Gumersindo era un hombre delgado y bajo. Caminaba rápido y tendía su cuerpo a estar un poco de lado. Tendría unos setenta años, pero no se le adivinaba rápidamente la edad. A veces se le veía aún más mayor, otras más joven.
Lo conocí a través de un
amigo al que siempre llamamos por su apellido, Aral, quien tenía en su pequeño
terreno, problemas de agua y en el
pueblo le recomendaron llamar a este
zahorí, descubridor de vetas de agua subterráneas, capaces de mitigar la
escasez de esas áridas tierras.
Llegó con dos baritas de
cobre, cigarro encendido a un lado de la boca, sin ganas de hablar ni de perder
tiempo. Se movió rápido por el lugar y vimos como en una zona específica, las
varillas se le tensaron. Sin embargo no percibió la fuerza como para recomendar
perforaciones. La veta era débil.
Se fue Gumersindo un poco
cabizbajo encendiendo el cigarro, con la del que iba a desechar.
Apenas había caminado unos
cincuenta metros, se devolvió con agilidad y dijo que tenía la solución. Iba a hablar con el dueño
de otro terreno que estaba bastante cerca, donde la calidad y la cantidad de
agua no eran problema. Su anterior hallazgo tenía que ser compartido. Dijo con
convicción “a mí no me va a decir que no”.
Así fue. Varias pequeñas
haciendas fueron beneficiadas por esta acción, Aral pudo sembrar rosas y un
montón de árboles frutales y una pequeña alberca para que se refrescaran las
aves de toda la zona, bastante seca y sin lagos o ríos.
Lo acompañé muchas veces
en su sueño de hacer este lugar uno de los más acogedores. Lo logró con esfuerzo,
dedicación. Con los años se convirtió en un remanso de paz, refugio de
meditaciones.
Percibiendo sin la sensación
de que nos fue robado, al pasado mes de abril, sólo podemos culparlo de cosas
buenas: sus varillas mágicas nos colocaron justo en el lugar donde debíamos
estar, en éste reposo obligado, conocimos la amistad, solidaridad y belleza de
muchas personas, como muy bien me lo recordaron mis primos jubilados de
Barcelona.
El manantial de la
creatividad fluyó para demostrar que la paz es un estado de conciencia gestado
en la confianza. Que hay grandeza por doquier, que hay amor, entrega y los
deseos de seguir hacia adelante porque aún podremos ver cosas mejores.
A Gumersindo nunca más
volví a ver aunque siempre que pude
pregunté por él. Continuaba con esa labor sin cobrar, aceptando solo un
cafecito. No probaba bocado, por pequeño que fuese, no había forma de
convencerle.
“Se me tuercen las
varillas”, recuerdo dijo con sorna, la vez que le insistí comiera.
Hoy primer martes de mayo, resultó día primaveral
perfecto: sin frío, sin calor, soleado por doquier. Acompaña en esta recuperación
tuya, por su sensación intrínseca de alegría. De este mes también recordaremos
su positivo paso en nuestras vidas.
Mi gato Chachito duerme.
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