La persistencia de la memoria, Salvador Dalí |
El tiempo en la cuarentena
transcurre disparejo. No es sólo porque no podamos salir fuera del llamado
hogar donde habitamos, atendiendo la
conciencia, la responsabilidad y hasta el impuesto estado de emergencia por los
gobiernos del mundo; es porque los días se revelan a ser iguales, se hacen
distintos.
Ni siquiera nos levantamos
a la misma hora. Ya no hay un reloj tirano que sentencie. Siempre hay
diferencias, más temprano o más tarde; da igual. Lo que se tenía esbozado
realizar, se cumple unas veces, otras no. Ese relajamiento se concibe dejándose
llevar o bien porque sabemos que no pasa nada si alteramos el orden pautado.
Todo se puede posponer:
desayunar, leer, revisar medios on line, correos electrónicos, mensajes de Whatsapp,
Facebook e Instagram (quienes lo tienen); meditar, almorzar o cenar; hacer
ejercicios en el espacio reducido de la colchoneta, o lo que sea.
Coropospón debería ser
llamado este confinamiento. Polifónico, además.
Puede ocurrir que de tanto
pensar que hay tiempo “pa’ tó’” se termine no haciendo nada como me ocurrió a
mí el día de ayer que dejando todo para más tarde me quede sin comer, sin
meditar, sin hacer ejercicios y sin escribir.
Lo único matemático que
hubo fue darle de comer al gato tres veces al día, limpiarle su arena y
cambiarle el agua de beber. Eso funcionó a la perfección, porque bien se
encarga de recordármelo. Manda mejor en este tiempo de deshoras, porque estoy
con él. Antes ni siquiera estaba para atender todas sus básicas demandas. Se
tenía que conformar con que me fuera temprano y regresara tarde en la noche, sin chistar.
Ayer, por lo tanto, me
acosté en la noche, como si no hubiese vivido y esa sensación no me gustó para
nada. La mente comenzó hoy a torturarme y a decirme, para variar, eterna insatisfecha,
que eso no puede volver a repetirse. Las tareas pospuestas son promesas, dice ella, en su exagerada interpretación de
todo cuanto acontece.
Por lo tanto, después de
más de treinta y cinco días de
cuarentena, tras leer teorías conspirativas, cuentos infantiles y sagas de
literatura fantástica; y luchando contra mi dolor de espalda por estar
demasiado tiempo sentada, no puedo sino dilucidar la anarquía de un itinerario
de sobrevivencia sencillo: continuar en el empeño ágil de surfear las olas raras
de esta época, con mimo a mi tiempo y espacio. Atendiendo una breve agenda de
amor hacia las sencillas cosas que hago y mantendré.
Soy Marisol. Te escribo
deseando tu pronta salida del lugar donde te estés recuperando. Le acabo de
tomar varias fotos a mi gato durmiendo, no vaya a ser que después nadie me
crea.
Carta anterior:
No hay comentarios:
Publicar un comentario