Después del anuncio del ciudadano siete mil millones del planeta tierra hubo lo que a menudo sucede: desencuentros.
Filipinas, India y Rusia defendieron los alumbramientos que hubo a determinada hora del 31 de octubre de este 2011 para obtener el afamado certificado. Organizaciones como las Naciones Unidas, la ONG Plan International, el Fondo de Naciones Unidas para la Población y un gobierno local ruso reconocieron cuatro bebés como el ciudadano 7 mil millones. Inverosímil pero cierto: ¡cómo cuesta ponerse de acuerdo en el mundo! Ni siquiera estadísticamente ese acontecimiento goza de mayor precisión.
Danica, nacida en Manila; Nargis, concebida en Uttar Pradesh, India; Piort, traído al mundo en Kaliningrado, al oeste de Rusia; y Alexandr, recibido en la ciudad de Petropávlovsk-Kamchatski, península de Kamchatka, en la lejana Siberia, tienen un papel que los acredita con un numero que abre muchas incertidumbres aunque la primera de ellas ya está vencida: nadie va a medir los microsegundos de los momentos de la gestación para quitarle a otro el trofeo. Se trata de acciones simbólicas que en el mejor de los casos derivan en regalos y ayudas para las familias que en todos los medios reseñan como pobres.
Por supuesto, ese día la cifra se superó en creces. No sabemos por qué razón fueron tomados en cuenta los niños de naciones, que aunque muy comprometidas económicamente están en la parte norte del planeta, y a la gente del sur la dejaron por fuera. Pero esa discusión que debe tener una respuesta muy racional dentro de la lógica cínica con que se mueven las cosas en este globo azul al que llamamos tierra, no importa ni es trascendental, para este caso que comentamos.
Pobres, quizás, pero llenos de la gran fortuna de tener vida son estos niños que tal vez estuvieron rodeados de una parafernalia poco usual y a la que afortunadamente, ellos, fueron ajenos.
El futuro les irá revelando, sea cual sea su destino, que el amor y la paz son los caminos más seguros para andar por la vida. Pero tendrán que descubrir cuán difíciles son porque aun cuando son palabras bastante más repetidas que el odio y la guerra no vienen acompañadas de formulas porque forman parte del aprendizaje individual que tiene cada quien en ese mundo.
Esperamos que estos niños no reciban por lo menos en sus primeros cinco años de vida la visita de un gurú que les hable de las cifras que se asoman en un planeta hinchado demográficamente y lleno de gobiernos incompetentes que a lo único que han echado mano es al egoísmo. Es más, esperamos que este numero-cábala sea la apertura para que dentro de sus corazones vean siempre abundancia.
El resto de los ciudadanos, presenciando, observando, canalizando, internalizando e inclusive desechando lo bueno y lo malo que pasa o deja de pasar aceptan que la cifra esfuma. Los pronósticos todavía son más dramáticos.
Aún y a pesar de la miseria moral y material repartida el porvenir es mucho más que el desdibujado retorno de un bolero. Las vidas humanas siempre tendrán incertidumbres y vacilaciones porque el hecho de castrarlas en esquemas implica un intimo toque a la voluntad de ir hacia el sueño, al que se aspira vayan todos los recién nacidos. Y por más pesimismo que exista; por más malas voluntades que se asomen, el gráfico del infinito está palpado en nuestra mente.
Paz. Amor. Significados y significantes. Aún y a pesar de los grandes descubrimientos siguen siendo alimento del alma y resultados de buena existencia.
Esos cuatro siete, ahora mismo, como los bebés de todo el mundo que cubren sus necesidades básicas, tienen sapiencia intuitiva más significada que miles de millones de seres humanos que tomaron aguas transfiguradas que los hicieron desviarse de los dos principios indisolubles del ser. Ojalá que bañados por la miel del universo, no olviden las codificaciones que jamás podrán ser retiradas del espíritu.
Mucho se conspira porque se lleve otro ritmo significante. Lo importante es descubrirlo a tiempo y trazar el camino; enderezarlo e ir hacia las puertas de las emociones libres, las que están cargadas de la espontanea sabiduría.
Hay que llegar a potenciar la voz de la infancia, lejos de los ruidos del alrededor decadente. Por más cosas que sucedían en el entorno siempre estaba el color; la luz del momento que tenía una vibración pujante, genuina; armoniosa como el mismo cielo.
La oscuridad desaparece con la luz y la permanencia del amor y la paz se integra al ser en forma instantánea.
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