Ayer en el supermercado
mientras esperaba comprar una barra de pan, un hombre joven compraba tres
tartas para el Día de la Madre. La dependienta le advertía que estaban
congeladas y que las debía dejar fuera de la nevera, un tiempo antes de
servirlas. El muchacho respondió levantando los hombros y movimiento
afirmativamente la cabeza, sin pronunciar palabra alguna. También pudo ser que
se ahorró hablar por el barbijo que tenía, ocultándole boca y nariz, como el
resto de las personas que estábamos allí.
¡Tres tortas!: madre,
madre de sus hijos y madre suegra.
Lo curioso es que las
tenga viviendo juntas, a juzgar por esta pandemia que no permite visitar
siquiera a nuestra mamá. O muy cerca, como para dejarles el dulce detalle.
La compra del chico además
me sirvió para recordar que este domingo se homenajea la labor femenina, pero
cuánto mejor compartida, de traer hijos al mundo.
Una fecha completamente
distinta para quienes no podrán acercarse siquiera a ver a su mamá y llevarle
algún detalle, aun cuando los teléfonos y las redes sociales permitirán lo más
importante: hablar con ellas,
transmitirles nuestro cariño.
Si bien como muchas otras
celebraciones, ésta se ha convertido en otra más de consumismo con alboroto, también
es una fecha que se acepta con mimo, no está de más dejarse querer y juntar a
la familia por un día, que en realidad es un hacer todos los días.
La tarea desde el mismo
momento de gestación no se detiene. Compromiso, responsabilidad, alegrías y
crecimiento con todas sus vertientes es la misión de una pareja e igual camino
si la mujer por cualquiera de las razones tenga o decida hacerlo en solitario.
Los que tenemos la alegría
de tener nuestra madre viva sabemos de la abnegación que tuvieron en tiempos
completamente distintos a los nuestros. Sin las herramientas de hoy en día, ejecutaron
la obra limpia de acercarnos a un mejor porvenir, con éxito.
A mi madre esta mañana
cuando la llamé y nos felicitamos mutuamente, hablaba con su voz más
complacida, estaba contenta porque ya los días no serán tan fríos, había salido
el sol que secaría su ropa y le permitiría ducharse sin tantos temblores,
mientras se reía de las travesuras que en ese momento le contaba me estaba
haciendo el gato.
Lo sencillo, lo que no
huele a compra y venta, eso es lo que realmente nos emociona. Saber que nuestros hijos están bien y que nos
ayudan cada día a ser mejores seres humanos.
El panorama de esta
situación mundial va despejándose, solo aspiramos tu pronto regreso a casa, con
las ganas de vivir; con la sonrisa de lo superado.
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