“… un mar donde llorar a mares / y que nadie lo note”. Francisca Aguirre, Testigo de Excepción.
Yo lo veo y observo a un hombre negro hermoso. Lleno de la grandeza que solo tienen ellos cuando se detienen en cualquier lugar y miran hacia un lado. Lo miro: es blanco y de ojos claros. Pero yo veo a un hombre negro, lejos de su reinado en África.
Su imagen imponente y desafiante me hace llorar pero en realidad es que la integro a un dolor interno que por más que pase el tiempo no se apacigua. Tengo que recurrir al fuego para que saque de mí las verdades; tengo que verlo, tocarlo, sentirlo para entender que este hombre negro es mío aunque lo perdí al nacer, como se pierden todas las cosas que se desvanecen apenas germinan.
El hombre negro vino a enseñarme muchas cosas y la principal ya la conocía desde hacía mucho tiempo. Por eso no la nombré y dejo la ambivalencia que se cruza en el arte. Piensen lo que quieran.
Acabo de leer a una poeta que me hizo sentir una conmoción interior. Ni siquiera era un poema suyo, era la explicación que ella daba de su obra. De su vida. De la inequívoca sabiduría que ella halló en su infancia.
Mi compañero de viaje me habla, observo, converso y contesto; intento mediar palabras con este llanto del que no se da cuenta, porque acabo de oler el fondo de un roble abandonado.
Mi mulato me tiñe los días. De hecho lleva varios años haciéndolo con la llenura que solo puede esparcir el amor y las muchas canciones que a lo largo de estos veinte años han surgido entre nosotros.
Por algunos momentos parece de Estambul pero yo lo veo tal como es: un hombre negro, orgulloso, poderoso y suave a la vez. Como mi abuelo, como mi padre; como ese otro hombre que tanto amé.
Veo a María Montez jugando con una tela blanca, en el patio desprovisto de su casa, soñando hacer cine y no puedo si no escapar lágrimas porque me recuerdan las ilusiones que se fueron, porque éstas no sirven para nada, aún cuando viven en la copa de los árboles, invitando ver sol.
Ilusión azul, amarilla, magenta: vive lejos de mí. No busques que se me acerquen hombres enamoradísimos porque siempre terminan siendo posesivos. Lo que se traduce en obscenos. Acuérdate que soy errante, vivo en un cuarto abierto; no necesito más.
Aparta de mí los hombres-pájaro, aquellos que enredan con palabras al aire, sabes que buscan enterrarnos en sus deseos.
Déjame en todo caso vivir del oasis que habito que nada hace en contra de nadie, aunque tantos se ocupen en criticarlo, asediarlo y perseguirlo. Trabajo perdido. Como profanar tierra santa.
Tus figuras, María Montez, eran románticas, elásticas y tiernamente pavorosas. Jugabas a ser actriz y esa seducción era grande, más cuando se tiene un escenario más que perfecto, en la tormentosa República Dominicana. Agraciada pero triste, cuando otros han tratado de aplastar el porvenir hacia las limitaciones.
Yo sigo viendo a mi hombre negro perfecto que está durmiendo y apenas se mueve. Es escultural. Huele a mandarinas silvestres. Tiene un río en su sangre. Tiene cabello de lluvia. Sigo diciendo que es mío pero sé muy bien que no lo es porque yo tampoco soy suya, jamás podría serlo.
Soy más libre que el fondo de las corrientes marinas y sabe Dios que casi nadie puede interpretar lo que estoy diciendo. Por más imaginación y religiosidad que tengan; sin siquiera abuso de mi suerte.
Como soy blanca, casi transparente, se alterarán algunos códigos culturales pre-establecidos por esta infortuita sociedad de matorrales crecidos. Cuando me abrazo a mi hombre negro soy poema en mí misma.
Pero lo tengo que dejar ir. Desde siempre lo he sabido. Mi hermoso hombre negro vivirá por siempre y mis lágrimas no lo detendrán. Nos hemos preparado para ello.
Si tuviera que conjugar las telas blancas de mi patio y juntarlas con las de Francisca estaría ante una obra personal, sin público. Ciertos ruidos campestres me acompañarían pero como vivo en una isla desmitifico el fondo para canalizar la orilla. Y viceversa.
Mi regodeo en las palabras que abundan en este escrito nace de esta pasión de saberte ardorosamente amado. Por eso me las perdono, por eso me entrego de lleno en tu movedizo amor. Sabiendo que era así, con la seguridad de su infinitud, una vez que avanzara la experiencia.
Ángel dorado. Sabes que no te vi cuando llegaste a curarme. Mi hombre negro sí te vio. Esa tarde no dejamos de acariciarnos bajo un árbol frondoso. No hubo erotismo. Solo cuerpos. Solo amor. Sentido tigre. Voz flor.
Hombre negro. Blanco. Ojos luz. Tienes la forma que me maravilla. La del amor (Notitarde, 27/11/2012, Lectura Tangente).-
No hay comentarios:
Publicar un comentario