domingo, 16 de noviembre de 2014

Guachafita


La señora miró con los ojos duros de la calle. “Váyase a hacer la cola”, me dijo,  ante la protesta que le manifesté por el monto excesivo que me pedía por el producto desaparecido de los anaqueles del supermercado.

Y yo le dije: “Ni hago cola ni le voy a pagar a usted lo que me pide, ya aparecerá en mi vida esa vaina que yo digo y que necesito… porque la verdad es que puedo vivir sin eso”.

Y eso es verdad y es mentira. Las dos valen por igual. Los venezolanos decimos que no podemos vivir sin arepa. Yo lo puedo decir: claro que vivimos. Y lo hacemos con muchas menos cosas de las que creemos necesitar porque todas ellas nos las creamos de la nada, por la emoción, por la insensatez, por cualquiera de las cosas que gusten o no guste nombrarse. Costumbre; inconsciencia, también.

Pese mi negativa de hacer cola el otro día hice una por un par de compadres que les ha dado por eso de tener hijos. Pelaos, como dirían por ahí, criando otros pelaos. Valientes o insensatos lo cierto es que presencié como alguien es capaz de empujar a una señora embarazada sólo porque estaba adelante y como otra fue capaz de enseñar un cuchillo para amedrentar a alguien más que tenía pinta de alza’ o.

Ante estas circunstancias, (disculpen, perdonen), no me siento de aquí, por más que en este suelo haya nacido y por más que entienda muchas de las cosas que para el resto del mundo ni siquiera son digeribles.

Pero no  puedo alzar a los cuatro vientos mi verdad, que no hago colas porque, sin ir más lejos, estaba en un abasto la otra noche cuando empezaron a llegar las pacas de harina de maíz e hice lo que nos ordenaron a todos: salir a hacer una fila por fuera porque de esta manera organizarían la venta de la tan apreciada y criolla especie. Es decir, me autoengaño: grito a los cuatro vientos que no paso por lo que unos cuantos parecen estar bien dispuestos a pasar -y porque la fila estaba chiquita estoy puesta a hacerla- y la verdad desconozco si es por gusto, por improvisación, por necesidad, por corrupción popular que la gente hace cola. Lo intuyo pero no lo sé… ¿Vender al doble o tres o cuatro veces del precio del producto regulado es negocio?

Pero no me gusta ver siquiera que otros hagan cola. Observar cómo se han organizado de una manera tan irreal las personas necesitadas de cosas que en cualquier parte del mundo son de cotidiano consumo, como para nosotros hace un tiempo, meses atrás, es un acto de inflexión.

El anterior párrafo que acabo de escribir es en sí mismo una atrocidad. Los países más pobres no tienen los problemas que tenemos nosotros y eso que somos la nación más prospera del planeta, por el petróleo depositado en nuestro subsuelo.

Con razón los jinetes ancestrales del petróleo están tan molestos y cabalgan a fuego de su desintegración para ver siquiera si aprendemos algo de esta patria que tanto duele y difama a la vez.

Escribo el artículo porque tuve la gracia de cargar mi laptop anoche. Todas las noches fallos de luz, internet, cable. Pero nuestro presidente repara automóviles en calles seguras que muchos no encuentran en Venezuela. ¿? Estoy en estos momentos sin electricidad. Acordándome de la nieta de mi vecina que me dijo que eso de la patria era un asunto raro porque ella la veía bien aporreadita: su calidad de vida descendió tal y como le debe acentuar su Yaya.

¿Cómo te sentiste en tu cumpleaños, Dorita?

-      Bien, me dijo enseñándome los zapatos que recién estrenaba.

Me enseñó las fotos que le sacaron sus primos desde su celular y me explicó:
-      Alberto no es mi papá… Él es como mi padre porque usted sabe que mis padres se divorciaron y la verdadera figura paterna que yo tuve fue esa… el me cuidó… me llevó al cine… me hizo mis primeras panquecas (de harina importada… la que ya no se consigue)… y me dio los primeros consejos…

Al momento que Dorita me habló (chiquita, de pelo rubio pero “chicha”, piel quemada por el sol y un sentido agudo que a mí me paraliza) estaba regañando a una de mis perras Rottwiller  que estaba como loca intentando quitarme el trozo de pastel que cargaba). Por eso es que sus palabras se me repitieron después, en mi mente, aún concatenada con esos asuntos que hay que saber olvidar a tiempo…

Figura paterna… harina de Aunt Jemina…  Nueve años…

A esa edad no razonaba como ella… estaba pendiente de las idioteces que ahora algunas con dieciocho, treinta y hasta cuarenta lo están… ¿tendremos futuro con chamitos así? ¿Podrá Dorita ser una líder, presidente de esta nación aporreadita como ella misma la ve?

Por eso, mis queridas Harina Pan y Aunt Jemina, juro que no las necesito porque es así… puedo vivir del aire… lo prefiero… antes que esta guachafita colectiva de hacer colas por necesidades que nos hemos inventado. 

Necesidades están en otros Continentes.

Pero soy tan quimérica, que casi canto Happy, la otra noche,  después que una pareja vecina vino a traerme un combo de limpieza, regalado, por lo que el rostro de aquella dura mujer que me sentenció a hacer la kilométrica cola, se me perdió en la memoria, como ha pasado con todos mis enemigos (Notitarde, 16/11/2014, Lectura Tangente).- 






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