En uno de estos vídeos de
compartir que me envió un amigo, vi algo que quizás también supe en algún momento
de mi vida, pero olvidé con el paso del tiempo. Se trata del renacer del águila
lo que realmente creo es digno de recordar en este momento de tan pocas
certezas y tanta infoxicación.
En las imágenes muestran los vuelos esplendorosos,
cargados de poder de diferentes águilas. Narran que pueden vivir alrededor de
setenta años, pero que en sus cuarenta primeros de vida, ocurre un desgaste
natural de sus garras, plumas y pico. La naturaleza entonces le revela lo que
debe hacer: morir o renacer. Si la segunda opción es su determinación deberá
enfrentar ciento cincuenta días de verdadera prueba física, anhelo de vida
plena, trascendiendo el dolor.
Debe escoger un lugar
apartado y construir un nido. Tiene que además tener cerca una roca porque lo
primero que deberá hacer es golpearla, hasta que se le desprenda el pico torcido,
que ya no le servía para cazar.
Esperar pacientemente que
nazca el nuevo con el que más adelante se arrancará todas las plumas que
deberán tener igual crecimiento mientras surge esta segunda oportunidad.
También habrá destrozado sus
pezuñas débiles para dar paso a unas fuertes piezas que le permitan sobrevivir
otros treinta años más.
Cinco largos meses de inanición,
de cambio transformador e incólume intuición natural.
Sin quejas a su destino.
Nosotros que estamos aquí
a veces anhelando hasta ser águilas y con chorros de miserias y maravillas, internas y expuestas, en la global experiencia
que nos toca, debemos vivir los días con mayor compasión y sabiduría. Con más sentimiento
(no sentimentalismo) y más lealtad al ser que nos quiere vivos y plenos.
Soy Marisol, los días se alargan
en este confinamiento. Buenos para renovar y para recuperarnos, con todas las
fuerzas. Mi gato Chachito duerme. Domingo de sol, cargado de luz y optimismo.
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