Origen, Rolando Quero |
Cuando se ha podido
observar cómo nace de la tierra un brote de agua, se entiende que la vida es de
una singularidad avasallante.
El chorro continuo,
fuerte, transparente (nacido de la nada) siempre va a formar una laguna o río,
grande o pequeño, que corre libre para luego juntarse, o no, con otros
afluentes, y de esta manera componer lo que será una orquesta de luz líquida
por nuestro globo terráqueo.
Quien haya viajado a
Brasil en avión, cruzando por su dimensión selvática, sabe que el trayecto dura
de tres a seis horas, en las que se observan solo selva, destacando todo tipo
de formas de ríos, ensortijados y caprichosos en sus recorridos. Grandes,
cortos, anchos u estrechos, desafían todo
lo imaginado.
Tocar el agua justo en la
cabecera de su nacimiento, donde germina, es extraordinario. Tiene en su
textura y pureza tal liviandad que hace
sentir respeto por esa forma tan espontánea de brindarse, miscelánea de amor y regocijo.
El agua nos da alegría. Nutre.
Tiene un sinfín de usos y tanto dulce como salada proporcionan vitalidad.
Para los que tenemos
confianza en la vida y su infinita sabiduría sabemos que el agua es de una
dimensión espiritual que nosotros aún no hemos descubierto.
Vigoriza, acompaña;
permite todo ese sentido global de ser nuestra madre, la que impregnó todo nuestro
ser antes de nacer; fuente dentro y fuera de nuestro cuerpo.
Regresaremos como el brote
de agua, con alegría, con entusiasmo, sin recordar siquiera la valentía de
enfrentarnos a lo recién vivido.
Te esperamos afuera. Te
necesitamos. Confiamos en tu pronto restablecimiento.
Soy Marisol, te acompaño,
contigo estoy. Mi gato Chachito duerme, cuando no lo haga te lo diré.
Próxima carta:
https://azulfortaleza.blogspot.com/2020/03/animo-apolo.html
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