Los que de alguna manera,
directa o indirectamente, vivimos lo que se conoció hace veinticinco años como
la tragedia o el deslave de Vargas (estado Vargas, Venezuela), al ver lo
sucedido en Valencia (provincia de España), el 28 de octubre de este año,
rememoró ingratos recuerdos y removió heridas.
Sanadas con el tiempo pero
perennes en el memorial de este tiempo transcurrido en la tierra.
Allí perdimos a un hermano
y una cuñada, enterrados en el lodazal que arrasó el pueblo de Carmen de Uria,
producto de un ritmo cíclico de la naturaleza, pues después se supo que en esa
zona, cada sesenta años se repetían lluvias similares y por ello los indígenas
no construyeron casas ni habitaron ese lugar, por lo que ellos llamaban, la
furia de montañas, que allí sobrevenía.
El hombre moderno presto a
sobrevivir, poco revisa la historia y durante la época pos dictatorial, con la
feliz entrada de la democracia, se abrieron muchas posibilidades del innominado
progreso que acabó en lo que ya todos sabemos.
Se vendieron terrenos
obviando esos detalles de seguridad y sabiduría ancestral de los antiguos
moradores de esas tierras del litoral caribeño, se recondujeron ríos y esta más que visto que
la vida poco permite hacer cuando las estructuras nacen torcidas
Como en Vargas, en
Valencia también hay documentos que hablan de las zonas más débiles a estos fenómenos,
que se repiten cada cierto tiempo, a los que se le cambian el nombre (gota
fría, Dana) y como siempre la gente necesitada de una casa, cae en las trampas
de los otros consientes e inconscientes, en la siembra de una misma tragedia.
Somos los únicos seres sintientes
de la tierra capaces de destruirnos y aniquilar todo lo buenos que sin más está
a nuestro alrededor.
Desde que vivimos en
España hemos descubierto tantas similitudes con Venezuela que a veces perdemos la noción de donde
estamos.
Como allí, aquí la
respuesta política ha sido de escándalo,
y tampoco ha pasado nada.
Descubrimos además lo que
ya llevamos sabiendo desde hace tiempo: a los políticos no les importa la
gente, solo están en los asientos del poder para enriquecerse y escalar posiciones,
que les descubren su verdadero ser.
Los ciudadanos del mundo
tenemos que educarnos y entrenarnos muy bien para enfrentar a lo que podríamos denominar
la estirpe política. El contacto con el poder a muy pocos no envilece, a la mayoría
los convierte en la peor versión de sí mismos.
En el paralelismo
Vargas-Valencia nos hemos encontrado con el dolor en la fisura del alma, que no
puede ser apagada con las vacilantes actuaciones de los gobiernos, pequeños
siempre ante los grandes desastres.
Y aunque nunca podremos
controlar la naturaleza que nos va enseñando su verdadera dimensión en la
tierra, las acciones deben ser pensadas hacia el bienestar de la gente.
En Vargas no se supo el número
exacto de muertes. En Valencia se hablan de 223 personas fallecidas, pero la
tragedia se siente aún más magnánima, con más de 60 mil coches aún cubiertos de
barro.
Ambos sucesos tienen las
mismas oscuridades con relación al desconcierto que de por sí genera la
conmoción de hechos que ni siquiera podemos concebir: se hablan de 445 litros
de agua por metro cuadrado en esta Dana en Valencia, las desproporciones también
fueron la fuente de la evacuación en Vargas, después que ya había sucedido
todo.
Mientras escribo esta
nota, por segunda o tercera vez los habitantes de Valencia se han unido para
pedir la dimisión del presidente de la Generalitat, responsable regional de todo
cuanto allí aconteció, reunidos en una multitudinaria protesta, de la que
tratan de reducir números, porque el control informativo es aquí casi una bandera
nacional.
Frente a todo este
desconcierto político que se vive en España en la que los bulos son el plato de
cada día, que si bien a nadie engañan, el ruido que generan, ensordece y está haciendo que todos se alejen
de la verdad, aunque todo el mundo la sepa: cuanto más retirado estés de los
medios de comunicación, más comprenderás la realidad que te rodea.
Vargas Valencia también
nos hizo entender que España no parece pertenecer a lo que nosotros creíamos que
era primer mundo, principalmente, porque siempre idealizamos lo que era Europa
y también porque continua invertebrada, como lo explicó José Ortega y Gasset,
en 1921.
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