Nos observan, Rolando Quero |
Tuve que salir de la
habitación donde vivo y cumplo la cuarentena, porque mi gato casi se queda sin
comer. Me levanté temprano, ya sabía que
hoy no llovería de acuerdo a los pronósticos del tiempo, hice mis ejercicios y una
lavadora de ropa que colgué. Al rato salí, después de acomodar muy bien las
bolsas de basura, llevar un papel a la mano para limpiarme apenas las echara, y
seguir rumbo al supermercado.
Mi sorpresa fue grande
cuando vi la enorme cola para entrar. Nos hacían ingresar por la salida de emergencia
y la fila atravesaba todo el centro comercial para regresar de nuevo a la
entrada principal, para acceder.
Opté entonces irme hacia
otro supermercado más pequeño. Siempre le he huido a las colas y no me sentí a
gusto, dadas las circunstancias.
Mientras caminaba hacia el
nuevo destino vi un estanco con casi igual número de semejantes esperando
comprar tabaco. Me impresionó.
Me topé más adelante con
un hombre que paseaba a su perro y fumaba. Todo el humo se me vino al rostro y
me incomodó. Por supuesto, ni se enteró.
Vi por la calle pocas
personas aunque más de las que veo en mi limitada ventana, quizás una zona
menos céntrica. En su mayoría, con
tapabocas, yo con una bandana de hacer ejercicios, cubriéndome nariz y boca. En
las farmacias cercanas no venden mascarillas.
Lo curioso de esta nueva
condición es que caminamos por la calle evitándonos. Nos vemos y se baja la
mirada para no volver a encontrar los ojos. Perdimos el modal del saludo, enredados
con esa especie de bozal, que ahora llevamos.
La sensación en la calle
es desnaturalizada. No podemos sentirnos igual que antes porque hay algo
diferente. Tangible o intangiblemente algo está allí con lo que no acabamos de
lidiar muy bien.
Dentro del pequeño
supermercado el comportamiento fue también distinto. Si consigues alguien de
frente, se desvían. Hay una prisa
nerviosa a la hora de comprar y salir lo antes posible de allí. Si se sabe la
ubicación de lo que se va a comprar no se recorren todos los pasillos. Pero por
más medidas que existan, la cercanía con la gente es inevitable.
Menos mal que la luna
llena de anoche, más cerca que nunca de todos nosotros, de tono rojizo, aunque
la llamaron luna rosa, hizo despertarnos con la
alegría de saber que lo único permanente en la vida es el cambio, y que
el universo tiene las sabias y tibias
riendas de nuestro destino.
Transformación para bien,
por la recuperación de la salud de tu cuerpo. Soy Marisol. Día que empezó con
la fuerza del sol. Ahora nublado, con el gato durmiendo después de comer su
nuevo alimento.
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