Juanita era una mujer
recia. Tenía la piel muy lisa y del color de ciertos árboles que tienen su
nombre científico pero que, entre otros nombres, los conocen como Palo de
Indio. Su cabello entrecano era largo y se lo amarraba con una cola.
De joven tuvo muchas
conquistas aunque fue a un solo hombre que le dedicó sus días, padre de sus
hijos. Conservaba en su rostro cierto aire jovial, fresco y un rostro resabiado
frente a lo desconocido.
Después de bañarse tenía
el ritual de sacar la jaula del loro afuera, en el portal de la casa. Colocaba
una silla y se sentaba a recibir el
frescor de la tarde, acalorada y húmeda, esperando que alguna vecina pasara
para conversar.
Pronto entablaba
conversaciones y ofrecía un vaso de agua o un cafecito para alargar las visitas
hasta entrada la noche.
La rutina la mantenía
activa. Las mismas horas, los mismos movimientos para hacer las cosas. Se
levantaba, desayunaba, regaba las plantas; limpiaba la jaula, salía si tenía
que comprar algo, esperaba los camiones que vendían diversas mercancías.
Preparaba el almuerzo, comía; lavaba los platos y se ponía a canturrearle al
loro que se sabía diversas canciones.
Por ello se sorprendió al
escucharlo hablando como en murmullo. Y al acercarse a él entendió las groserías
que le estaba diciendo en ese tono cómplice, bajito; como si temiera ser
descubierto.
Su mente ágil supo que
desde fuera del portal, sin que ella se percatara, debían estar enseñándole a
su loro Ruperto esas palabras tan altisonantes.
A la caza iba entonces de
los sinvergüenzas. Su loro era para coplas, villancicos y alguna estrofa
romántica o ranchera. Indecencias no las toleraría.
Disimuló que estaba
haciendo todo como de costumbre pero una buena palangana de agua con hielo
tenía escondida, a la mano. El primer día nada logró. El segundo tampoco. Fue
en el cuarto que descubrió a su nieto de 29 años, que ni siquiera entraba a
saludarla, soplando en voz apagadita todo el verguero de groserías.
Como su sorpresa fue
mayúscula, además del agua helada, también le tiró el perol, con tan buena
puntería que un chichón en la frente se le formó, mientras Ruperto reía como
loco dentro de una gran algarabía.
Soy Marisol. El día ha
estado con un sol maravilloso, dando fuerzas también por tu pronta
recuperación. Mi gato Chachito duerme, esponjado y feliz.
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