La señora miró con los
ojos duros de la calle. “Váyase a hacer la cola”, me dijo, ante la protesta que le manifesté por el monto
excesivo que me pedía por el producto desaparecido de los anaqueles del supermercado.
Y yo le dije: “Ni hago
cola ni le voy a pagar a usted lo que me pide, ya aparecerá en mi vida esa
vaina que yo digo y que necesito… porque la verdad es que puedo vivir sin eso”.
Y eso es verdad y es
mentira. Las dos valen por igual. Los venezolanos decimos que no podemos vivir
sin arepa. Yo lo puedo decir: claro que vivimos. Y lo hacemos con muchas menos
cosas de las que creemos necesitar porque todas ellas nos las creamos de la
nada, por la emoción, por la insensatez, por cualquiera de las cosas que gusten
o no guste nombrarse. Costumbre; inconsciencia, también.
Pese mi negativa de hacer
cola el otro día hice una por un par de compadres que les ha dado por eso de
tener hijos. Pelaos, como dirían por ahí, criando otros pelaos. Valientes o
insensatos lo cierto es que presencié como alguien es capaz de empujar a una
señora embarazada sólo porque estaba adelante y como otra fue capaz de enseñar
un cuchillo para amedrentar a alguien más que tenía pinta de alza’ o.
Ante estas circunstancias,
(disculpen, perdonen), no me siento de aquí, por más que en este suelo haya
nacido y por más que entienda muchas de las cosas que para el resto del mundo
ni siquiera son digeribles.
Pero no puedo alzar a los cuatro vientos mi verdad,
que no hago colas porque, sin ir más lejos, estaba en un abasto la otra noche
cuando empezaron a llegar las pacas de harina de maíz e hice lo que nos
ordenaron a todos: salir a hacer una fila por fuera porque de esta manera organizarían
la venta de la tan apreciada y criolla especie. Es decir, me autoengaño: grito
a los cuatro vientos que no paso por lo que unos cuantos parecen estar bien
dispuestos a pasar -y porque la fila estaba chiquita estoy puesta a hacerla- y
la verdad desconozco si es por gusto, por improvisación, por necesidad, por corrupción
popular que la gente hace cola. Lo intuyo pero no lo sé… ¿Vender al doble o
tres o cuatro veces del precio del producto regulado es negocio?
Pero no me gusta ver siquiera
que otros hagan cola. Observar cómo se han organizado de una manera tan irreal las
personas necesitadas de cosas que en cualquier parte del mundo son de cotidiano
consumo, como para nosotros hace un tiempo, meses atrás, es un acto de
inflexión.
El anterior párrafo que
acabo de escribir es en sí mismo una atrocidad. Los países más pobres no tienen
los problemas que tenemos nosotros y eso que somos la nación más prospera del
planeta, por el petróleo depositado en nuestro subsuelo.
Con razón los jinetes
ancestrales del petróleo están tan molestos y cabalgan a fuego de su
desintegración para ver siquiera si aprendemos algo de esta patria que tanto
duele y difama a la vez.
Escribo el artículo porque
tuve la gracia de cargar mi laptop anoche. Todas las noches fallos de luz, internet,
cable. Pero nuestro presidente repara automóviles en calles seguras que muchos
no encuentran en Venezuela. ¿? Estoy en estos momentos sin electricidad.
Acordándome de la nieta de mi vecina que me dijo que eso de la patria era un
asunto raro porque ella la veía bien aporreadita: su calidad de vida descendió
tal y como le debe acentuar su Yaya.
¿Cómo te sentiste en tu
cumpleaños, Dorita?
- Bien,
me dijo enseñándome los zapatos que recién estrenaba.
Me enseñó las fotos que le
sacaron sus primos desde su celular y me explicó:
- Alberto
no es mi papá… Él es como mi padre porque usted sabe que mis padres se
divorciaron y la verdadera figura paterna que yo tuve fue esa… el me cuidó… me
llevó al cine… me hizo mis primeras panquecas (de harina importada… la que ya
no se consigue)… y me dio los primeros consejos…
Al momento que Dorita me
habló (chiquita, de pelo rubio pero “chicha”, piel quemada por el sol y un
sentido agudo que a mí me paraliza) estaba regañando a una de mis perras Rottwiller que estaba como loca intentando quitarme el
trozo de pastel que cargaba). Por eso es que sus palabras se me repitieron
después, en mi mente, aún concatenada con esos asuntos que hay que saber
olvidar a tiempo…
Figura paterna… harina de
Aunt Jemina… Nueve años…
A esa edad no razonaba
como ella… estaba pendiente de las idioteces que ahora algunas con dieciocho,
treinta y hasta cuarenta lo están… ¿tendremos futuro con chamitos así? ¿Podrá
Dorita ser una líder, presidente de esta nación aporreadita como ella misma la
ve?
Por eso, mis queridas
Harina Pan y Aunt Jemina, juro que no las necesito porque es así… puedo vivir
del aire… lo prefiero… antes que esta guachafita colectiva de hacer colas por
necesidades que nos hemos inventado.
Necesidades están en otros
Continentes.
Pero soy tan quimérica, que
casi canto Happy, la otra noche, después
que una pareja vecina vino a traerme un combo de limpieza, regalado, por lo que
el rostro de aquella dura mujer que me sentenció a hacer la kilométrica cola,
se me perdió en la memoria, como ha pasado con todos mis enemigos (Notitarde, 16/11/2014, Lectura Tangente).-
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