No recuerdo el día y el
mes se me ha confundido. Es lo que tiene esta pausa obligada llamada
confinamiento dentro de la pandemia: diluye los días, en aglutinamiento de
hechos desechos, en las repeticiones informativas, en las dudas sembradas con
conocimiento de causa, como si fuéramos ristras de ajo o pangolines.
En todo caso creo que fue
a finales de enero de este año. Sin yo misma creérmelo estaba buscando a
Natalia Jiménez por las calles del centro de Madrid, acompañando a una súper
fans, que tenía acceso a esas plataformas donde las famosas van colocando los
lugares por donde van, para comunicarle al mundo sus cosas y quizás para que las
encuentren, si es que se quieren dejar localizar.
Yo, que no soy fanática de
nadie y de nada, porque prefiero la libertad de mi espíritu a todo cuanto haya
conocido, me vi inevitablemente, corriendo hasta la plaza Mayor porque acababa
Natalia de publicar un vídeo paseando por allí.
Ya habíamos pasado por Callao, la calle Preciados, el mercado de la
reina y la plaza Sol. El cuadrado perfecto de esta plaza Mayor lo recorrimos
varias veces y no estaba la artista que se encontraba por Madrid paseando,
puesto que es Barcelona, por Operación Triunfo, donde normalmente se afinca.
No hubo ese día suerte.
Desde que conozco a esta
súper fans no hay día que no escuche hablar sobre esta mujer. Creo conocerla
tanto como ella que la sigue desde que tenía siete años de edad y pudo superar
incluso el bullying por la canción “Creo en Mi”, compuesta por Jiménez, inspirada
por las sensaciones de estas difíciles vivencias que también experimentó.
Unas semanas después ésta
súper fans que se llama Anggella logró reunirse con ella porque supo, por igual
seguimiento, que estaba tomando un café y se acercó justo para cumplir su sueño
de conocer a esta antidiva, sencilla y espontánea, tomándose el selfie de
rigor.
Como me la paso escuchando
frecuencias de música diferentes para que en mi cabeza no se queden las
canciones del momento, que tanto insisten en repetirse, cargadas siempre de
Animus ajeno, no las almaceno en la memoria.
No obstante, las baladas
de Natalia, quien tiene muchas desde que comenzó con La Quinta Estación, aunado ahora a su disco homenaje a México, pleno
de rancheras; canciones de amor y
desencuentros, me repercuten en este
confinamiento.
Vivo al lado de la súper
fans.
Ya ha cantado por los
espacios del metro de Madrid por donde la misma Natalia comenzó, cuando ni
siquiera tenía el permiso para hacerlo. Es decir, practica todos los días
escuchándola y aprendiendo de su energía creativa.
Puedo decir de toda esta
experiencia vigorosa y divertida que aunque los 440 hertz insisten desde
múltiples púlpitos, mi gato Chachito ronronea a una frecuencia entre
veinticinco y ciento cincuenta hercios.
Todos sabemos descubrir lo
que nos sana y revitaliza.
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