Los que estamos viviendo
fuera de Venezuela, porque nos tocó sin quererlo ni soñarlo, desde el momento
que nos dimos cuenta que el alma no podía más, ver lo que está sucediendo
después del 28 de julio, es una concatenación de lo que hemos ido observando
allí, desde aquí, a lo largo de este
obligado destierro, desde hace ocho años.
Veinticinco años han
servido para reconocer la impronta de un estado delincuente que además de
abusar y pervertir todo a su alrededor, ha generado una de las actuaciones más
violentas que pocas naciones pueden reconocer: la indolencia social, causa de
las muertes de sus coterráneos y de un conjunto de atrocidades que se han
generado por doquier.
Porque después de la
certeza de que los primeros asesinatos de manifestantes fueron perpetrados por
francotiradores cubanos, ahora reconocemos un Estado desvalido, que no solo
permitió la total impunidad en su suelo, sino que ha exportado miseria y dolor
a todo su alrededor, obligando a auto expulsarse a sus ciudadanos, quienes en
su mayoría, al huir, han tenido que caer en las peores redes delictivas: la
explotación laboral y sexual, el tráfico de personas, la violencia y la
discriminación, entre otras muchas pervertidas consecuencias.
La indolencia va más allá
del consentir todo lo que ha ocurrido, es querer continuar que se mantenga el
dolor de las mujeres (también hombres) que han sido violadas por los traficantes coyotes, de las que han sido
obligadas a prostituirse (niños y niñas también); familias que lloran la muerte
de sus hijos ahogados en el ríos de las huidas; los que han tenido que soportar
vejaciones también dentro de Venezuela, donde siguen torturando y asesinando a los
que piensan distinto.
Todo justificado por
mantenerse en el poder, porque no hay ideología posible que salvaguarde al cartel
de los soles narcotraficantes (militares) y sus políticos ladrones, violadores, asesinos y seres
deshumanizados. Los de izquierda que crean que deben apoyarlos porque son sus
mismas ideas, no solo están equivocados, es que además son cómplices de una
nación que tiene lo peor de Macondo y la guerra de los Canudos, de las novelas Cien años de soledad y La guerra de fin de Mundo (de Gabriel
García Márquez y Mario Vargas Llosa).
Realismo mágico perturbado
por una verdadera historia de pobreza espiritual y creencias desfiguradas.
Si para el mundo,
veinticinco años no son suficientes para saber que es la trampa la que ha
imperado en el Consejo Supremo Electoral, desde el minuto uno que fue electo
como presidente Nicolás Maduro, es que
estamos ante la más grande confabulación de este siglo. Y no quererlo
reconocer, les debe y les ha generado grandes beneficios.
Vergonzante es para una
nación como España que aún tenga como observador de los procesos electorales
venezolanos al expresidente Rodríguez Zapatero, quien todavía no se ha
pronunciado sobre lo que está ocurriendo en Venezuela. Por supuesto que tiene
derecho a estar de vacaciones en este agosto, en las Islas Caimán o en Málaga,
pero este mutis lo compromete aún más, si es que acaso alguna vez él se sintió
comprometido con un país, más que con los amigos chavistas que fue haciendo por
el camino.
Es el único integrante del
Grupo de Puebla que acudió a Venezuela para las elecciones del pasado 28 de
julio y no exige la revisión de las actas, tal y como se lo reprochó el también expresidente
socialista Felipe González, quien considera que debería realizarse pronto una verificación del resultado
electoral en Venezuela, mediante una organización internacional independiente,
porque el Gobierno de Maduro trata de alterar el sistema acta a acta mediante un grupo chino, de acuerdo a fuentes
descubiertas hace ya varios días, anunciadas a todo el mundo.
El actual presidente de
España, Pedro Sánchez, con una serie de pactos y luchas personales dentro del
ejercicio del poder que implica su cargo, firmó junto a los otros miembros de
la Comunidad Económica Europea, la necesidad de revisar actas y la transparencia
que debe obedecer todo ejercicio de votación en un país, que quiere demostrar al
mundo que es tan democrático como cualquiera.
Una semana después, viene
esta respuesta en principio firmada por España,
Italia, Francia, Alemania, Países Bajos, Polonia y Portugal, aunque la noticia
global es que ha sido certificada por los veintisiete países de la Unión, (hubo
un ruido con respecto a Hungría).
Ver como la izquierda
trata de justificar que Maduro ganó las elecciones porque “la derecha siempre
canta fraude cuando no gana” es patético. Alguno por aquí lo ha hecho. Pero el asunto venezolano no es de derechas o
de izquierdas, es de dignidad, de ética
y de justicia.
En el sentido macro, lo
que sucede en Venezuela es en buena parte lo que refleja el mundo: nada y todo
prevalece. Todo poco importa y todo vale en nombre de cualquiera cosa que sea
negocio, y por ello la guerras de Ucrania y Palestina son lo que son:
olimpiadas de barbarie.
En el sentido micro, vemos
como la ofensiva del desnaturalizado de Maduro (ahora que el mundo lo señala
como lo que es), va en contra la debilidad de las familias venezolanas,
persiguiendo a sus hijos chamitos, de entre catorce y dieciocho años (nacidos
en estos años de oscuridad), para acosarlos, torturarlos y sembrarles (en caso
que la familia se resista o no pueda pagar el chantaje), participación en actos
de terrorismo y traición a la Patria.
Desembucha Maquiavelo, te
quedaste corto ante estos engendros.
Si la Santa Iglesia Católica
y Apostólica fuera un verdadero poder moral, impediría guerras, pero en nombre de no sé qué
las ampara, las esquiva, las dispensa, les reza; las confluye en una pérdida de
fe absoluta hacia lo humano.
Los tramposos buscarán que
el tiempo esté a su favor.
Aunque también sabemos que
la lista de los valientes asesinados son fuerza viva en la conciencia de los
seres humanos nacidos en Venezuela. La sabia herencia ancestral sabe
exactamente como redimirse ante los monstruos.
Mientras el mundo pide que
se enseñen las actas de votación, con la certeza de unas elecciones fraudulentas,
han asesinato más de una veintena de personas, cuarenta jóvenes los han
desaparecido, miles han sido arrestados y la represión sigue ya no en manos de
cubanos –que también- sino de los mismos venezolanos que se han identificado
todos estos años con esta crueldad, con este ejercicio cobarde de ejercer el
poder.
No queremos ver a los ojos
del verdugo. Sabemos de sobra cómo mira. Queremos abrazarnos a esa mujer o a
ese hombre que sufrió lo indecible y asegurarle de que venimos del mismo pacto
de esta noble tierra, cortina vegetal de mantos verdes y azules, paz de
humedales, ríos y morichales; luz deshaciendo la incultura de sus cuatro puntos
cardinales.
Mar sortilegio del alma.
Muy
breve bibliografía para entender lo que sucede en Venezuela:
https://editorialdahbar.com/libros/el-gran-saqueo/
https://editorialdahbar.com/libros/estado-delincuente/
https://www.amazon.es/invasi%C3%B3nconsentidaCr%C3%B3nicaPeriodismo/dp/8418006706