jueves, 16 de abril de 2020

Coropospón (cartas de apoyo a pacientes Covid)

La persistencia de la memoria, Salvador Dalí 


El tiempo en la cuarentena transcurre disparejo. No es sólo porque no podamos salir fuera del llamado hogar donde habitamos,  atendiendo la conciencia, la responsabilidad y hasta el impuesto estado de emergencia por los gobiernos del mundo; es porque los días se revelan a ser iguales, se hacen distintos.

Ni siquiera nos levantamos a la misma hora. Ya no hay un reloj tirano que sentencie. Siempre hay diferencias, más temprano o más tarde; da igual. Lo que se tenía esbozado realizar, se cumple unas veces, otras no. Ese relajamiento se concibe dejándose llevar o bien porque sabemos que no pasa nada si alteramos el orden pautado.

Todo se puede posponer: desayunar, leer, revisar medios on line, correos electrónicos, mensajes de Whatsapp, Facebook e Instagram (quienes lo tienen); meditar, almorzar o cenar; hacer ejercicios en el espacio reducido de la colchoneta, o lo que sea.

Coropospón debería ser llamado este confinamiento. Polifónico, además.

Puede ocurrir que de tanto pensar que hay tiempo “pa’ tó’” se termine no haciendo nada como me ocurrió a mí el día de ayer que dejando todo para más tarde me quede sin comer, sin meditar, sin hacer ejercicios y sin escribir.

Lo único matemático que hubo fue darle de comer al gato tres veces al día, limpiarle su arena y cambiarle el agua de beber. Eso funcionó a la perfección, porque bien se encarga de recordármelo. Manda mejor en este tiempo de deshoras, porque estoy con él. Antes ni siquiera estaba para atender todas sus básicas demandas. Se tenía que conformar con que me fuera temprano y regresara tarde en la noche,  sin chistar.

Ayer, por lo tanto, me acosté en la noche, como si no hubiese vivido y esa sensación no me gustó para nada. La mente comenzó hoy a torturarme y a decirme, para variar, eterna insatisfecha, que eso no puede volver a repetirse. Las tareas pospuestas son promesas,  dice ella, en su exagerada interpretación de todo cuanto acontece.

Por lo tanto, después de más de treinta y cinco días  de cuarentena, tras leer teorías conspirativas, cuentos infantiles y sagas de literatura fantástica; y luchando contra mi dolor de espalda por estar demasiado tiempo sentada, no puedo sino dilucidar la anarquía de un itinerario de sobrevivencia sencillo: continuar en el empeño ágil de surfear las olas raras de esta época, con mimo a mi tiempo y espacio. Atendiendo una breve agenda de amor hacia las sencillas cosas que hago y mantendré.

Soy Marisol. Te escribo deseando tu pronta salida del lugar donde te estés recuperando. Le acabo de tomar varias fotos a mi gato durmiendo, no vaya a ser que después nadie me crea.


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