domingo, 12 de julio de 2020

Rusé




Al regresar a España, mi madre española, se sentía expectante. Casi setenta años después retornaba, con nuevo desarraigo. Ella, que ni se planteaba visitar a una de sus hijas que vivía en una isla, apenas hora y media en avión, se vio en el aeropuerto despidiéndose, para tal vez no regresar a su segundo país, al que aprendió a querer en las incongruencias de las pérdidas; en la luz de los aciertos.

La idea de reencontrarse con su hermano Alfredo después de tantos años la ilusionó, aunada la insistencia de su nieto. Un año tardó en convencerla.

  •     -                           Mamá, ¿cómo te salvaste?

Fue mi pregunta al verla después de permanecer días desaparecida. En aquel momento, intentando serenarse, contó lo acaecido. Una ola de barro proveniente de las montañas que se deslizaron, tras la copiosa lluvia de semanas, arrasó al pueblo dejando muertos a su hijo y su nuera; salvándose ella y el nieto de siete años. Los cuatro estaban juntos dentro de la casa, convertida ese día en luto y vacío.

Eso sucedió veinte años antes de este regreso suyo a España, su raíz, a la que no dejó de nombrar desde su partida, con amor y malestar, a la vez.

Mamá recuerda, a sus noventa años, como si hubiese sido ayer, detalles de cuando huérfana de guerra, convivió en un orfanato junto a otros muchos niños, al morir nuestra abuela María, del susto recibido tras caer una bomba, muy cerca de donde estaban sus cuatro hijos.

El olor a col aún lo aborrece, alimento diario a todos los niños en igual condiciones. Ya entonces la habían separado de sus hermanas, un poco mayores, y sólo a su hermano, el más pequeño,  podía verle, porque estaba en el ala de varones del improvisado hospicio. Pendiente estuvo de él, lo buscaba para saber cómo estaba.

La larga oscuridad que atravesaba para ir al refugio recrea rigidez en sus ojos, al igual que la dura disciplina recibida.

Las cargas del abandono y del desamor.
-    
  •                                      Mamá, ¿pero tú no te acordabas que tenías tres nombres?

  •           Pues sí… pero lo olvidé, fue su respuesta, mirándome sin siquiera intentar darme mayor explicación.

Al tramitar los documentos de esta venida a su patria, descubrimos que mamá no sólo se llama Rusé; tiene otros dos nombres,  mal combinados entre sí, antes de los apellidos. Tampoco  había nacido el mes ni el año que creíamos.

¡Más mayor, de otro signo zodiacal y otro animal del horóscopo chino!

¿Estábamos ante una desconocida?

¡Por supuesto que no! Mamá sigue siendo quien es, con todo y su memoria selectiva.

Acaba de superar otra prueba tan dura como las otras que le tocó vivir: cáncer de colon.  

El diagnóstico a un año de su retorno, la dejó conmocionada.

Una vez supo que debía ir a luchar por su vida, fue a todas las sesiones incómodas y vergonzantes. Lo que más le costaba era subir las escaleras hasta el tercer piso del edificio sin ascensor donde vive, al terminar las terapias. 
  
  •                  Tendremos que posponer el viaje a Barcelona, con ese virus que anda por allí.

Me lo dijo mes y medio antes de decretarse la emergencia sanitaria. Tomando el impulso de las buenas noticias de superación de la enfermedad,  esbozó un plan.

No habíamos comprado pasajes ni sabíamos las fechas más oportunas de hacerlo. Sus deseos indiscutibles: ver a su hermano con quien aún no se ha reunido y cruzar España en tren, hacia su ciudad natal.

Mientras lo planificaba, continuaba tejiendo.

Ya tiene en bolsas de regalo tres bufandas: para su sobrino, esposa e hija: verdes matizados, amarillos ocres y la más juvenil, fusión de colores lila con tonos pasteles.  Agarradores de cocina tejidos con detalles de cafeteras o frutas, para el resto de la familia. Sus clásicos colgantes de navidad con muñeco de nieve.

  •                        ¿Y qué le vas a tejer al tío Alfredo?

  •                     Todavía no lo sé. No usa bufandas. No le gustan. Lo bueno es que tengo tiempo para pensar mientras abren las tiendas. Tengo también que comprar el estambre para hacerle una bonita a mi sobrina Conchi.

Entonces la veo ir a su cuarto ordenado y limpio. Agarra la caja  de zapatos forrada con papel de dibujos infantiles, globos y estrellas. Al destaparla, muestra las pequeñas bolas que le quedan de hilos sobrantes. Colores vivos de mi madre emigrante, neutrales del diluido despojo.

Por un breve momento viene el mar Caribe a mis ojos, agua salobre de sus paisajes. Mi madre viva me hace sentir tantas emociones. Talante mediterráneo, ambarina profusa; tácitos días de sol y de luna.


Relato escrito en mayo del 2020











6 comentarios:

Unknown dijo...

Me gustó mucho. Gracias

Unknown dijo...

Gracias Marisol, por este relato sobre la existencia de una persona de larga vida y vivencias desgraciadas. Una referencia para valorar otras realidades paralelas y aprender a aferrarse a lo que queda.

Unknown dijo...

Me ha encantado es un relato apacionante en donde parece que uno es el protagonista, me encanta como escribes

Anónimo dijo...

Hermoso relato.

Multiplicar Voces dijo...

Qué hermoso relato, pristino, sin nada que sobre ni falte. Ahora que soy migrante lo entiendo nada. Adoro como escribes.

Multiplicar Voces dijo...

Qué hermoso relato, pristino, sin nada que sobre ni falte. Ahora que soy migrante lo entiendo más. Adoro como escribes.