mi lado, que eran venezolanos. Lo he dicho muchas veces: sean blancos, morenitos, colorados, mulatos o sambos, los reconozco a leguas. Es una energía la que llevamos a nuestro alrededor. No se puede explicar y es distinta al resto de los latinos que por aquí también viven.

Venían contentos. Había uno que lanzaba con una mano al aire, cual pelota, una pieza de morcilla de Burgos, jugando con ella, mientras en la otra mano sostenía dos barras de pan. Otro venía cargado con un par de botellas dos litros de Coca-Cola. La chica también cargaba pan y tres morcillas, y el cuarto joven llevaba otra botella de refresco y par pistolas como le llaman aquí a las baguettes, cuando son un poquito mas gruesas.

Habrían salido del trabajo a buscar un almuerzo en algún supermercado y regresaban contentos puestos a comerlo y disfrutarlo.

El que lanzaba la morcilla al viento escuché que decía: “tengo que ahorrar, mi chamito me pidió una pelota de fútbol… tengo que comprársela…” en tanto recogía el embutido del piso que ya se le había caído un par de veces, mientras los estuve observando, con asombro.

Escena surrealista servida a mi experiencia en bandeja de plata.

Para los venezolanos, como el resto de las criaturas del planeta, comer siempre fue y ha sido reafirmación de las muchas cosas que culturalmente nos inculcaron.

La mesa venezolana era y es generosa, podían comer todos los que quisieran,  dentro de las abundancias y carencias. Comidas además sabrosas porque la mezcla de las razas contribuyó a unir sabores, con atrevimientos que continúan generando creatividad a la hora de confeccionar guisos y platos diversos.

Coloco verbo en pasado y en presente porque ahora ya no lo sé. La circunstancia venezolana es única. Lo vivido es pasado. Los que estamos en el exterior podemos contar experiencias contrastantes, dependiendo de donde nos encontremos. Los que están en Venezuela igualmente: la inmensa mayoría sufre miseria de diversos tipos, los que están en el poder ya sabemos y los que han logrado sortear situaciones, bien que mal, también.

Por aquí en Madrid ya es común observar a comensales de otras nacionalidades pidiendo tequeños, arepas y patacones. No hay quien diga que no le ha gustado. Hay una fábrica muy conocida que ya produce a nivel industrial  los alimentos de los venezolanos y hasta gente de Upata (estado Bolívar) elabora la más variada producción de quesos criollos.

La oferta y el negocio online es amplia y diversa.

Las cachapas con queso, chicharrón, carne mechada, cazón o combinadas con sabores, también se consiguen en experiencias gourmet.

Con el espíritu de la generosidad a cuesta, en los trabajos es común observar que un venezolano ha compartido su almuerzo o que ha llevado arepas rellenas, empanadas o tequeños para brindar o celebrar un cumpleaños.

Los cuatro venezolanos que caminaban por una zona industrial de Madrid, conscientes o no, festejaban la alegría de poder comer ese antojado almuerzo de pan relleno con morcilla y Coca-Cola porque en nuestra Venezuela hasta esa simpleza ha pasado a ser una agonía, un lujo o un despropósito, para la inmensa mayoría.

Un almuerzo que también tiene que ver con la seguridad de estar en el lugar que nos acoge, con los desafíos que tenga y que se presenten, agradeciendo todo.

 

1 comentario:

José Carlos De Nóbrega dijo...

Muy suculento artículo. Se trata de engullir el ser venezolano sin importar la experiencia en el exilio o en el país. Se trata del desmadre de la república petrolera. No es un mal punto de reencuentro en las enésimas crisis que mi generación, la nuestra, ha padecido desde 1983. Un abrazo.