Dibujo de Al Segar |
Pasó con rapidez,
atravesando diversos pasillos. A sus ojos, los movimientos de las mujeres de
limpieza y las enfermeras que le miraban, reconociéndole.
En la sala de cuidados
intensivos, con las señales eléctricas pulsantes, buscó a Antonio. Miró hacia la
zona media donde debía divisarle. No estaba.
Avanzó hacia los
ascensores. Sintió que lo llamaban. Al girar la cabeza, sólo vio filas de
pacientes en cama, aproximados a ambos lados de las paredes, estrechando el
pasillo. Bajó al sótano maestro, como le llamaban entre ellos, al más laberíntico,
con fuerte olor a lavandería, con los carros alineados para ser transportados,
con sábanas limpias y demás enseres, a los pisos correspondientes.
Al llegar a la morgue
el panorama era desolador, hasta para él,
habituado, desde estudiante, a la muerte. Habló con uno de los encargados que
se acercó, sin asombro de verle allí.
Lo ayudó a buscar el
cuerpo de Antonio intentando ser amable con él. Lo consiguieron entre el grupo
que acababan de traer, sin tiempo de
iniciar los protocolos correspondientes.
Dejó al médico solo frente
al cadáver. Vio como éste confirmaba la identidad, apartando un poco la sábana azul
grisácea que tapaba el rostro.
“Antonio, perdona por no llegar a tiempo como
te prometí. Aquí estoy. Recibe mi amor,
tibio hacia ti, en mi pecho. Recibe mi abrazo con todo mi corazón. Te honro
como pan mojado.
Te doy las gracias por la
ternura que depositaste en mí, desde que me reconociste como tu hijo, entre
todos los niños del retén. Al cargarme, bañarme y cambiar pañales. Hasta cuando
te celaba de mamá, me mirabas sonriendo. Gracias papá, por darme tu herencia de
genes buenos y honrados. Tengo tu soplo en mis cinco sentidos. Tu fuego en mi
sangre. La dulzura de tus ojos. Chorro de luz en mi piel. La inteligencia del
discernimiento en todas y cada una de las decisiones. Gracias por jugar conmigo,
cuerpo a cuerpo. Por dejarme ganar. Porque mis travesuras te alegraran, con
complicidad. Soy un pedazo de ti en mis arrebatos. Mi boca al recordarte se
hace agua de carato moriche. ¡Con cuanto amor y gusto cocinabas!
Fuiste tierra fina y
libre, viajando por ríos empeñados en desembocar en mar salobre.
Viaja en paz padre amado,
ahora que lo puedo decir.”
Se devolvió por el mismo
atajo. Trabajó unas cuatro, seis, diez horas más. Al quitarse el traje que lo
hacía sentir astronauta, orinó largamente. No sabía cómo almacenó tanto líquido.
Ni café había podido beber.
Cogió el coche y puso
música. Repasó lo vivido. Fue entonces cuando se percató. Se había despedido de
su papá al hablarle a Antonio. Tenía nueve años cuando falleció,
inesperadamente. Le pidió a su madre que lo sacara del velatorio, no quería estar allí. Unos primos se lo
llevaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario