Guernica, Pablo Picasso |
El guardia del museo me
ofreció su silla y un poco avergonzada
me senté, intentando calmarme.
Fue durante la primera visita
al Reina Sofía. Cuando me detuve en la obra que sabía estaba allí y solo había
observado en libros, desde niña, no pude contenerme.
No sabía que era tan
grande. Al ver el Guernica, casi un mural en la pared, no pude evitar
sumergirme en la energía del cuadro,
presto a desentrañar el alma de la guerra, con sus cuerpos-pedazos-cúbicos de
animales y de seres humanos.
Al principio, afloraron
las lágrimas sin más, y en silencio. Luego, en la medida que mis ojos iban
encontrando multiplicidad de escenas, en el mismo lienzo, salió un grito de mí, corto y profundo. Pasé
después a un llanto desconsolado, que hizo que todos los que me acompañaban
escaparan, dando a entender aquello de “no la conozco… ni tengo nada que ver
con ella”.
En ese trance me interrumpió
el vigilante, presto a evitar cualquier escándalo o foco desestabilizador en el
controlado espacio de exposiciones.
Aunque lo intentaba, no
podía del todo dominarme. Una de las tantas veces que tomé aire y semi abrí los
ojos, me vi rodeada por personas, cual pintura artística.
Una señora me estiró el
brazo con un pañuelo de tela, con la letra F bordada en azul claro. Un veinteañero intentaba grabarme desde el móvil
desafiando la vigilancia, una mujer me miraba con cara de qué te ha hecho el
guardia; pero el rostro que me terminó de ubicar sobre la situación vivida fue
el de mi hijo: desconsuelo con vergüenza. Mezcla capaz de secar al más tenaz
riachuelo cantarín.
Intenté levantarme con
disimulo mientras pedía disculpas y como pude me escapé del suceso.
Al salir, del grupo me
despedí en un café cercano al museo. Era temprano. Regresé sola y me coloqué de
nuevo frente al Guernica. El vigilante era ahora una mujer. ¡Menos mal! Me
había prometido no llorar, vencer la fuerza desatada en la obra.
Utilicé el truco más
sencillo: llevé mi respiración diafragma abajo y descubrí la luz central que revitaliza el lienzo: un gran
triangulo blanco, que incluso se convierte en bandera de paz.
El perdón redime todo
horror.
Soy Marisol. Hoy ha brillado
un día espléndido. Escenario perfecto para la recuperación, renovar nuestras
fuerzas internas y corpóreas. Mi gato acaba de venir a dormir, el sol le hizo
jugar más de la cuenta.
Enlace:
https://www.museoreinasEofia.es/
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