viernes, 19 de marzo de 2021

Dron

 


Mi madre dice: “desde el balcón se ve el dron dando vueltas…”. En modo autómata, intrigada y en asombro incrédulo, me asomo y confirmo que hay algo que vuela con una luz roja a un lado y que al girar encandila con redonda luz amarilla, en el fresco anochecer de las ocho de la tarde.

Mamá que casi no ve y está un poco sorda, aunque observa mejor que cualquiera y a veces escucha perfectamente, está bien enterada del surco de los drones por el cielo, en este caso, de la Policía Nacional, porque hubo disturbios por el centro de Madrid “por un muchacho” que ella ya ni se ha enterado qué fue lo que hizo.

Era uno de los días derivados al encarcelamiento del rapero Pablo Hasél el pasado mes de febrero de 2021.

Ella este año cumplirá noventa y un años y acaba de leerse los cuatro libros de Ken Follet. La saga comienza con Los Pilares de la Tierra y cierra con la precuela llamada, Las Tinieblas y el Alba. Cada uno de los tomos es de casi mil páginas. Ella los devoró con facilidad, agradeciendo la historia que se inicia en la Edad Media, del autor británico,  que acaba de dar una importante donación para restaurar y conservar la Catedral gótica de Dol-de-Bretagne, al oeste de Francia, monumento histórico desde 1840.

Al tiempo de leer otras novelas, de Isabel Allende, Yukio Mishima, las trilogías de Carmen Mola y Juan Gómez-Jurado le llevé la primera de la otra trilogía llamada del siglo, del  mismo Follet, La caída de los gigantes.

-     No me traigas los siguientes. Esa historia me la sé. Aquí habla de la Primera Guerra Mundial, la revolución rusa. Después pasará por la Segunda, la guerra civil española, la bomba nuclear. El tercer libro es sobre la Guerra Fría. No quiero leerlas. Ya eso me lo sé de memoria.

Nada como decir no a lo tantas veces contado, por más destreza que exista en la pluma de quien lo escriba.

La ficción histórica al parecer contenía demasiada imaginación real.

Devolví el libro a BiblioMetro. Se asombraron porque no quise las segunda y tercera de la saga. Salté al libro Patria, de Fernando Aramburu.

¿Habrá servido (¿servirá?) de algo padecer dentro de esta infección contagiosa universal recontarnos e insistir en volver a reinventarnos en crueles y asquerosamente inhumanos?

-     Parece que van a hacer una serie de los libros de Mola, me dijo una tarde. Si la llegan a hacer va a ser de horror. Nunca en mi vida había leído algo tan horroroso.

En esa irremediable e irracional necesidad de contar y volver a contar lo que creemos pueda aportar algo distinto, mucho o casi todo retorna al origen de ser igual e inútil.

Cometemos el exceso de llevarnos por delante lo trascendental, la renovación constante del ser humano a través de la creatividad pura, que no conoce pasado ni necesita saber nada de él.

Por cierto, el neologismo precuela pareciese una palabra marketing, inventada por esta humanidad del todo vendible. Mientras que si es real que encontremos obras predecesoras de otras, que nos endosen que algunos libros son hechos con anterioridad a otros (sólo cuando son exitosos) es igual a admitir que desde hace mucho nos cuelan auto-goles por el cielo.

Desde tiempos de la guerra fría ya sabemos que todo es permeable por el vicio del poder, que los intereses viajan al lado del control, del dominio. Que las potencias estuvieron trabajando con locura para conseguir mamotretos que pudieran vigilar, intervenir y matar desde la sombra e invisibilidad, al enemigo: “siempre el otro y a kilómetros de distancia”. Pero es ahora cuando muestran que rompen nuestros cielos con drones y quizás otros artilugios que no han reconocido, hasta ahora, en forma pacífica.

Al creer cosas que no son, nos equivocamos siempre. La raíz nace de la religiosidad precaria que acompaña dicha ignorancia.

Mientras tanto, abajo, por el metro metido en la tierra, viajamos y encontramos que  se pueden leer fragmentos de autores de todo tipo: poetas y escritores de ficción, con ilustraciones que también son un acierto, en pegatinas colocadas en las paredes del subterráneo. 

Campaña iniciada en 1997 por la Asociación de Editores de Madrid.

Al encontrar por ejemplo, el poema  Montevideo de Cristina Pérez Rossi o Dignidad de Joan Margarit; o los trozos de las historias Relámpagos de Agosto, de Jorge Ibargüengoitia, y Juego Limpio de María Teresa León, transitamos por el espacio de otra manera, porque el metro, que pocas veces ve luz, abre las compuertas de lo que somos, lo multicolor.

Ya por la ciudad, bajo el cobijo del mural de María de la Fuente, Silvia González, Rafaela Pimentel y Paloma Pastor (realizado por Félix Reboto López-Spok Brillor) en La Gran Vía, siempre se colocan artistas. Vemos  a un chico venezolano dejando su expiración en el sudor de la imitación de Michael Jackson, por unas monedas en su sombrero negro, al igual que a los días, otro lo hace dentro de un gran robot amarillo o una chica con teclado promociona su arte y cuenta, para seguidores que la conviertan en la estrella que ya es.

Vuelta a la realidad del piso, sentada en una poltrona veo a mamá leyendo libros, uno tras otro. Rechazando algunos, mejor distraída con historias acertadas. Pero nada como verla cuando en la noche, arreglada para dormir, sobre la cama, con el móvil en sus manos, mira y reenvía mensajes a  sus nietos, familiares y amigas de WhatsApp.

Ahí si su rostro está iluminado por una sonrisa de niña ante un juguete que le maravilla y le acerca al núcleo de sus afectos

Ni las cerca de diez mil páginas que ha leído en pocos meses, con fervor y fluidez, la han acercado tanto a la paz que se le ve en ese momento agradecido.

 

 

https://www.editoresmadrid.org/libros-a-la-calle/

5 comentarios:

Unknown dijo...

Estupendo texto que manifiesta que tu escritura está en un muy buen momento. Escribir es una oración humana, contingente y contradictoria a Dios que nos reivindica en toda nuestra humanidad.

Unknown dijo...

Guauuuu maravillas narración lo puedo decir felicidades

José Antonio Rosales dijo...

Que bonita historia, tu mamá es realmente encantadora , a su edad una buena lectora, me alegro mucho saber que además no la asustan los Android. gracias por compartir

gabinomatos@gmail.com dijo...

Querida Marisol.como siempre un texto contextualizar donde la privado de tu cada se expanda a lo público visto o conocido. Todo eli perfectamente hilvanar con referencias de autores, obras, hechos, recuerdos....admira que tu madre, con.la poca visión que dices que tiene a su edad,haya logrado leer y lee tanto. Eso es maravilloso.la imagino con.ojos color cielo como.los tuyos.
Un abrazo y besos para ti.

Unknown dijo...

Tan bella mi yaya, a pesar de la distancia que nos separa cada noche me envía mensajes, su amor se hace sentir cada día en mi vida, te llevo en mi corazón.