Gran Vía (1970-1984) de Antonio López |
Apenas tres semanas atrás
recorría el centro de Madrid en horas tempranas cuando todavía no estaba
rebosada de gente en busca de comprar cualquiera de las cosas que le han vendido
sobre esta ciudad. Lucía serena, algo fría, sobre todo en las calles donde los
edificios tapan el sol; elegante y diáfana.
En esos intervalos los
empleados de las tiendas están más amables porque tienen la energía nueva del
día, acomodan detalles y ofrecen su
amabilidad, sabiendo que la rutina y el trasteo constante de clientes, se
encargarán de olvidar hasta que están
trabajando.
Fueron unos días que aun
en invierno se disfrutaron con aire
primaveral inusitado, soleados y
cargados de la vitalidad de ese frugal renacimiento que siempre ocurre a partir
de mediados de marzo.
Un adelanto que
transportaba rebujo.
Desde la profunda
ignorancia de los acontecimientos de la realidad humana que en nada tiene que
ver con la realidad de la vida, que apenas reconocemos; sospechábamos que iban
a venir cambios en nuestra forma de vida.
Imaginar lo que está
ocurriendo, realidad sobrepasando la ficción, por supuesto no podíamos adelantarlo,
aunque ya habían muy serias advertencias de lo que hemos alcanzado.
Ahora Madrid está vacía,
solo con algunas personas cruzándola por razones laborales de extrema necesidad
y ello era impensable, por ejemplo, en el mes de enero, cuando las calles eran
apretujones de personas dispuestas a devorar a la ciudad churro que le han
vendido, a la ciudad ofertas verdaderas o falsas, a la ciudad liquidada, a
pasión y fuego, que se desnuda en las noches; a la ciudad tablao flamenco, a la
ciudad comestible de mil cientos sabores.
Ciudad de máscaras y suvenir, de posibilidades abiertas a toda hora, camuflada
en empleadores que, en mayoría de casos, sacrifican a las personas, para
obtener beneficios.
Al turista no le importa
cuánto sudor deja un trabajador, ni su cansancio u horas de jornada. Lo que
importa en su disfrute y lo que está dispuesto a pagar. En ese sentido, Madrid
puede ser la ciudad más cara o la más barata, dependiendo de la visión y los deseos.
Son muchas jornadas las
que trabajan las personas y Madrid es una de las ciudades que más emplea, pero
la calidad de los trabajos donde se requiere trato con el público,
responsabilidad en un sinfín de tareas que someten a un sacrificio constante,
revelan todo un submundo que nada tiene que ver con el brillo y el esplendor
físico de esta ciudad, otrora desplomada por la guerra civil española; rastro
de sangre, de horrores perpetrados que subyacen en la memoria histórica y
colectiva.
Si bien el turista
contiene cierta inocencia en su proceder y desenfado en su hipnosis vacacional,
otra es la historia de la capital Madrid con relación a sus trabajadores.
Si hay que decirlo con
palabras muy comunes y que suenan mucho por acá, España tiene una gran deuda
con su clase trabajadora. Los que hemos llegado hace poco vemos con sorpresa
–lo menos- la gran discriminación latente, la desprotección que existe por mas
sindicatos que consten (imagino por su politización); y el total desamparo que
hoy a la luz de esta cuarentena mundial, se visibiliza aún más, que en otros
muchos lugares.
La clase trabajadora en
España está desasistida, víctima de una explotación constante, soterrada o
expuesta, da igual; en muchos casos. Un sencillo ejemplo en las calles lo
podemos palpar viendo a los jóvenes de Glovo (en su mayoría extranjeros, muchos
venezolanos) pedaleando bicicletas, entregando comida o bolsas de supermercados en este tiempo de crisis, exponiendo su salud
en las ya precarias condiciones de esta labor, conocida por todos.
La pseudo protección del
Estado que acaba de aprobar una cifra descomunal para atender la crisis y
frenar una gran cantidad de cosas y
otras que se irán pensando sobre la marcha, porque en esta situación todos nos
estamos estrenando; promueve la debilidad de un todo: tanto en lo institucional
como lo público están temblando.
Cuando se observa que una
nación de este llamado primer mundo actúa así con (casi en contra) su misma
gente, que impera la viveza, el amiguismo, la falta de equidad para mantener medianamente
satisfecho a su conglomerado productivo mayoritario; sabemos que mucha es la
tarea por delante.
Llámese derecha o
izquierda los gobiernos no han cuidado a la gente. Algunos habrán hecho un
poquito más pero el nervio central
parece estar diseñado para que los tentáculos siempre refuercen al poderoso.
Hace poco en un juzgado de
conciliación, la trabajadora despedida fue testigo de la conversación entre la
funcionaria y los letrados (abogados, muy jóvenes). Ella preguntó qué cuantos
trabajadores eran en esa empresa de trabajo temporal (ETT) de nombre gringo, a
lo que uno de ellos inquirió si estaba preguntando por la plantilla. Afirmó que
activos eran alrededor de 220 trabajadores, “despedidos ya eran 7 mil”.
No dijo si estos despidos
fueron en seis meses, uno o dos años. Pero si una empresa arroja este tipo de
estadísticas debería ser objeto de un estudio responsable y comprometido por el
bien de la masa trabajadora. Como mínimo.
Lo común además es este
tipo de datos. Mas despedidos que beneficiados. ¿Dónde estará entonces el
negocio? ¿En emplear o desemplear? ¿Por qué se permiten este tipo de acciones
que no contribuyen en nada al crecimiento de España?
