domingo, 28 de octubre de 2012

Corpus plástico


El ensayista Carlos De Nobrega realizó un estudio sobre “El Salón Arturo Michelena: una lectura crítica de su corpus plástico” que pronto será publicado a nivel nacional, pero que aquí en este espacio adelantamos, para el conocimiento de los lectores. Como hemos dicho en otras oportunidades el estilo de este escritor es frontal y aunque los ensayos son ambiguos él cruza esa línea para ir un poco más allá, hecho inusual en buen numero de ensayistas.

“Las plazas públicas se convierten en espacios claustrofóbicos, acorralados por rejas nefastas y, peor aún, por una hermenéutica que aterroriza a la ciudadanía.  Los delincuentes de oficio y los automovilistas ebrios no son los peores enemigos de la ciudad museable, de la que habla Farly Uzcátegui, esa pinacoteca dispersa con sus Oswaldo Vigas, Carlos Cruz Diez, Eulalio Toledo Tovar, Braulio Salazar, Cornelius Zitman; es una viciosa iniciativa municipal de Naguanagua denominada Ciudad Museo, la cual consiste en esperpentos que penden de los semáforos y muñecas de lata que encandilan a los conductores en la Redoma de Guaparo, muy del gusto de la burguesía local venida a menos. En resumidas cuentas, este proyecto burocrático constituye una pobrísima variante regional de la comercialización del arte. El ruido va a contracorriente de los imprescindibles silencios que sensibilizan el espíritu, pervirtiendo así toda propuesta artística que se precie de ser válida.

     Paradójicamente, nuestra Valencia de San Simeón el estilita –sí, la del Simón Bolívar encaramado en el monolito que reconviene desde la plaza mayor la indolencia de politicastros, mercaderes y urbanistas- ha albergado desde 1943 una importante y por demás contingente confrontación artística de Venezuela: El Salón Arturo Michelena, territorio en disputa que involucra a los más diversos sectores políticos y culturales de la región y el país. La contingencia de su corpus plástico es muy sugestiva y, por ende, significativa: Esta colección va a la par, no sólo del accidentado devenir artístico de la nación con sus esplendores y fracasos, sino también de su inserción en la construcción del discurso político e ideológico de Venezuela y América Latina.
… Insistiendo en pasear con Trotsky, es menester agudizar la mirada en la prevención de los devaneos propagandísticos de las derechas y las izquierdas. En primer lugar, la cultura y el arte de la clase burguesa suponen un largo proceso de gestación, cuyos frutos más perfectos no son muy anteriores al punto de arranque de la decadencia económica y política. Por supuesto, no es procedente blandir el resentido menosprecio en contra de “La Comedia Humana” de Balzac, el canibalismo carnal de Sade o “El Juicio Final” de Miguel Ángel. Tampoco ha de pasar agazapada la integración de las artes, insoslayable afluente del fenómeno político-estético: en lo que toca al Salón Michelena, acreedor por igual de iracundas invectivas, sosas apologías y aportes críticos de trascendencia, no se nos antoja irreconciliable la estupenda propuesta paisajística de Carlos Hernández Guerra con la interiorización del paisaje en la poesía de Enriqueta Arvelo Larriva, Reynaldo Pérez Só o Teófilo Tortolero. ¿Acaso la instalación “Los Trabajos del Duelo” (1997) de Javier Téllez, más allá de su referente fílmico El Perro Andaluz de Luis Buñuel, no constituye una inclemente crítica en clave paródica de la violencia y la impunidad generadas por el Estado venezolano? Si bien “Espejismo” (1992) de Ana María Mazzei fusiona los géneros de la pintura, la serigrafía y el diseño gráfico, su lectura del Encuentro de Europa y América, quinientos años después, peca de funcionalista y superficial; no escuchamos la legión de múltiples y contradictorias voces que se extravían en el laberinto de los tres minotauros descrito maravillosamente por José Manuel Briceño Guerrero, ni por su Némesis respetuosa encarnada en el verbo punzante de Ludovico Silva. No se trata de un problema técnico o meramente estético: Detrás del discurso artístico hay una lectura política del momento histórico, sea contundente o balbuceante, lúdica o dramática, revolucionaria o reaccionaria. Luis Di Filippo dibuja el caos en una revisita a la Torre de Babel, esa metáfora primigenia que todavía nos angustia: No es fácil descubrir a simple vista cuándo la ficción revolucionaria encubre fines reaccionarios; pero en último análisis, en llegando a la conquista del Poder e instalados en él, lo más frecuente es que Revolución y Reacción se confundan como hermanos siameses. El Salón Arturo Michelena no escapa, entonces, a tan curiosa paradoja: ambos extremos dicen cosas en el compromiso solidario con el Otro e, incluso, en el egotismo distante del más abstruso de los experimentalismos. No podemos obviar que el desarrollo de esta muestra plástica confirma, incluso, la infiltración de sectores progresistas en un inicio, que luego sufrirían una reconversión conservadora –en lo estético y lo político- cónsona con el discurso de poder propio de las alcabalas burocráticas y partidistas.

… Este ensayo tan sólo pretende un panorama crítico del Salón Arturo Michelena, por supuesto, en una consideración lo más atenta y plural posible. Ello en el marco de su realización histórica que implica sesenta y cuatro ediciones –las dos últimas bienales y el resto anuales-, amén de un futuro inmediato marcado por la polarización política que afecta la materia cultural”. 
(Notitarte, 28/10/2012, LECTURA TANGENTE).- 

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