La colina redondeada
y muy amplia servía para relajarnos del
estrés citadino. Nos acostábamos en la hierba corta y fina, y sólo ver nubes y
cielo azul era un deleite. Sentir la tierra en la columna vertebral, la
suavidad y el frio de la grama, un poco húmeda, también.
Era un lugar al que íbamos
asiduamente para recargarnos energéticamente. No lo sabíamos pero el lugar era
especial para ello.
Más allá de quedarnos en
un hotel muy barato y comer en una pequeña y también muy económica posada, una
rica sopa de gallina negra ojos azules, sentíamos que allí había algo diferente.
Una tarde, viendo el crepúsculo,
con los colores majestuosos de agosto, un hombre bastante mayor se nos acercó
para conversar.
Disfrutamos de su compañía
porque tenía una dulzura particular en su robusto cuerpo de campo.
Nos dijo que justo en esa
colina, tiempo atrás, hubo una ceremonia incomparable con ninguna otra
experiencia. Unos seres celestiales abrieron una puerta en el cielo y todos los
que estaban sentados allí mismo, meditando para que ello ocurriera, sintieron
el baño de una lluvia dorada justo cuando la tarea había sido completada.
Dijo que él no estuvo
meditando porque no sabía cómo hacerlo en aquella época además de ser un
descreído. Estuvo ayudando con cualquiera de las necesidades que tenía el grupo
de unas cien, todas vestidas de blanco.
Veinticuatro horas
meditando necesitaron para que se abriera un portal. Las puertas cósmicas no
debían estar cerradas.
Al despedirnos de él porque
ya la noche había entrado a la colina, con mucha curiosidad, le pregunté si
después de aquella asombrosa experiencia había dejado de ser un incrédulo.
- Sigo
siéndolo, me dijo cuajado de risa. Pero fíjese que siempre vengo aquí, de
mañana o de tarde. No he visto al Ángel que ese día personas sensibles
percibieron, pero le puedo decir que lo que siento aquí, así como ustedes, es
prodigioso. Mágico. Y misterioso…
La última palabra la
pronunció abriendo los brazos y moviendo las dos manos hacia arriba, con una
enorme sonrisa, que me confirmó que siempre había ido allí con la fe de llegar
a ver.
Soy Marisol. Te envío
fuerza, ánimo y mi más grande deseo porque por la puerta grande de donde te
encuentres salgas con salud y ganas de vivir aún mejor que antes. Mi gato
duerme, maravillosamente.
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