Pero la confección de la
rutina moderna no permite profundidades. En la inmediatez no hay tiempo para
verdaderas soluciones. Los sindicatos ayudan a resolver algunas situaciones de
los trabajadores, pero como son tantos los casos, no pueden arbitrar en la
verdadera dimensión del ejercicio, con la presión necesaria para los cambios.
Una noticia publicada a
raíz del estado de alarma revela aún más la indefensión de todos: el actual
gobierno de España a los más de 7 mil médicos residentes 4 que están llevando
el peso de toda la labor frente al virus en los hospitales, les congelaron la
posibilidad de llegar a ser especialistas (lo iban a alcanzar en el mes de
mayo) para no pagarles el sueldo que les corresponde por ello. Una decisión
económica, sin duda, en muy mala hora.
El sacrificio se
exige a los más débiles.
Otro sector vulnerable, siempre
sacrificado y con un manto de incongruencias alrededor, el de los autónomos, se encuentra ahora, golpeado por un conjunto
de decisiones generales que arrastrarán miles de casos particulares, asomando
las injusticias.
Derecha e izquierda cuando
tienen que deslastrar, deslastran.
Tampoco queremos señalar a
los empresarios de una forma anárquica. La tarea es en conjunto, mejorando
condiciones. Con sentido común, más que con ambición desmedida.
Por supuesto la intención de
este escrito no es crear las enfurecidas polémicas que por aquí se destapan
cuando temas económicos y sociales se discuten. No soy experta en nada.
Observo. Leo. Escucho. Vivo experiencias.
Pareciese que pese al
progreso y las distancias históricas esa idea tan apasionante para muchos de estar
siempre arriba y los demás abajo, como los señores feudales de antaño, parece
tener muchos amiguetes.
Goreng (Iván Massagué) leyendo a Don Quijote en El Hoyo
A propósito de ello, la película El Hoyo de Galder Gaztelu-Urrutia, convincente, ruda, hilarante e impecable en su producción escarba en 230 pisos de celdas, la conciencia de la sobrevivencia. Muchos han interpretado el filme como la metáfora del capitalismo, que desde esta visión aglutina la injusta repartición que ha despertado la demencia vital, capaz de exigir con un muy alto precio, lo que les ha sido arrebatado.
Todas las medidas nacionales que tomará España se sentirán insuficientes y tardías. El tema laboral ha aflorado con mucha fuerza. Son más de 5 millones de trabajadores que se han quedado en el paro y si su situación antes era precaria y un asunto de sobrevivencia, puede que las primeras consecuencias de toda esta paralización jugarán en contra, porque poco habrá servido esta pausa obligada, para buscar mejoras en la sempiterna tensión de esta relación.
Todas las medidas nacionales que tomará España se sentirán insuficientes y tardías. El tema laboral ha aflorado con mucha fuerza. Son más de 5 millones de trabajadores que se han quedado en el paro y si su situación antes era precaria y un asunto de sobrevivencia, puede que las primeras consecuencias de toda esta paralización jugarán en contra, porque poco habrá servido esta pausa obligada, para buscar mejoras en la sempiterna tensión de esta relación.
Ojalá esta pandemia haga
crecer en conciencia, para transformar la dependencia entre el empresariado y
los empleados.
No toda la masa laboral en
España por supuesto se mueve dentro de los denominados “contratos basura”. Otra
alcanza estabilidad y el conglomerado de funcionarios goza también de ella, si
bien podría aún mejorarse. Como todo.
Los que nunca vislumbramos
vivir y trabajar en España y la circunstancia venezolana, en nuestro caso, como
en muchos, definió el destino, siempre desde allí observamos como los estados
europeos eran “devoradores”. Si bien garantizaban otras cosas que en el tercer
mundo no funcionan tan bien, como la seguridad social, protección ciudadana, atención primaria y buenos hospitales; educación.
Impuestos elevados que si
bien garantizan la estructura y pilares económicos a nivel humano, revelan la dureza y hostilidad hacia los ciudadanos.
En esta nación hemos
podido observar también que los duros años de la guerra civil española y la
dictadura insisten. Quizás ahora es cuando comienzan nuevas generaciones a ser
capaces de romper con todo un sistema que se pensó a sí mismo en vez de la
gente.
La soledad de las calles
de ahora conversó durante muchos años a los nacidos en esta tierra. Todos,
aunque unos con más sensibilidad que otros, han sentido esa especie de
desasosiego en culturas especialmente creadas para sospechar de todos y crear brechas separadoras.
El artista plástico
hiperrealista Antonio López ya en los
años 70’ pintó la Gran Vía vacía de gente, como luce ahora, en un esfuerzo muy
particular que asumió y que le llevó horas de trabajo, porque ni siquiera a muy
tempranas horas del amanecer, conseguía ver ésta reconocida avenida, sin gente.
Igualmente sin personas
tiene otras obras como Madrid desde las torres blancas terminada alrededor de
2012.
Aunque parezca que duerme,
sabemos que esta ciudad despertará intentando emular el ritmo que le hemos
impuesto. Ojalá entonces hayamos entendido, entre muchísimas cosas, a armonizarnos con la bondad y la grandeza
que sí prevalece en la vida, aunque insistamos en no darnos cuenta.
También sabemos de la
nobleza y dignidad de la mayoría de los españoles. Su sensibilidad e
inteligencia harán emerger mejores horas, por encima de la negligencia política
que hoy se ha evidenciado en el mundo
entero, salvo minúsculas excepciones.
Madrid desde las torres blancas, Antonio López. |
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